“Árboles y castillos” era una carrera que se disputaba por equipos y que constaba de trece etapas con un recorrido más o menos montañoso. En una de las ediciones fuimos todo el rato terceros aunque el equipo que venía cuarto nos iba recortando en cada etapa. Aquel equipo era mejor que el nuestro, sólo que en una de las etapas su corredor cayó desfallecido y fue retirado en ambulancia, por lo que fueron penalizados al no completar el recorrido y les tomamos ventaja. En la penúltima etapa ya nos adelantaron y en la última, aunque nuestro corredor llegó delante, el tiempo no fue suficiente y quedamos cuartos. El caso fue que, en esta última etapa, el rival llegó hecho unos zorros al borde del colapso y con la camiseta en la mano. La norma dice que se ha de correr siempre con el dorsal puesto y bien visible y aquel corredor estaba infringiendo la norma. Estábamos en nuestro derecho de protestar a sabiendas de que sería descalificado y nosotros quedaríamos terceros y subiríamos al podio. La discusión no duró ni un segundo. Nos habían ganado corriendo y no había nada más de qué hablar. Fuimos cuartos. Siempre he pensado que aquella decisión la tomamos porque ninguno de nosotros ni es abogado ni piensa como un abogado. Lo justo es que el mejor quede delante. Para un abogado, tratándose de ganar o perder, habiendo leyes y habiendo trampas, lo justo es lo de menos.
Un vecino de mis padres llegó al portal y se dio cuenta de que no había cogido las llaves del mismo. No había nadie en su casa y, en vez de llamar a otra puerta por el telefonillo o esperar a que llegase otro vecino, decidió entrar por el garaje. Al bajar por la rampa se accidentó. No sé si fue un esguince, una fractura o fue la rodilla pero el caso es que el vecino tuvo que pasar por el hospital. Nuestro protagonista tiene un amigo que es abogado y, tras inspeccionar la zona, aconsejó a su amigo que demandara a la comunidad de propietarios por el accidente. Al fin y al cabo, en ninguna parte en el garaje se informaba del riesgo que se corría bajando por la rampa. Ni siquiera se prohibía el acceso peatonal por la misma. Al vecino se le pusieron los ojos como al Tío Gilito e hizo caso a su amigo. Fueron a juicio. Ganaron. La comunidad de propietarios, o más concretamente la compañía de seguros (que también son finos) que tenía que hacerse cargo de la indemnización, recurrió. Como ocurre a veces, el juez dijo esta vez lo contrario a lo que dijo otro juez y la sentencia fue favorable a la comunidad de propietarios. Y al vecino no sólo se le borraron los ojos de Tío Gilito sino que tuvo que hacerse cargo de las costas del juicio. Y para hacer frente a ello ha tenido que vender la plaza de garaje. Pienso que pocas veces puede decirse aquello de que Dios escribe recto con renglones torcidos, pero creo que ésta es una de esas veces. Y para una vez que ocurre, pues eso. Que me alegro.
jueves, 25 de julio de 2013
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4 comentarios:
Y contraponer esas dos historias demuestra que el ser humano no es ruin por naturaleza. Hay gente que es ruin y hay gente que no. Si realmente hay otro tipo de clasificación es la que diferencia la gente que se alegra más de la primera o de la segunda historia. No creo que ninguno de los dos grupos esté equivocado, pero me quedo con la primera. Más vale dar a alguien la enhorabuena por su comportamiento que reírse en su cara por lo mismo. Así que sólo añado eso: enhorabuena.
Ganar porque otros han sido descalificados es un triunfo amargo, yo no lo querría tampoco.
Al vecino le está bien por gilipollas. Y avaro.
Malditos abogados, con su "interpretación" de la legislación y su afán de escarbar en los agujeros negros... Me alegro por el vecino!
Gracias por la enhorabuena, Juan, pero no hubo ningún esfuerzo en decidir. Lo contrario nos hubiese resultado vergonzoso.
Y bien está en alegrase del bien y mal está en alegrarse del mal. Pero el mal que viene por la derrota del mal tampoco está mal (y ahora escribo mal, mal y mal y ya son ocho).
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