lunes, 6 de octubre de 2025

Las memorias y el futuro

Dentro de “El jinete polaco”, de Antonio Muñoz Molina, se nos cuenta la historia de Florencio Pérez Tallante, subinspector y luego comisario en la policía de Mágina (trasunto de Úbeda) y, también, poeta. No tenía nombre de policía ni tampoco maneras. Nunca resolvió un caso ni arrancó una confesión, siendo sus momentos preferidos cuando podía dedicarse a no hacer nada y a medir endecasílabos (lo cual me parece una profesión fabulosa. Perdone, usted ¿a qué se dedica? ¿Yo? Mido endecasílabos. Qué suerte). Tampoco tenía nombre de poeta, aunque era su género predilecto, puesto que consideraba la prosa como algo menor. Escribía en el reverso de formularios oficiales y le gustaba enviar poemas a concursos, siempre bajo seudónimo. Alguna vez ganó algún premio, pero nunca fue a recogerlo. Por falta de valor. Y por vergüenza.

Cuando llegó su jubilación confiaba en que le hicieran un gran homenaje. No ocurrió. Sólo tuvo una reseña en el periódico local. Viudo, se fue a vivir a casa de su hija y de su yerno, el cual lo menospreciaba sin disimulo, y pensando en cómo llenar su tiempo, decidió apartar la poesía, subir de categoría la prosa y empezó a escribir sus memorias.

Y comenzó a escribirlas en la parte de atrás de formularios del carnet de identidad (que se había llevado, vergonzosamente, a casa). Y sintió un miedo atroz a morirse antes de que pudiera completarlas. No murió. Las terminó. Enseguida. Con tristeza vio los no demasiados folios que ocupaban. Y el tiempo que tenía todavía por delante. No se desanimó. Y siguió escribiendo. Continuó con sus memorias. Sus memorias del futuro. En ellas iba resolviendo todos sus problemas familiares o bien contaba un viaje a Madrid, volviendo a recorrer los lugares que visitó antaño. Murió durante los preparativos de su homenaje por sus bodas de oro con la policía y la literatura que el Círculo Cultural y Recreativo de Mágina le iba a ofrecer. Ni siquiera en sus memorias tuvo su reconocimiento.

Éstas son las historias que, cuando uno las lee, inmediatamente piensa en sí mismo. No tanto por empezar a escribir mis memorias (queda un poco cínico decir esto cuando llevo casi un tercio de mi vida escribiendo en este cuaderno y en alguno anterior y siendo, normalmente, el protagonista) sino por cómo serían esas memorias del futuro que uno escribiría.

Lo primero que se viene a la cabeza serían cosas gloriosas. Narrar cuando, ya jubilado, marcaría el gol (a pase de Fernando Torres) que le daría la Copa de Europa al Atlético de Madrid. O contar metro a metro la final olímpica de ochocientos en la cual ganaría el oro derrotando, ya que nos ponemos, a Joaquim Cruz y a Sebastian Coe. Y también, reflejar mi sorpresa cuando me dieran el Premio Nobel, preferentemente el de literatura (tengo tantas probabilidades de ganar éste como el de medicina, pero son mis memorias, ¿no?). Las dos primeras cosas serían felicidad pura. La tercera, confieso que me haría ilusión no tanto por ganarlo como para que rabiasen todos los mendrugos con los que me toca coincidir allá donde vaya.

Esto sería lo primero (pensaba añadir llenar Wembley no sé cuántas noches consecutivas interpretando mis canciones, pero esto ya sí que me pareció disparatado. Lo anterior, no). Luego me entró cierto cargo de conciencia. Critico la vanidad y sus estragos y me dejo arrastrar por ella a la mínima. Y me pregunto hasta qué punto no seré un frustrado por no haber logrado un reconocimiento masivo cuando mis primeros pensamientos, en cualquier oportunidad, van hacia los focos y el oropel. Una vez serenado, me di cuenta de que mis memorias futuras serían muy parecidas a las pasadas sólo que llenando el tiempo a voluntad, sin interferencias: la familia, nuestros paseos, nuestros viajes, la evolución de nuestros hijos, correr, mis tardes viendo atletismo, ciclismo, snooker, deporte, los partidos del Atleti, el Secarral, leer, los amigos, nadar, la bicicleta, ver películas, escuchar música, descubrir canciones, escribir…

Antes de viajar a Las Vegas donde actuaría diez noches seguidas con todo vendido.

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