viernes, 25 de octubre de 2013

The skies above are clear again

¡La tierra es muerte! -me había explicado. No somos sino gusanos encima de ella, nosotros, gusanos sobre su repugnante y enorme cadáver, jalándole todo el tiempo sus tripas y sólo sus venenos…No tenemos remedio. Todos podridos desde el nacimiento… ¡Y se acabó!

Louis-Ferdinand Céline, escritor francés, gloria de sus letras (es el segundo autor más traducido, tras Proust, del siglo XX) y que fue declarado desgracia nacional por sus escritos filonazis y antisemitas. Es “Viaje al fin de la noche” su novela más popular,  una narración con rasgos autobiográficos que fue publicada en 1932 y de cuyo éxito dan fe tanto el número de lectores que nunca ha dejado de tener como la influencia que ejerció desde entonces, siendo deudores suyos declarados autores como Bukowski, Sartre, Henry Miller y los escritores de la Generación Beat.

No había nada que replicar. Cuando paseábamos juntos por las calles frecuentadas, la gente se volvía para compadecer al ciego. Tiene piedad, la gente, de los inválidos y los ciegos y se puede decir que tienen amor en reserva. Yo lo había sentido, muchas veces, el amor en reserva. Hay en cantidad. No se puede negar. Sólo, que es una pena que siga siendo tan cabrona, la gente, con tanto amor en reserva. No sale y se acabó. Se les queda ahí dentro, no les sirve de nada. Revientan, de amor, dentro.

“Viaje al fin de la noche”. Ferdinand Bardamu. Se alista voluntario a la Primera Guerra Mundial. Le hieren. Se hace pasar por loco para no volver al frente. Se va a África, a una de las colonias francesas del golfo de Guinea. Casi lo matan en el barco. En África enferma de malaria. Se va a los Estados Unidos. Va como galeote, vendido por un misionero. Lola. Molly. De los Estados Unidos a Francia. Termina sus estudios de medicina. Se sitúa cerca de París. Se aparta de la medicina. Se hace figurante en un teatro. Se va a Tolouse. Vuelve. Se coloca en un manicomio, esta vez del lado del personal sanitario. Y siempre, en todos sus avatares, la sombra más o menos presente de Robinson Léon, tío lejano, sin duda, del Dean Moriarty de “En el camino” de Kerouac.

Sólo conservas, preciosas, las pequeñas penas, la de no haber encontrado tiempo para ir a Bois-Colombes a ver, mientras aún vivía, a tu anciano tío, cuya cancioncilla se extinguió para siempre una noche de febrero. Eso es todo lo que has conservado de la vida. Esa pequeña pena tan atroz, el resto lo has vomitado más o menos a lo largo del camino, con muchos esfuerzos y pena. Ya no eres sino un viejo reverbero de recuerdos en la esquina de una calle por la que ya no pasa casi nadie.

“Viaje al fin de la noche” está escrita con un lenguaje descarnado, rebosante de sarcasmo y pesimismo. Está escrita desde el resentimiento, desde el odio. Desde la rabia. Escrita con rabia. A veces te hace sonreír. A veces reír. Muchas otras veces no. El nihilismo. El desencanto como actitud vital. La decepción. La resignación. La desesperanza. La rabia, una rabia permanente. Rabia por haber perdido la esperanza. Rabia por haber perdido la fe.

En estos momentos es un poco violento haberse vuelto tan duro. Careces de casi todo lo que haría falta para ayudar a morir a alguien. Ya sólo te quedan cosas útiles para la vida de todos los días, la vida de la comodidad, la vida propia sólo, la cabronada. Has perdido la confianza por el camino. Has expulsado, ahuyentado, la piedad que te quedaba, con cuidado, hasta el fondo del cuerpo, como una píldora asquerosa. La has empujado hasta el extremo del intestino, la piel, con la mierda. Ahí está bien, te dices.

“Viaje al fin de la noche”. Seiscientas páginas. Seiscientas páginas de pesimismo. (…podridos desde el nacimiento…). Seiscientas páginas de rabia leídas tomando aire, sin dejarme arrastrar, comprendiendo, entendiendo, observando (…has expulsado, ahuyentado, la piedad que te quedaba…), tratando de que el libro no me salpicase, no me impregnase. Imposible. Al principio me reía pensando –si me encontrase con Céline le preguntaría: disculpe, ¿a usted hay algo que le parezca bien? ¿Hay algo que le guste? ¿Hay algo que piense que merece la pena? Pero seiscientas páginas son muchas páginas de pesimismo para que la risa no se desmorone. Y terminé contaminado por la negatividad. Por el desencanto. Por la rabia. (…el resto lo has vomitado más o menos a lo largo del camino…).Y concluí el libro. Y lo cerré. Y lo dejé sobre la mesa. Y me levanté. Y corrí las cortinas. Y abrí la ventana. Y respiré. Y dejé que el sol me bañara. Y cerré los ojos por la luz. Y los pajaritos cantaban. Y las nubes se levantaban. Y me fui a la estantería donde guardo los cassettes. Y busqué a Barbra. La encontré. Reproductor. Le di al play. Happy days are here again…

6 comentarios:

Peri Lope dijo...

Muy buena. La reseña.

El Impenitente dijo...

¿Y Barbra no?

Gracias.

Sierpe dijo...

Barbra. Joder , joder Zeppo

El Impenitente dijo...

Querida Sierpe, me lo tomaré como un cumplido.

Altosybajos dijo...

Y aun así siguió viviendo. Luchó por su vida. ¿Por qué no puso fin a su vida?

El Impenitente dijo...

En un momento del libro defiende la teoría de que todos somos suicidas que no nos suicidamos porque no hemos encontrado el momento y lugar exacto siguiendo criterios más estéticos que emocionales. Así que, si no se suicidó fue porque nunca le pareció oportuno, no por falta de ganas.