sábado, 1 de febrero de 2014

Luis

En el año setenta y dos mi hermano y yo empezamos a ir de casa al colegio y viceversa en el autocar de la ruta escolar. El conductor de aquel autobús se llamaba Emilio y era un colchonero furibundo, tanto que decía que no dejaba subir a niños que no fuesen del Atlético de Madrid. Mi hermano y yo, por aquello de no discutir, porque no sabíamos llegar hasta casa andando y porque, aunque eso lo supimos después, lo llevábamos en la sangre a pesar del carácter merengón de nuestros padres, abrazamos el colchonerismo y hasta hoy y lo que nos queda.

Nos hicimos del Atleti y empezamos a tomar partido por los jugadores. Nosotros éramos de Ufarte. También éramos un poco de Gárate, pero sobre todo de Ufarte. En el Atleti de aquella época estaban también Adelardo y Luis Aragonés, pero estos no nos llamaban la atención. Y mira que, sobre todo Luis, tenían mucho carácter, pero no. No nos sentíamos identificados con ellos.

Ha muerto Luis Aragonés. Me ha sorprendido. No sabía que estaba enfermo. Y me ha impresionado. Quieras que no, Luis Aragonés ha estado presente de manera casi constante desde aquel año setenta y dos hasta hoy. Nunca, como cuando éramos niños, me sentí excesivamente identificado con él. Su carácter y sus peculiaridades no lo convertían en un personaje especialmente entrañable (hoy en el Calderón las banderas están a media asta, pero el Frente Atlético se dejó la voz innumerables veces cantando –Luis Aragonés, qué borracho es) pero, como hubiesen dicho Roosevelt o Kissinger, era nuestro hijo de puta. Y hoy siento que ha muerto uno de los nuestros. Y al escuchar la noticia de su muerte, tras los primeros instantes de impresión, dos han sido los momentos, momentos muy especiales, que enseguida se me han venido a la mente.

Quince de mayo de mil novecientos setenta y cuatro. Estadio Heysel de Bruselas. Final de la Copa de Europa. Juegan el Bayern de Munich y el Atlético de Madrid. Es el Bayern de los Maier, Breitner, Beckenbauer, Hoeness y Torpedo Müller. El partido termina con empate a cero. Prórroga. En la misma Luis Aragonés marca de falta directa. Aquel pudo ser el gol de nuestra vida. Aquel pudo ser el mejor recuerdo de nuestra historia futbolera. No lo fue. Por desgracia las prórrogas duran treinta minutos, no veintinueve minutos y medio. Si –pudo ser- es la frase más triste, nunca jamás fue tan triste. Nunca.

Pero de lo que pudo ser a lo que fue. Veintisiete de junio de mil novecientos noventa y dos. Final de la Copa del Rey. Estadio Santiago Bernabéu. Juegan el Real Madrid contra el Atlético de Madrid. Luis Aragonés es nuestro entrenador. Ganamos dos a cero, con goles de Schuster y de Futre. Pero antes del comienzo del partido, antes de que saltasen los jugadores al campo, en la charla en el vestuario…bueno, en este enlace está mucho mejor contado de lo que yo pudiese hacerlo.

Descanse en paz. Y gracias.

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