Cuando los elefantes sueñan con el bourbon

Cuando Carlos Galilea dice "El maestro soberano" se está refiriendo a Antonio Carlos Jobim. Carlos Galilea presenta y dirige en Radio 3 desde el año ochenta y siete un programa de nombre “Cuando los elefantes sueñan con la música”. Yo también tengo a Jobim en un altar. Tengo, por tanto, una fe ilimitada en el criterio musical de Galilea. Me gusta mucho su programa. Nunca lo escucho, eso es cierto, salvo que me pille en carretera. El viernes pasado me pilló. Se dedicó a poner versiones de canciones de Tom Waits. Ninguna de ellas se titulaba “Qué alegría más grande siento” ni “Me he bebido un vaso de agua”. Fue una hora muy agradable. Un poco larga, pero placentera.

Tom Waits está vivo. Hay gente que tendría que donar obligatoriamente su cuerpo a la ciencia para que fuese analizado con minuciosidad. Estos que llegan a viejos después de haberse castigado tanto y de haberse bebido el Pacífico y el Atlántico en bourbon tienen una genética que no debieran comerse los gusanos. Estos tíos poseen el secreto de la longevidad. No sé para qué va a querer nadie vivir, por ejemplo, trescientos años pero el que lo desee en Tom Waits tiene la clave para sus anhelos. Con ciento cincuenta gramos de ADN de Tom Waits o de Keith Richards y un poco de vida sana y ordenada se tienen todas las papeletas para convertirse por tiempo indefinido en el más viejo del lugar, uno de esos que jamás vio llover tanto ni vivió una sequía tan grande.

En una discusión musical que mantuve con la Sierpe (que, como la mayoría, más que un diálogo fue una sucesión de monólogos entusiastas), éste definió a Tom Waits como uno de los grandes puesto que no sólo es bueno sino que también es distinto, lo cual le convierte en pionero, lo cual le convierte en referente. Las opiniones musicales de la Sierpe siempre son válidas, más que nada porque las expresa con mucha vehemencia, así que estuve de acuerdo con él. Lo que sí he de decir es que a mí Tom Waits me gusta pero poco. Vamos, que me gusta un ratito. Dos canciones y ya. Con la tercera no puedo. Demasiado denso. Demasiado espeso. Demasiado turbio. Demasiado intenso. A Tom Waits hay que alternarlo con canciones chispeantes de mucho sol y mucha felicidad porque si no te absorbe. Y entonces date por perdido. No te va a dejar escapar vivo. Es uno de los grandes.

Como tres canciones son demasiadas, enlazaré tres canciones suyas. La vida en el filo, una vez más. La primera, titulada “Muriel”, tiene cierto efecto nocivo sobre mí pues Tom Waits dice algo así como miuriul. Cada vez que paso por Utiel, y lo hago con frecuencia, siempre digo iutiul imitando a Waits, lo cual me deja sin garganta. La segunda canción, de título “I never talk to strangers” tiene el encanto de estar cantada a dúo con Bette Midler (Bette, you’re absolutely colossal!) y a mí la Midler siempre me hizo tilín y aquí me hace tilín tilín. La tercera tiene una pequeña historia detrás. En una de esas conversaciones de barra de bar con tres cañas ya, comenzamos a hablar sobre el alma (la tercera caña siempre es metafísica. Es a partir de la cuarta cuando empieza la exaltación de la amistad y todo lo que le sigue). Uno de los parroquianos negó con entusiasmo su existencia con argumentos anticlericales. Yo le respondí que la primera vez que escuché a Otis Redding cantando “A change is gonna come” tuve la absoluta certeza de que el alma existía y que cuando escuché “Green grass” de Tom Waits lo certifiqué. Un alma sucia y perfectamente conservada en alcohol con un sitio de honor, si es que alguna vez se muere, reservado en el infierno. Y tiene que ser así. Es uno de los grandes.