jueves, 30 de octubre de 2025

Dos gardenias

No me gusta “Dos gardenias”. No me gusta. Ni cuando la canta (don) Antonio Machín. Ni siquiera. Machín. Qué bueno era. Tenía (y tengo) un disco doble suyo. Me grabé una cinta con mis canciones favoritas de aquellos discos que sonaba en mi coche cada vez que subía. No sólo entonces. Mi padre hizo obra en la casa familiar de la capital del Secarral: levantó una altura la casa. Y nos pintamos toda la obra nueva entre mi padre, mi hermano y yo. Y la pintamos escuchando una y otra vez aquella cinta de Machín (me quedó la tara de que, cuando lo vuelvo a escuchar, cojo un rodillo imaginario y lo empapo, lo escurro y lo arrimo a la pared más cercana). A mi padre también le gustaba y mi hermano no protestó. De vez en cuando los obligaba a parar, bien para recrearnos en un fragmento, bien para que se fijasen en la letra (¿cómo puede uno quedar impasible ante –ya los claros fulgores de luna matizando estaban tu pálida faz. Al mirarlos sentí que la luna musitando estaba un reproche tenaz? ¿Cómo?). “Toda una vida”, “Esperanza”, “Confidencia de amor”, “Ya sé que tienes novio”, “Camarera de mi amor”, “Navidad”, “Un compromiso”, “Corazón loco”, “El huerfanito”, “Vete de mí” y la legendaria “Amar y vivir”. “Dos gardenias” no estaba en esa lista. No. No me gusta.

No me gusta “Dos gardenias”. No me gusta. Ni cuando la canta Ibrahím Ferrer en ese disco (que es tanto un disco como un milagro) llamado “Buena Vista Social Club”. Hace poco volvimos a ver la película (o documental) del mismo título. Volvimos a emocionarnos viéndolos sobre un escenario. Volvimos a celebrar que una serie de casualidades hicieran que se reunieran, ya ancianos la mayoría, Compay Segundo, Rubén González, Eliades Ochoa, Omara Portuondo, Ibrahím Ferrer, Puntillita Licea, Pío Leyva, Cachaíto López o Barbarito Torres; y que grabaran. Volvimos a cantar (aunque en la película no salgan dos de mis canciones favoritas de ese disco: “Murmullo” y “Amor de loca juventud”). Y también volví a odiar a Ry Cooder y a su afán de chupar cámara, por mucho mérito que tuviera en todo aquello, a los ruiditos (ridículos) que tenía que meter con su guitarra en cada canción y, por extensión, a su hijo, un nepote de manual. “Chan chan”, “El cuarto de Tula”, “Y tú, ¿qué has hecho?”, “Veinte años”, “El carretero”, “Amor de loca juventud”, “Orgullecida”, “Murmullo”. “Dos gardenias”, no. No está entre ellas. No me gusta.

“Dos gardenias” fue escrita por la pianista cubana Isolina Carrillo en 1947. No la consideraba su mejor canción, lo cual no impidió que en su lápida estén grabadas dos gardenias. No me gusta. Creo que ya lo he dicho. Y no me gusta porque no puedo con el principio. Ese “dos gardenias para ti, con ellas quiero decir, te quiero, te adoro, mi vida” (lo que me ha costado escribir esto) me afectan al pudor, me hacen sentir vergüenza ajena. Tiene más de caricatura que de canción. Quizá lo tengo en el subconsciente porque todos lo que trataban de imitar a Machín lo hacían distorsionando (ridiculizando) este principio. Y ese subconsciente se rebela cuando empieza. Si supero el principio, la canción es una maravilla. Desde “Ponles toda tu atención” la canción se eleva hasta lo sublime. Pero nunca me acuerdo de lo que viene después. Y nunca la escucho. Veo el principio y siento que es infranqueable. Y paso a la siguiente. Mis complejos también son más fuertes que mi sensibilidad.

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