Coñac La Parra reloaded

He tenido al mismísimo Arévalo justo aquí, a mi lado. No sentía nada igual desde el día en que nos cruzamos por la calle con Fernando Esteso. Y esta vez tiene más mérito el haberme percatado puesto que él se encontraba de incógnito. Estaba en un local público cubierto cuando he escuchado una voz y he pensado –vaya, habla igual que Arévalo cuando se hace el gangoso. Y me he girado y he visto que era Arévalo. Y no estaba contando chistes. Y, como digo, lo he reconocido a pesar de ir camuflado bajo una gorra de cazador, con unas gafas de sol de policía de carretera estadounidense de mediados de los setenta y con una bufanda rosa que le llegaba hasta las rodillas. Por el cogote le salían de la gorra unos mechones de cabello de un color entre liebre y reloj de oro desgastado que como sean suyos necesita un tinte ya mismo. O un rapado de cabeza y un no tinte. Estaba con otros dos y parecían preocupados. Quizá su preocupación era debida a que los chistes de gangosos y de mariquitas no son políticamente correctos y se ha quedado sin repertorio. A lo mejor no era por eso. Se han ido enseguida. Arévalo se marchó, con su gorra, sus gafas, su bufanda y sus mechones. Se marchó sin decir adiós dejando tras de sí una estela de…bueno. Digamos que una estela de Arévalo.