Árboles sureños soportan frutos raros.
Sangre en las hojas y sangre en la raíz.
Cuerpos negros se balancean en la brisa sureña.
Frutos extraños cuelgan de los álamos.
Escena pastoral del galante sur.
Los ojos saltones y la boca retorcida.
Perfume de magnolias,
dulce y fresco.
Y el olor repentino a carne quemada.
Aquí está el fruto para que lo arranquen los cuervos,
para que la lluvia lo tome, para que el viento lo chupe,
para que el sol lo descomponga, para que los árboles lo tiren.
Es ésta una extraña y amarga cosecha.
Abel Meeropol, bajo el seudónimo de Lewis Allan, escribió el poema titulado “Strange fruit”. Los versos hacen referencia a los cadáveres de los negros que colgaban tras su linchamiento. Posteriormente el propio Lewis Allan lo musicó y Billie Holiday lo incluyó en su repertorio. Era Billie Holiday un personaje al cual si podía ocurrirle algo malo le ocurría, entre otras muchas razones porque estaba siempre dispuesta a tener problemas. La culpa no es siempre de los demás. En realidad pocas veces la culpa es de los demás. Pero cantaba como nadie. Y cuanto peor estaba mejor cantaba. Es “Strange fruit” una canción especial. Tal vez sea discreta, tanto que incluso podría parecer anodina. Pero sabe de su grandeza y, simplemente, espera su momento. Y suena de fondo. Suena tantas veces como haga falta. No tiene prisa. Hasta que, de repente, se te insinúa. Y empiezas a estremecerte. –Aquí está pasando algo. Y la vuelves a escuchar, esta vez detenidamente, esta vez con los ojos cerrados. “Strange fruit” siempre figura en cualquier lista que se publique de las canciones más tal y más cual. No sé para qué sirven esas listas, si es que sirven para algo. Cada uno tiene sus preferencias y sus gustos. Cada cual te puede hacer la suya. Y es tal la discreción de “Strange fruit” que, cuando pienso en mis canciones favoritas, nunca me acuerdo de ella. Pero, siempre que la escucho, al terminar tengo la sensación de no ser la misma persona que comenzó a escucharla. Siento como si me hubiese recorrido y devastado un río de lava. Un río de escarcha. Un río de silencio.
P.D.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
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8 comentarios:
Una imagen estremecedora, desde luego. B. Holiday acentúa en su interpretación el extrañamiento ante la visión de dicha imagen: dolorosa, sí, pero quizá sobre todo en su repulsiva estampa. Más cerca del estómago que del corazón, ¿no?
Bueno, pienso que esta canción sólo se puede cantar desde el estómago y sólo se puede escuchar con el estómago. Es absolutamente descarnada.
Lo único que se puede hacer tras leer esto es escuchar la canción.
Yo escuché la canción después de mucho tiempo y entonces pensé en la entrada. Luego seguí escuchando a Billie Holiday. Continué con Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald. Y con Louis Armstrong. Y seguí con distintas versiones de los estándares americanos. Y en el coche llevo un recopilatorio de canciones de Berlin, Gershwin y Porter. Esto es un no parar. Un no parar de disfrutar, claro.
El horror, ah, el horror, siempre tiene quien le escriba y quien nos espeluzne. Y para espeluznar Holiday va sobrada.
Cambio de árbol para alegrar las penas: del "strange fruit hanging from the poplar trees" al "birds singing in the sycamore tree".
Nos vemos el dichous.
A mí me gustan las cintas amarillas que se atan en los viejos robles.
http://www.youtube.com/watch?v=7NCZ4l8FCFc
El dichouses yo diré ninety-nine pero ni de coña i will kiss you.
Impenitente mío, Cariacontecido de mis entretelas, just hold me tight and tell me you'll miss me.
Estimado G., como ganemos sí que te holderé tight.
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