Todos los años marcaba en rojo en el calendario el día en
que se celebraba la "Carrera de la hoz del Huécar", en Cuenca, y siempre, por una
razón o por otra, el círculo rojo se caía del calendario. Llegué a pensar que
estaba maldita por lo que, conforme se iba acercando este año la fecha, me fui
poniendo nervioso pues estaba convencido de que algo tenía que ocurrir, y de que ese algo sería malo. Y
no. Este año no.
Madrugón el domingo en el secarral y, antes de las nueve, ya
estábamos por la zona de la salida en la plaza de España de Cuenca, un lugar
que, según Google Maps, no existe pero que según mis cinco sentidos sí. Y
como Google nunca se equivoca, creo que no donaré mis órganos por inútiles. Me
acredite, recogí el dorsal y también el chip para la zapatilla. Bueno, la
verdad es que el chip no lo recogí. Según repitió una infinidad de veces el de
megafonía, lo que realmente recogí fue el chiz. Se llama así. En el secarral, la
gente, cuando estaba, no iba al pub sino al paz y allí no pedían DYC sino diz. Y también se metían conmigo porque me gustaba Nacha Poz. Me
puse el dorsal y el chiz, realicé toda mi rutina, y a las diez, en una plaza
que no existe, mil trescientos tíos arrancábamos tras el disparo de rigor.
La carrera es un quince mil corto. Vamos, no llega a quince
pero tampoco le falta mucho. Durante los dos primeros kilómetros se callejea
por la parte baja de Cuenca. Luego se sale ya a la hoz del Huécar junto al
auditorio, se pasa bajo el puente de San Pablo (a su izquierda pueden ustedes
ver las Casas Colgadas) e, yendo siempre junto al río, se llega hasta el
kilómetro siete. Estos kilómetros son de subida suave pero no constante,
con alguna bajada no muy pronunciada que siempre se agradece. Al llegar al
siete, junto a la Cueva del Fraile, salimos de la carretera junto al río y a
partir de ese momento no se sube. Se asciende. Dos kilómetros hasta llegar a
la parte superior de la hoz, dos kilómetros para correr sin levantar la cabeza
pues, si lo haces, ves cabecitas corriendo muy por encima de ti, y se te van
las ganas de todo. En el nueve vemos, tras haber salido de Cuenca, a los primeros
seres humanos que aplauden y animan a los corredores. Son los sherpas que
habitan en la zona. También vemos cabras montesas. Agradecemos los ánimos y,
durante los tres kilómetros y medio siguientes, nos dedicamos a crestear, con
toboganes constantes, que bajan más que suben y que matan más que engordan. En
el doce y medio se llega a Cuenca y entramos por el castillo. Los dos
kilómetros y medios siguientes son brutales. La bajada es tal que si la
hubiésemos hecho con esquíes y sobre nieve la habríamos llamado descenso.
Atraviesas toda la parte monumental de Cuenca pero no ves nada pues, corriendo sobre
el adoquinado, bastante haces con mirar dónde pisas para no matarte. Por no ver,
no vi ni a Ana ni a los críos, que estaban en mitad de la cuesta. Ni los vi ni
los oí. Al final de la cuesta nos esperaba la plaza inexistente y, en ella, el
arco de llegada. Y llegué. Y bien. Muy bien.
Hay carreras feas. Hay carreras menos feas. Hay carreras bonitas. Hay carreras muy
bonitas y luego está esta carrera. La UNESCO dice que la hoz del Huécar, como la del Júcar, es Patrimonio de la Humanidad. Y la UNESCO, como Google, jamás se equivoca. Se acabará corriendo la voz y, en vez de mil
trescientos, harán falta trece mil chices. Es muy dura, es cierto, pero no hay ningún
punto del recorrido en el que no levantes la cabeza y te emocione todo lo que
te rodea. Realmente es más que una carrera, puesto que disfrutas y disfrutas.
Y si, además, pues aprovechas y te quedas a pasar el día (aunque, la verdad, la
ciudad de Cuenca está muy descuidada. Y niños y cuestas son dos términos que
combinan muy mal) pues ves que el círculo rojo estaba muy bien puesto en el
calendario. Y si estaba bien puesto, aún a riesgo de tentar a la suerte, pues, entonces,
casi mejor no tocarlo.
lunes, 27 de mayo de 2013
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4 comentarios:
¡Cuenca es única!
Voy a ver si encuentro un boli rojo y la marco en mi calendario.
Justo estaba pensando eso, lo imposible que me parece juntar la concentración de una carrera y ver un entorno maravilloso por el que vas corriendo... Pero, oye, un día en Cuenca es un día en Cuenca. Y si encima la carrera fue bien, pues procede darte la enhorabuena.
Semos de Cuenca. Y Garraty, una vez que lo marques disfruta del rojo sobre el blanco.
Juan, imposible no es puesto que las carreras de montaña suelen ser bonitas para los sentidos aunque apropiadas sólo para valientes y suicidas. Pero en ruta que tenga a mano no conozco tantas, desde luego, y habrá que ir haciéndolas.
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