miércoles, 16 de octubre de 2013
Postales desde el resentimiento: mi balón
Tenía yo once años cuando, por mi santo, mis padres me regalaron un balón. Era un balón de reglamento (o de badana, como decimos en el secarral), de los formados por hexágonos y pentágonos, con los pentágonos en negro y los hexágonos en blanco. El balón no resultó muy bueno puesto que a la tercera patada ya estaba ahuevado, pero tampoco resultó tan malo ya que resistió cientos de partidos de duración eterna tanto en el parque del Retiro, junto a la Rosaleda, como en el patio del colegio como en las eras del secarral. El balón se pinchó. Estaba viejo, pero yo no estaba dispuesto a dejarlo morir, así que compré una cámara y se lo llevé a un zapatero remendón que me dijo que podía arreglarlo. Lo arregló y, para hincharlo, me dirigí a un taller mecánico cercano a mi casa donde tenían compresor. Pedí el favor y uno de los operarios se ofreció a realizarlo. No sé si fue negligencia, maldad o despiste, pero el balón reventó en las manos de aquel hombre. El resto de trabajadores se asustaron con la explosión aunque, acto seguido, al ver de dónde venía la detonación, comenzaron a reírse y así, entre risas, me devolvieron los restos de mi balón y siguieron con su faena. Me fui hasta mi casa llorando de rabia y consumido por la impotencia. Mi padre, al ver mi berrinche, decidió que no merecía la pena bajar al taller a montar una escena por un balón viejo y prefirió enseñarme un nuevo capítulo del libro “Lecciones que te da la vida”. Me cago en las lecciones que te da la vida. Me cago en las putas lecciones que te da la vida. Tengo más años ahora que mi padre tenía entonces y ni por asomo veo que se pueda aprender algo de aquello. Lo único que puedo decir es que si alguno de aquellos sufrió alguna desgracia después, espero que fuese debida a todo el mal que les deseé. Y también he de decir que yo tenía entonces ya once años y que, si volviese a verlos, no los reconocería, pero olvidarlos no los he olvidado. Y perdonarlos...eso jamás.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
7 comentarios:
Yo una vez fui a buscar a mi hermano a su colegio y mi madre me hizo cruzar el patio a la hora en que todos jugaban al fútbol y un balón de reglamento me dio en la cara y si hubiera tenido un compresor te juro que se lo hubiera pinchado aun corriendo el riesgo de que ese niño me odiara a los 40 años.
Se requería de cierta habilidad para jugar al fútbol en un campo donde se estaban jugando cuatro o cinco partidos a la vez. Aún así más de un balonazo me llevé y más de una vez las gafas salieron volando. Y más de un balonazo di. Pero eran lances del juego. Ahora, cruzar por enmedio sin estar jugando es como jugar a la ruleta rusa con seis balas en el cargador. Salvo que hubieses llevado un compresor bajo el brazo.
Es que esas cosas no se perdonan. Yo todavía conservo el mejor balón que tuve de crío. Hace años que nadie le da una patada, pero ahí está, lo veo y me sale una sonrisa de oreja a oreja.
Hacía tiempo que no escuchaba eso de un "balón de reglamento". Qué bien sonaban antes las cosas.
Mi padre me hubiera dicho "no te quejes que en mis tiempos jugábamos con la vejiga inflada de un cerdo, lo cual posiblemente me hubiera consolado igual de poco.
Balón de reglamento y bicicleta de carreras. Suenan mucho mejor.
Y Juan, que sepas que la Real se ha alojado en un hotel muy cercano a mi casa. Mi crío se ha enterado y allá que nos hemos ido los dos. Como se conoce a todos, se ha hecho fotos con Íñigo Martínez, Zubikarái, Xabi Prieto, Carlos Vela, Aguirretxe y Mikel González. Si habéis ganado ha sido sin duda gracias a él.
La historia de la vejiga del cerdo me resulta familiar. Y no, no es consuelo.
¿Era un balón MIKASA? Si lo hubiese sido, lo normal es que el taller hubiese salido volando por los aires. Qué dureza.
Era un balón TUKASA. Y por eso pasó lo que pasó.
Publicar un comentario