domingo, 12 de enero de 2014
Mera exposición
Cuando le miramos sorprendidos Alberto confesó que sí, que le gustaba aquella canción, pero que ello era debido únicamente al “Efecto de mera exposición”. Acabáramos. Mera exposición. Se ve que ahora se llama así. Y suena bien, la verdad. Muy bien. Porque explicarlo con aquello de que el roce hace el cariño o de que a todo se acostumbra uno quedaría muy vulgar. Pero decir “Efecto de mera exposición” es otra cosa, vamos. No hay color. Nacho y yo teníamos la costumbre de ir a tomar café a un bar de polígono bastante grande que solía tener cuatro camareras trabajando. Tenía aquel bar bastante rotación de camareras y Nacho y yo nos entreteníamos calculando cuánto tiempo tardaría la nueva en gustarnos. Porque no teníamos ninguna duda de que ocurriría. Y aquello que pensábamos que era debido a nuestra condición de tíos y a que la testosterona cegaba nuestros ojos resulta que no, resulta que era causado por el “Efecto de mera exposición”. Qué pena no haberlo sabido entonces. Porque el caso es que suena muy bien. Y que es un argumento incontestable. De hecho es la excusa perfecta. Abramos de una vez los armarios que tenemos repletos de nuestros complejos ocultos y orgullezcámonos de todas nuestras confesiones inconfesables. No tenemos nada de lo que avergonzarnos. ¿Bananarama? ¿Raffaella Carrá? ¿Wham!? ¿ABBA? ¿Locomía? ¿Tino Casal? ¿Aserejé? Por supuesto. Y no es porque seamos unos horteras, qué va. Es por el “Efecto de mera exposición”. ¿Algún problema?
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1 comentario:
pues me quedo mucho más tranquila, vamos que me has quitado un peso de encima. tenía yo un no se qué cada vez que movía los pies al ritmo de la lambada.
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