Abrimos esta bonita sección que tratará sobre esas anécdotas relacionadas con el atletismo que siempre estoy deseando contar pero que nunca tengo oportunidad de hacerlo.
¿Por qué la gente acompaña con palmas la carrera de los saltadores?
Willie Banks fue un saltador de triple salto estadounidense que estuvo en la élite desde finales de los setenta hasta mediados de los ochenta. Willie Banks fue un atleta de gran calidad que, si bien en la alta competición nunca rindió al nivel que se le suponía (sólo tiene un podio de relumbrón, plata en el Mundial de Helsinki 83), llegó a batir el record del mundo con una marca de 17,97 metros, record que duró diez años hasta que lo batió el británico Jonathan Edwards (del sesenta y seis, por cierto) en el Mundial de Gotemburgo 95. Willie Banks era un atleta de mucho carisma que, además, tenía grandes dotes de showman. Y fue él el primero que animó al público a que le aplaudiese antes de cada salto, aplausos que le ayudaban a concentrarse y que le acompañaban hasta la batida. Hasta entonces los concursos se seguían prácticamente en silencio. Con este gesto Willie Banks se convirtió en una estrella. El público siempre estaba pendiente de él. Las cámaras no se perdían ninguno de sus saltos. Y la costumbre se extendió. Y desde entonces, especialmente en los mítines, un atleta ha de pedir silencio si prefiere que las palmas no le acompañen en su concentración. Si no, aplausos.
¿Por qué los atletas dan la vuelta de honor con sus banderas?
Pues porque quieren. La pregunta está mal planteada y debiera ser, ¿desde cuándo se da la vuelta de honor llevando la bandera de tu país (salvo que seas español pues entonces llevarás quince, incluida la de tu mancomunidad y la de tu peña)?
A principio de los años ochenta la autoestima estadounidense estaba muy tocada. Tras las guerras de Corea y Vietnam y la crisis de los rehenes en Teherán la bandera de las barras y las estrellas ondeaba con tristeza. Ronald Reagan dijo que esto no podía ser y comenzó una campaña para elevar la moral del país. Aprovechando que en el año 84 se celebraban los Juegos Olímpicos en Los Ángeles se dio desde la administración la consigna de que todo atleta que ganase una medalla tendría que dar la vuelta de honor, como se había hecho hasta entonces, pero luciendo, como no se había hecho nunca, ostentosamente la bandera. Y como en aquellos Juegos la cosecha para los yanquis fue buena (Carl Lewis, Edwin Moses, Al Joyner, Alonzo Baber, Evelyn Ashford, Valery Brisco-Hooks, Joan Benoit, relevos…), entre otras cosas por el boicot de la URSS y de parte de sus países satélites (no todos, la Yugoslavia de Tito y la Rumanía de Ceaucescu sí que fueron), pues hubo barras y estrellas para dar y vender. La iniciativa causó sensación, cuajó, se extendió al resto de deportes y desde entonces todos los equipos viajan con dos maletas, una con la equipación y otra con las banderas.
¿Por qué la distancia del maratón es, exactamente, cuarenta y dos kilómetros, ciento noventa y cinco metros?
El soldado ateniense Filípides corrió desde la llanura de Marathón hasta Atenas (treinta y siete kilómetros) para anunciar que habían derrotado al ejército persa. –Alegraos, hemos vencido. Y se murió. Por lo visto había ido antes a Esparta a buscar refuerzos (doscientos y pico kilómetros), así que la fatiga estaba justificada. Cuando Coubertain decidió reinstaurar los Juegos Olímpicos incluyó la carrera de maratón en homenaje a Filípides. La carrera no tenía una distancia definida y estaba en torno a los cuarenta kilómetros. Llegamos a los Juegos Olímpicos de Londres, en 1908. El circuito estaba establecido y se modificó. La salida se llevó a los jardines del castillo de Windsor. Unos afirman que fue por deseo de Eduardo VII, para que la familia real pudiese ver la salida. Otros, que fue por decisión de la organización, para tener mayor privacidad. El caso fue que la salida la dio la mujer de Eduardo VII, la reina Alejandra. Y la meta estaba situada debajo del palco presidencial del estadio. Distancia: cuarenta y dos mil ciento noventa y cinco metros. Aquella carrera fue legendaria, quizá el maratón más famoso de la historia. El italiano Dorando Pietri entró destacado en el estadio. Pero llegó desfallecido, deshidratado. Se equivocó de sentido. Lo corrigieron. Se cayó cuatro veces. Lo levantaron y, entre varios, lo llevaron hasta la meta. Al poco llegó el estadounidense John Hayes. Reclamó y descalificaron a Pietri. Pero el bueno de Dorando había calado en los corazones. La reina Alejandra le dio un trofeo en compensación. Y la fama de Dorando corrió como la pólvora. Los promotores atléticos se frotaron las manos y empezaron a organizar duelos entre Dorando Pietri y John Hayes. Llegaron a organizar, dado el éxito, hasta veintidós. Y para que todo fuese igual que en la carrera de Londres la distancia a recorrer fue siempre la misma: cuarenta y dos mil ciento noventa y cinco. La distancia se popularizó, más tarde se homologó y desde entonces hasta ahora.
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3 comentarios:
Excelentes anectodas que nos recuerdan que muchas de las costumbres que tomamos por ancestrales tienen una antiguedad máxima de 30 años.
Pues sí. Lo de Cibeles y Neptuno, por ejemplo. La primera vez que se celebró algo en Cibeles fue el cinco uno a Dinamarca en Méjico 86. Ni siquiera jugaba el Madrid. Luego empezaron a ir los vikingos. Y a Neptuno me parece que la primera vez que fuimos fue tras la final de Copa del 91. Por eso, cuando dicen lo de -tradicional lugar de celebración...pues yo qué sé. En realidad supongo que tradición es todo aquello que ya se hacía antes de que naciésemos.
Eres como el libro gordo de Petete.
No te vayas, te queremos cerca.
Suerte, ánimo y mucha mierda que dicen los artistas.
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