lunes, 6 de octubre de 2014
De porqué la vida no es una película de terror
Me dijeron que no cogiese la carretera. Si acaso un tramo al principio ya que, a un kilómetro, salía un camino a la derecha que llegaba hasta Sarrión y que por ahí iría tranquilo. Hice caso. Y tranquilo fui, si exceptuamos los cuatro o cinco perros que comenzaron a ladrar y que vi acercarse corriendo con, aparentemente, no muy buenas intenciones. Me agaché, cogí dos piedras, les grité, les amenacé y salieron huyendo. Los perros aragoneses, como los manchegos, también conocen al ser humano. Seguí corriendo. Llegué a Sarrión. Lo pasé. Vi una señal que indicaba la Vía Verde de Ojos Negros. Bonito nombre. No lo pude resistir. Me metí por ella. Por ella iba cuando, a lo lejos, vi que la vía se metía por un túnel. Se me iluminaron los ojos. Era verdaderamente tentador atravesar un túnel que fue transitado durante muchos años por trenes de otra época. Mi lado cursi habría dicho, incluso, que era súper-romántico, pero por cosas así es por lo que tengo a mi lado cursi sofocado. Llegué a la boca del túnel. Era largo. Al menos la luz del otro extremo se veía en el quinto pino. Calculé trescientos metros. Entré. Iba corriendo, claro. La luz de mi espalda me alumbraba el camino. La luz de enfrente sólo brillaba. Enseguida la luz trasera dejó de alumbrar. La delantera seguía brillando. Y nada más. Estaba a oscuras. No veía nada de lo que había en mi entorno. En mis oídos retumbaban las palabras de Ana cuando, en Berlín, un una noche oscura y lluviosa y con mucho viento, atravesamos un túnel solitario para ir al Estadio Olímpico –Ésta es la típica escena de una película de terror en la cual el público grita -¡no crucéis el túnel! ¡No lo crucéis!- y nosotros somos los dos gilipollas que lo cruzan, se meten en la boca del lobo y a los que ahora les va a pasar de todo. A pesar de las palabras de Ana yo seguía corriendo, pero ya muy despacio. Casi al trote. Y en cada paso pensaba: ahora es cuando caigo al vacío. Ahora es cuando piso algo blando. Ahora es cuando tropiezo con un cadáver. Ahora es cuando una mano se posa en mi hombro. Ahora es cuando noto algo frío en la garganta y una voz me susurra algo al oído. Ahora es cuando escucho un rugido. Podría haber vuelto, pero eso nunca. Y la luz de enfrente siempre estaba lejos. Siempre. –Ahora es cuando me clavo un hierro oxidado. Ahora es cuando una puerta enrejada cae ante mí. Y luego otra detrás. Ahora es cuando choco contra algo y descubro que son piernas de ahorcados. Ahora es cuando escucho el silbido de una serpiente e, inmediatamente, siento su mordisco. De repente la luz delantera comenzó a alumbrar. Estaba cerca. Vi el suelo. Aceleré. Seguí acelerando. Salí del túnel prácticamente al sprint. Nada más salir, me paré. Respiré hondo. Recuperé el aliento. –Romántico los cojones, cagontoloquesemenea. Arranqué de nuevo. A la mínima salí de la Vía Verde. Volví a Sarrión por la carretera. Lo atravesé. Y, sin dudarlo, me fui a buscar a mis cuatro o cinco perros ladradores.
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6 comentarios:
Ayyy!., Vacín!
Esa v te delata. Los Guapos lo escribimos con b, peñonero.
Los más guapos disfrutamos de tu chirriar de dientes.
Bocinglero.
No sigas, que llevas las de perder (y aquí aparecería Julio Iglesias diciendo: y lo sabes). Yo soy laña y tú no. Y nunca lo serás.
No pases por allí un 28 de diciembre, alguno de tus lectores podría estar esperándote :)
De todos modos gracias por inaugurar el subgénero "terror corredor", y más en esta época pre Halloween.
Inauguro y clausuro, al menos en lo que a mí respecta. O eso espero.
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