Para nosotros el fútbol era un deporte en el cual se enfrentaban once contra once con gran entusiasmo, con un balón que era muy grande y que pesaba mucho, que se jugaba en un patatal y donde se podía ganar y se solía perder. Varios fueron los años que jugué al fútbol: uno en el secarral en una liga comarcal de juveniles y luego otros cuatro o cinco en el Politécnico, en la liga universitaria. Nuestro equipo era el “Patá i avant”, es decir, el patada a seguir, y era un nombre que se ajustaba muy bien a nuestro estilo de juego, porque nosotros jugábamos un fútbol basado en el rugby o el fútbol americano: dividíamos el campo por zonas y lo importante era siempre el ir ganando metros, por lo que, habitualmente, solíamos estar todos por detrás del balón. Es muy bonito ver el fútbol por la tele y parece muy fácil, pero es que el fútbol de la tele es irreal. Dices, vale, vamos a sacar el balón jugado. Y pasas el balón al compañero. Y el balón, que es una cosa enorme y que pesa un montón, le llega botando, y éste, entonces, pone el pie. Y el balón no se para sino que rebota y hasta que se controla ya ha llegado el delantero. Un riesgo. No jugamos al pie. Con este campo y este balón es imposible. Cambio de táctica. Cabe la posibilidad de que el portero saque al patadón. Muy bien. Saca el portero, ¿y entonces? Entonces todos se apartan. Nadie quiere saber nada. Siempre hay alguno que, sobre todo al principio, va y le da de cabeza mientras todos gritan ¡no! El balón es de hormigón armado y, aunque nos sabemos la teoría de que la cabeza ha de ir al balón y no al revés, el que ha dado el cabezazo tratará de disimular pero todos sabemos que ya está perdido para el resto del partido y que ya no hará más que deambular con enajenación mental transitoria y politraumatismo craneoencefálico. Cuando el portero saca también es tontería el tratar de controlarlo con el pie. Eso es imposible. En la tele queda bien, pero si tú pones el píe el balón saldrá disparado hacia cualquier sitio. Lo más que podíamos hacer era tratar de pararlo con la planta a contrabote. Y tampoco. Así que tirábamos el balón fuera, presionábamos el saque de banda y así íbamos avanzando hasta llegar al borde del área. Y entonces tampoco mirábamos a la portería. Parece fácil verte de frente al borde del área, dar dos pasos y pegarle con el alma. Y alguna vez sucumbíamos a la tentación. Y entonces podían pasar dos cosas: o el balón se iba a las nubes o el balón ya había botado tres veces antes de entrar en el área y llegaba despacísimo a las manos del portero con todos los rivales descojonados y los tuyos abroncándote entre risas. Por eso los goles los metíamos dando pases avanzados al compañero (jamás al pie) y metiéndonos todo el equipo con el balón dentro de la portería. Si no, ni por asomo. En aquel campo y con aquel balón era imposible. Ya digo que en la tele queda muy bien, pero siempre tuve la certeza de que los profesionales juegan sobre moqueta y con balones de goma o de playa, si no de qué esos pases largos, esos zambombazos, esos controles y esos cabezazos.
Y luego estaban nuestros sueños. Todos estábamos seguros de que teníamos aptitudes y de que allí se estaban desaprovechando. Y si no estábamos jugando en Primera era por algo circunstancial, cuestión de mala suerte. Simplemente no habíamos estado ni en el lugar ni en el momento exacto. Y estábamos todos convencidos de que alguna vez pasaría alguien que se fijaría en algo imperceptible, verdadera esencia de nuestro talento, que nos llamaría y que nos pondría en nuestro sitio natural, es decir, en Primera División y jugando Champions, Europeos y Mundiales. Porque nosotros condiciones para jugar en patatales con balones gigantes de hormigón, ninguna, pero para jugar con balones de goma o de playa sobre moqueta, vamos, Pelé y nosotros y no sé si por ese orden.
Y llegó Estanis. Estanis estudiaba en el Politécnico y jugaba en Tercera División. Nos dijeron que se estaba recuperando de una lesión y que por eso le dejaban jugar en nuestra liga, para que cogiese ritmo. Aquel tío era un fenómeno. No sé qué hacía pero todos los balones le llegaban siempre a él. Siempre estaba bien situado. Y cuando le caía el balón lo paraba y lo dejaba muerto. Y le daba de cabeza. Y no se moría. Y en sus pies el balón tenía un tamaño normal. Y era una maravilla verlo entrar por la banda. Y jugaba con las dos piernas. Y tiraba desde fuera del área y el balón llegaba a la portería a una velocidad pasmosa. Y se hinchó a meternos goles. Y ese tío jugaba en Tercera. Ese tío jugaba en cuarta categoría. Y nosotros le odiábamos, no porque fuese un mal tipo, que no lo era, ni porque fuese un alquimista que transformase el hormigón en goma, que tampoco lo era, ni por envidia, sino porque sólo andando por el campo nos estaba diciendo a gritos lo malísimos que éramos, que dejásemos de soñar, que nos dedicásemos a estudiar y nos olvidásemos del fútbol porque éramos unos paquetes, porque éramos una banda, porque éramos malos como la carne de perro. Lo odiábamos porque ese tío estaba hecho del material con el que se destruyen los sueños. Jugó poco en nuestra liga. Desapareció dejando tras de sí una estela de desencanto. Y el fútbol nunca volvió a ser lo mismo. Nosotros sí. Seguimos siendo igual de malos, pero ahora que lo sabíamos jamás volvió a tener la misma gracia.
martes, 28 de febrero de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
7 comentarios:
Recuerdo la primera vez que pisé un campo de fútbol. Me pareció enorme, pero como yo era pequeño, supuse que sería un tema relativo y que a los mayores no les parecería tan grande.
Ahora ya no sé cómo explicar lo interminable que se puede hacer una carrera por la banda o lo lejísimos que queda la portería del borde del área. Bueno, eso por no hablar de la portería, que te pones en un palo y el otro parece el banderín del córner.
Me rompes en pedazos cada vez que haces una reflexión deportivo-personal, porque son gloriosas. Nostalgias de uno que atesora un bicampeonato en la Liga interna de fútbol sala de la facultad como su mayor logro universitario. Y me has hecho recordar que mis primeras patadas las di en el patio de un colegio que estaba en la azotea del edificio. Un mal tiro y adiós a la botella de cacaolat que nos servía de balón. Si éramos capaces de domar eso, seguro que un balón también... Pero no. Estanis hay unos cuantos por ahí sueltos.
Cuando estás compitiendo en una pista de atletismo alrededor de un campo de fútbol, Álex, el campo te parece todavía más interminable.
Botellas de plástico, sí. Y el papel de plata que envolvían los bocadillos del almuerzo. Con las bolas hechas con ese papel de plata en el recreo hemos practicado todos los deportes.
Pues yo sigo convencido de que no triunfe en el fútbol por falta de suerte. De hecho, la única persona en el mundo a la que odio a muerte es al entrenador de cadetes que solo ponía a los enchufados de siempre. 3 décadas después sigo acordandome de su familia cuando lo veo.
De donde se deduce que si dejas comentarios a las siete y pico de la mañana es por culpa de tu entrenador de cadetes. Si no de qué ibas a tener tú este horario.
Yo era defensa y en el gran patio del colegio Escolapios de la Malvarrosa di algunas de mis primeras patadas a un espigado rubiales que por entonces jugaba de delantero:
Enrique Moreno. Jugador de 1ª división del Valencia y Valladolid entre otros.
Hace pocos días que falleció.
Vaya desde aquí mi homenaje. D.E.P.
Recuerdo a Moreno, sobre todo porque coincidió con Morena en el Valencia y el chiste era fácil.
Yo con quién estuve en el colegio fue con José Antonio Montero, que jugó en el Joventut, en el Barça y en la Selección. Era un año mayor que yo, pero coincidíamos en los entrenamientos de atletismo. Saltaba altura y no se le daba mal, aunque le fue mejor en el baloncesto, desde luego.
Publicar un comentario