A la mili llegué con una cierta edad pero muy bisoño en casi todo. Siempre estudiando y siempre pegado a las faldas de mi madre, los chavales de dieciocho años que salían el viernes a mediodía del cuartel y volvían el lunes sin haber pegado ojo en todo el fin de semana, que traficaban con las pastillas encima de las literas y cuyo vocabulario se reducía básicamente a la expresión –qué caña, nano- me daban sopas con honda y al principio no he de negar que me intimidaban bastante. Luego les fui perdiendo el respeto, más tarde les cogí cariño y hasta me emocioné cuando me despedí de ellos.
Con quien hice más amistad durante la mili fue con los mandos. Tenían más vocabulario, sus conversaciones eran más amenas (incluso con el debido respeto) y la mayoría no eran mucho mayores que yo. El trato con los mandos me permitió descubrir algo que en su momento me dejó un tanto perplejo pues, dada mi inexperiencia, me parecía algo irreal e inverosímil.
El descubrimiento era muy simple. Un profesional tiene que trabajar cuarenta horas semanales para cobrar un sueldo. Los mandos eran profesionales. ¿Qué tenían que hacer? Realmente nada. O digamos que apenas nada. ¿Cómo completaban las cuarenta horas? Pues inventándose el trabajo. ¿Y eso cómo se consigue? Pues burocratizando todo y dándole, además, una solemnidad y un boato (para eso los militares y los curas no tienen rival) magnífico. Dentro de los mandos con los que traté había de dos tipos: los que eran conscientes que la mayor parte de su tiempo lo empleaban en algo absolutamente inútil y lo consideraban como gajes de su oficio y luego estaban los que, sospecho que para darse mucha importancia, consideraban que su trabajo era crucial para el equilibrio del universo. Los primeros solían ser bastante más majos y agradables que los segundos.
Terminé la mili y, tal y como se cerró la puerta del cuartel tras de mí (de la mili no te ibas. Te echaban) pensé que dejaba detrás un mundo completamente ficticio. Me había resultado curiosa y divertida mi experiencia militar, pero siempre tuve la sensación de que estaba viviendo en un mundo irreal. Volví a ser civil y, con dificultades (la famosa crisis del noventa y tres), me incorporé al mundo laboral en el ámbito privado. Y, oh sorpresa, descubrí que en el mundo de los beneficios, de los rendimientos y de la productividad también existía un verdadero culto a lo inútil. Y también estaba rodeado de pompa y firuletes dorados. Algunos lo llamaban Normas ISO. Otros Real Decreto una cifra barra un año. Y tenían su jerga propia. Y lo malo era que muy pocos eran conscientes de que se trataba de una gran mentira. Una gran mentira cargada de verdad ya que mueve muchos millones, pero al fin y a la postre algo tan prescindible y superfluo como…bah, no sigo que me estoy aburriendo hasta yo.
jueves, 10 de noviembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
7 comentarios:
Sigue, sigue, que a mí no me aburren nada estas cosas... Es más, casi te proponía que diéramos un golpe de estado contra la burocracia y lo inútil... Ya sé que yo soy el ingenuo, pero date cuenta de que yo nunca hice la mili, ¿cómo iba a aprender estas cosas a tiempo...?
a todos esos les tenían que haber declarado "inútil" antes de hacerlos mandos militares, no?
Algunos dicen que "inteligencia militar" es un oximorón. Yo he de decir que la mayoría de los mandos con los que coincidí eran muy buena gente.
El otro día leí que las aplicaciones con más éxito en el iPhone eran las que no servían para nada. Podríamos dar un golpe de estado contra lo inútil pero dudo mucho de su éxito.
No sé si te habrías percatado, pero la relación entre Normas ISO y la cantidad de iluminados que hay siguiendo dicha normativa.
Vaya, "historias de la puta mili".
No quiero abrir la caja de los truenos con el tema pero la vida del funcionario en ocasiones se torna dura cuando tiene que esforzarse en completar esas ocho horas haciendo algo. Productivo o no es lo que menos importa. Y no todos los funcionarios son iguales y en la empresqa privada, coincido contigo, también pasa. Pero a los funcionarios les pago yo. Y usted también.
Yo podía haber objetado o podía también haber invocado mis multiples enfermedades para quedar exento pero sinceramente tenía curiosidad por hacer la mili (y por disparar un fusil de asalto qué diablos).
Yo siempre he considerado aquellos meses como unas vacaciones de la mente (que no del cuerpo). Coincido en que siendo como era un mundo absurdo lo cierto es que ahora lo considero mucho más comprensible que lo que vino después, función pública incluida.
Hombre, Maladroit. Celebro.
También pagamos a los militares.
A eso voy, Sisterboy (qué gran rima). La mili parecía un mundo irreal y absurdo que luego, con más experiencia, ves que no es un hecho aislado y que no se diferencia mucho del resto.
Publicar un comentario