Las dos noches en las que hablé con más tías que en toda la década de los ochenta

Toda la vida en el lado exterior de la barra y ya van dos noches en las que estoy dentro. Todo sea por la mejor carrera del mundo, por sacar dinero para la misma, incluyendo el disfrazarme por primera vez en mi vida.

Dos años ya celebrando la llamada “Fiesta del terror” en el fin de semana de los Santos. El mejor equipo organizando y colaborando. Todos los preparativos de las semanas previas. El palizón del día preparando, acondicionando y adornando el salón de la Casa Grande. Toda la noche dentro de la barra ocupando mi puesto: soy el que vende los tickets, el que se encarga del dinero. Toda la noche haciendo operaciones matemáticas, viendo venir a la gente una y otra vez, cada vez más simpáticos, cada vez más entonados, cada vez más pasados, todos disfrazados, todos muy bien disfrazados. La noche a ratos se hace larga. Otras veces pasa volando. Reconozco disfrutar dando conversación a unos y a otros. Alguna vez he pensado que podría hacerse un guión para una película con una cámara fija y un personaje en off charlando con toda la gente que va pasando delante de la cámara una y otra vez, cada vez más ocurrentes, cada vez más bebidos. Papel estelar este año para la muchacha que jugaba a ser enigmática. A lo mejor ese guión está escrito. Y la noche que no se acaba nunca. Y los que nunca quieren irse. Y antes de descabezar el primer sueño ya estamos recogiendo y dejándolo como nos lo encontramos. Y, prácticamente sin dormir, vuelta al nido a ser personas. Y cuesta volver a ser persona. Pero, aún antes de serlo, ya sé que habrá otra carrera. Y si hay otra carrera, habrá otra fiesta. Y tal vez ponga una cámara detrás de mí.