lunes, 1 de agosto de 2011

La náusea y la náusea

Puestos a leer, parece que el verano sea tiempo de lecturas ligeras e intranscendentes mientras que es en invierno cuando se deben de acometer las grandes empresas. No lo suelo hacer así. Es en verano cuando más tiempo tengo y fue en verano cuando me leí el Quijote, los grandes tochos de Dostoievski y Tolstoi y los novelones de Steinbeck además de los veraneos que pasé en la Yoknapatawpha de Faulkner y los que estuve de polizón con Conrad. En verano, como en invierno, mejor Otis Redding que Georgie Dann.

Fue durante las clases de filosofía de COU cuando me prometí que algún día me leería “Así habló Zaratustra” de Nietzsche y “La náusea” de Sartre. Con Zaratustra logré la increíble gesta de llegar a la segunda página. Orgulloso y emocionado con mi proeza cerré el libro satisfecho y pensé –ya he leído toda la filosofía que tenía que leer en toda mi vida.

El tiempo pasa. Algunas cosas se olvidan. Verano de dos mil once. El verano me confunde. “La náusea” está en la mesita preparada para salir. Preparados. Listos. Ya.

Antoine Roquentin vive en Bouville. Está preparando un estudio sobre el Marqués de Rollebon. Vive en una pensión. Comienza a escribir un diario.

Página diez. La novela me recuerda a “El proceso” de Kafka. ¿Es kafkiana esta novela? No lo sé. A lo mejor es dantesca. A lo mejor es kafkiana y dantesca. El caso es que ahí estoy. Todo es sórdido. Todo es miserable. Todo es pesimismo. Me gusta la atmósfera del libro.

Página veinte. Empiezo a estar cansado de la atmósfera. Todo es atmósfera. Nada tiene sentido para Antoine. Todo es absurdo. No pasa nada. Nunca pasa nada. Tampoco es que tenga que pasar algo, pero de vez en cuando ayuda, por lo menos al lector.

Página treinta. Primer amago de pegarle una patada al libro y mandarlo a hacer puñetas. Impenitente, tú puedes. Eres maratoniano. Eres muy capaz de soportar un sufrimiento prolongado. Tienes que acabártelo. Tú eres culto. Tú eres transcendente. Tú no eres un ignorante. No te vas a rendir. Sólo se rinden los cobardes. Resiste.

Página treinta y cinco. No soy capaz de leer tres líneas seguidas. No es que no entienda nada (algunas cosas sí que las entendía). Es que soy incapaz de concentrarme. Todo me distrae. Céntrate. Céntrate. Buenos días, mosca. ¿Tú por aquí?

Página cuarenta. Sudores fríos. Taquicardias. Hasta aquí hemos llegado. No puedo más. Se acabó. Soy un cobarde. Soy un tío intranscendente. Soy un inculto. Soy un ignorante. Lo sé. Lo asumo. Cargaré con ese estigma el resto de mi vida. He fracasado. Me rindo. Me retiro. No habrá otro libro de filosofía en mi vida nunca más.

Antes de devolver el libro a su estantería lo abrí por una de las últimas páginas. No es que tuviese curiosidad por si al final Roquentin se casaba o no. Fue no tanto un acto de despedida, sino una búsqueda de algo que pudiese motivarme a seguir leyendo, algo que me hiciese reconsiderar el abandono del libro. Entonces leí lo siguiente:

Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad.

Un placer, Antoine. Y hasta nunca.

15 comentarios:

Arual dijo...

¿Ahora entiendes el por qué del título "La Naúsea"? Jeje!!

Álex dijo...

Ah, la contingencia. ¿Qué sería de nosotros sin la contingencia? Es esencial, sin duda.

Camilo dijo...

Es que a quién se le ocurre leer a Sartre y más aún en verano. Te recomiendo vivamente "Gentes del siglo", una recopilación de artículos de Indro Montanelli. Yo me lo estoy pasando pipa.

Slim dijo...

con tantas cosas divertidas para leer y tu sufriendo! eso de ser maratoniano no es muy bueno que digamos.

SisterBoy dijo...

Mi único contacto con la filosofía tuvo lugar durante los dos últimos años del Instituto. Lo cierto es que Nietzsche era un filosofo bastante popular en clase, y algunos sí que nos comprometimos a tratar de leerlo algún día, al menos yo ni lo he intentado.

En cambio Sartre estaba considerado universalmente como un coñazo, creo que tampoco tendré ocasión de comprobarlo. Además por lo que tengo entendido sus calaveradas (y las de la Bouvier con la que compartía amantes según se cuenta) parecen mucho más entretenidas y creo que alguien las ha transcrito al papel.

Sobre la absurda autodisciplina del lector a la hora de terminar un texto que aborrece comentaré algo próximamente con motivo de mis propias lecturas veraniegas.

El Impenitente dijo...

Cada vez que veo a todos esos tíos que llevan un bolsito en bandolera (habitualmente acompañado por chanclas y pantalones bermudas por debajo de las rodillas con muchos bolsillos) siempre me pregunto: ¿qué llevarán en el bolsito? Ahora ya lo sé: llevan la contingencia. ¿Y por qué? Porque es esencial.

¿Montanelli? Me lo apunto.

La autodisciplina por acabarse un libro tiene algo que ver con los complejos culturales. Es duro sentirse menospreciado. ¿No pudiste con Sartre? Normal. Donde no hay mata no hay patata. Y eso molesta.

SisterBoy dijo...

A esos les pondría yo delante "Volveras a Región" de Juan Benet a ver cuanto duraban (yo tarde como tres meses y mira que el libro es pequeño)

GARRATY dijo...

Lo tuve en la mano para traermelo a la playa. Menos mal que lo devolví a la estantería. Con dos niñas y leyendo a salto de mata, yo si creo que es mejor la lectura ligera.

Peri Lope dijo...

La lectura ligera es mejor. La lectura ligera y profunda ideal, pero no está al alcance de muchos escritores poder proporcionarla. La de Sartre es profunda, pero no ligera.

Al librero lo licenciaron en Filosofía, pero no sabe mucho de Sartres ni naúseas. A Nietszche lo tiene más claro, de hecho se matriculó en la carrera por su culpa, como tantos otros.

Juan Rodríguez Millán dijo...

La verdad es que mis ritmos y gustos lectores nunca se han regido por las estaciones del año. Pero lo de la contingencia me ha dejado perpeljo... ¿Estaré, pues, equivocado...?

El Impenitente dijo...

El tostonazo que más me costó terminar (y me lo terminé) fue "La tentación de San Antonio" de Flaubert. Parece mentira que el mismo tío que escribió "Madame Bovary" y "La educación sentimental" escribiese también "La tentación de San Antonio" y "Salambó" (este último fue abandonado de manera inmisericorde).

El Impenitente dijo...

Garraty, con lecturas pesadas, al intentar saltar la mata te la llevarías por delante. Y si el chiste te ha parecido malo es porque es muy malo.

Peri Lope, sería graciosa una encuesta preguntando a los estudiantes de Filosofía qué filósofo les llevo allí y así saber qué filósofo despertó más vocaciones.

Creo que en Telecinco están a punto de interrumpir la programación para informar que lo esencial es la contingencia. Mucho me temo, Juan, que sí que estás equivocado.

Anónimo dijo...

Impenitente, vas a tener que abrazar mi máxima filosófica: "a un hombre sólo le pido tres cosas: que sea guapo, implacable y estúpido". Vale que la perla es de Dorothy Parker, tan iluminada como Sartre y bastante más asequible.
Mi recomendación sería López López, de Juan Aparicio Belmonte.
Un abrazo,
Jaramiel

Anónimo dijo...

Aunque claro, el tío aún no la ha palmado y tú solo lees autores momificados.
Jaramiel

El Impenitente dijo...

Tomo nota de Dorothy Parker, de su pluma afilada y de sus relatos tristes. Tiene buena pinta. Respecto a Aparicio Belmonte, a pesar de la gran belleza de su segundo apellido, esperaré a que comiencen con el proceso de momificación de su cadáver.