Pues una vez completé el cubo de Rubik. No sé cómo lo hice. Yo zascandileaba con el cubo y apareció de repente resuelto. Juro que es cierto. Juro que no hice trampas. Fue de chiripa. Sabía hacer una cara y luego seguía y a veces completaba dos; otras hacía una cara y los dos primeros anillos (yo lo llamaba la doble corona) pero siempre sin un método. Sin un criterio. Zascandileaba y salía. O no. Y luego me ponía nota en función de las piezas que estuviesen bien puestas. Si me encontraba benevolente, el total de piezas eran veintiséis y sobre ese total puntuaba. Si estaba más exigente descontaba las seis del centro de cada cara, que siempre están en su sitio, y hacía entonces la regla de tres. Y un cinco siempre fue un aprobado. Por clase circulaban las fórmulas para resolver el cubo pero nunca caí en la tentación de estudiármelas. Y si no lo hice fue por culpa de Moreno. Moreno sí que se las aprendió. Y allí estaba en clase chuleándose. Ahora lo resuelvo mirando al tendido del Siete. Ahora lo resuelvo haciendo el pino. Ahora lo resuelvo en bable. Y asocié aprenderme aquellas fórmulas con ser un chulo. Y preferí quedarme con mis cincos y con mis seises. Y con mi diez. Porque saqué un diez. Lo juro.
El cubo de Rubik ha vuelto. No sé si fue Melchor, Gaspar o Baltasar pero apareció en unos zapatos. Mis críos mucho caso no le han hecho, pero aquí estoy yo, zascandileando, recordando viejos tiempos. Puedo decir que el cubo de Rubik es como montar en bicicleta. Sigo con mis cincos y con mis seises. Y algún siete ha caído. Pero de ahí no paso. Moreno ya hace mucho que pasó de ser un chulo a ser un recuerdo entrañable. Y ahí está la tentación. Miré en el Yotube a ver si había algún vídeo que explicase cómo se resuelve. Y no hay uno. Hay cientos. Entré en uno de ellos. Un artista explicaba el proceso paso a paso y lo hacía de una manera muy graciosa, ya que él no zascandileaba con el cubo sino que desarrollaba algoritmos. Una solución matemática a un problema matemático. Tiene su lógica, desde luego. Y entonces apagué el vídeo. Y aquí estoy con mi duda. Zascandilear versus algoritmos. Mis cincos y mis seises versus al diez permanente. Jugar versus resolver. Explicado así la respuesta parece clara, pero ¿no saber frente a saber? That is the question.
domingo, 16 de febrero de 2014
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8 comentarios:
Zascandilea, sin duda! es mucho más divertido que la teoría de grafos.
yo sólo llegué a primera base (una cara y un anillo). Nunca se me dio bien las mates. ni la perseverancia. ni las dos cosas juntas.
Yo también lo conseguí despegando y pegando las etiquetas de colores. Spanish style
Nosotros lo desmontábamos y luego lo volvíamos a armar correctamente. Cuenca style.
La teoría de grafos sería un buen título para un disco de Aviador Dro.
Me ponía nerviosa el dadito de los coj.......... Resolverlo de chiripa no tiene gracia alguna, nunca sabrás como lo conseguiste, volverás a desarmarlo y estarás en las mismas... lo mismo opino de desenganchar las etiquetas o desmontar las piezas... Y todas esas formas las llegué a ver hacer. Pero no termino de entender qué satisfacción pueda dar hacerse trampas a uno mismo.. no se, en juegos colectivos todavía, el objetivo es ganar y para algunos no importan los medios, pero en un entretenimiento individual???
Ahora bien, la opción que me queda sería resolverlo matemáticamente pero, es que a mí se me han dado fatal siempre... ¿algo qué? uff... que no, que no, que el cubo de las narices me pone nerviosa y punto.
Cuando hago solitarios con las cartas nunca me hago trampas. Nunca. Hacer trampas es una expresión muy fea. Yo utilizo expresiones del tipo -me ha salido a la segunda- o -¿qué pasaría si en vez de esta carta pusiese esta otra?- o -anexo trescientos dieciocho al reglamento de los solitarios: esto que acabo de hacer es legal y está permitido. Pero, ¿hacer trampas? Jamás.
Anda¡ dejate de cubos y monta en bicicleta que es más placentero..
No te voy a negar la razón, Cucumber. No hay color.
No puedo dejar de contar mi historia.
Harto de trastear con el maldito cubo y no pasar de un par de caras y varios anillos, me compré un libro que prometía enseñar a terminar todas las caras.
Y fue cierto. Juro que lo completé una única vez siguiendo los pasos del libro y no volví a ver el libro más.
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