domingo, 15 de septiembre de 2024

El día en que toqué fondo

El viernes por la tarde hice uno de esos rodajes que se tardan en olvidar. Salí para correr cuarenta minutos y terminé haciendo hora y veinte. Hice una etapa montañosa con varias tachuelas y tres puertos. Cuando me quise dar cuenta estaba subiendo el cerro Espartoso (se llama así). Bajé, crucé la carretera por el paso subterráneo (poco transitado, por la cantidad de cardos que me llevé por delante), hice un tramo de senda y subí hasta más allá del punto limpio dejando a mi izquierda el cerro Puto (se llama así). Bajé y, al llegar a la carretera de Rada, vi que tenía dos opciones: o irme para casa atravesando el pueblo, sin apenas desnivel, yendo por la plaza del Pilar y las Aguardas, o subir hasta el castillo por sendas. Teniendo en cuenta que ya era, prácticamente, noche cerrada, hice lo más inteligente: me subí al castillo. Coroné y ya, por la circunvalación, para casa. Pletórico. Feliz. De los días para recordar.

El sábado por la mañana hice los cuarenta minutos tranquilos que tendría que haber hecho la tarde anterior y me fui para el Paseo. Han recuperado este año la tradición de hacer una carrera pedestre el sábado del fin de semana de la Virgen. Cuando llegué, me sorprendió porque ya estaba todo montado. Y me sorprendió porque, en el pasado, anunciaban la carrera a las diez y a las diez y cuarto aparecía el primero de la cofradía a preparar (con un resacón de órdago). Y si les preguntabas -pero ¿no era a las diez? - encima te gritaban. -Me he acostado a las tantas, ¿qué quieres? Este año, allí estaba el arco de salida, las inscripciones y todo el circuito marcado. Fieles a sus costumbres, nunca han repetido, ni circuito ni distancia. Este año decidieron hacer un cross. Por los dos parques y por el Paseo. Muchas más curvas que rectas. Hasta encendieron el riego. Cuatro vueltas. Menos de tres kilómetros y medio. Esta carrera no era para mí. Por eso sumé kilómetros antes y allí estaba, a lo que saliera y a hacer bulto.

En menos de un cuarto de hora ya había cruzado la meta. Me ganó gente que no me tenía que haber ganado. Con un par de vueltas más habría cambiado la cosa. De hecho, mi última vuelta fue la más rápida y terminé con ganas de más. Pero bueno, quedé contento. Fui sin pretensiones y me encontré bien.

Me entretuve charlando. Y ya me iba a ir para casa cuando me pidieron que me quedase, que iba a subir al podio.

- ¿Podio? Qué va. Si no he hecho puesto.

Había corrido un chaval de diez años. Y querían tener un detalle con él. Y, para quedar bien, habían decidido premiar al más joven.

Y no sólo al más joven.

También al más mayor.

Al más mayor.

Al más viejo.

Y ése era yo.

Dudé cómo tomármelo y me di cuenta de que sólo tenía un camino. Al menos hacia fuera.

Y empecé a reírme.

Y aguante todo el turbión de bromas que me asolaron aquel día.

Y no perdí la sonrisa.

Y me reí con ganas.

Pero, y esto lo digo aquí, no lo veo tan gracioso.

Joder, que los podios que hice siempre fueron porque me los gané. En la pista. En el asfalto. Y éste no tiene ningún mérito. Éste tiene un tufillo condescendiente que tira para atrás, aparte de que es como si me estuvieran enseñando la puerta para salir y se estuviera preparando mi homenaje. Tal vez no sea para tanto. Fue sólo un detalle y de carambola. Pero estos reconocimientos entran en la rueda de esas frases de palmada en la espalda medio compasiva (para tu edad) o de los verbos conservar o aparentar. Y me molestan. Porque me pego palizas como la del viernes y las disfruto igual que siempre. Porque cuando me pongo un dorsal salgo a competir. Aunque tampoco se trata de demostrar nada. Pero como estoy enrabietado, como me he picado, como, a pesar de reírme y aguantar con una sonrisa los chascarrillos de los demás, me tocó las narices un poco (mucho) que me reconociesen como mérito ser el más mayor de una carrera (y me señalasen. Eso me jode más), protesto. Y gruño. Y reniego.

Pero sólo aquí.

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