jueves, 11 de julio de 2024

Instrumentos desafinados

Luis Landero ha vuelto a cruzarse en mi vida. “Caballeros de fortuna”. Su segunda novela. Landero me gusta. Mucho. Su forma de escribir. El lenguaje que utiliza. El sabor de cada una de sus frases. Sus personajes. Sus destellos mágicos.

Sus padres le habían contado algunas cosas maravillosas que ocurrían en el mundo. Le habían contado por ejemplo que las chicharras se alimentan de rocío y que, cuando se juntaban muchas, podía pasar que al amanecer ellas se hubieran comido ya todos los brillos y el sol no encontrase entonces un asidero donde agarrarse y prender su lumbre. En ese caso era preciso que todos los gallos uniesen sus fuerzas para orientar con sus cantos al sol y ayudarlo a salir. Pero, ¿Qué ocurriría si un día vencieran las chicharras y no saliese el sol? ¿Cómo sería vivir siempre de noche?

Hay escritores, la mayoría, que, cuando los lees, te iluminan el camino de la lectura pero te cierran el de la escritura. Disfruta leyendo pero no intentes hacer lo que yo hago, porque no eres capaz. Ni lo serás. Hay otros, pocos (sólo recuerdo a Cortázar y a Landero), que te estimulan a lo contrario. Escribe. Deja salir lo que tienes. No te importe si es bueno o malo. Eso es indiferente. Disfruta escribiendo. Luego, rómpelo si quieres. O no lo leas. Pero que nadie, que ningún miedo, que ningún complejo frene el placer de convertir en palabras lo que ahora mismo te recorre.

Y no sólo a escribir. Algunas veces te sugieren ideas un tanto peculiares. Y serán mejores o peores, pero, en su momento, te parecen ingeniosas y divertidas.

Un día se le ocurrió desde las brumas de su septiembre infuso que podía afinar las esquilas de las cabras para que hiciesen música, y se pasaba las tardes templándolas con una lima y concertándolas entre sí. Aquella campanillería sonaba desde luego a música del demonio, pero él no se cansaba de asegurar que, combinando los graves con los agudos al andar presto o largo de los animales, y dirigiendo luego sus movimientos con maestría de pastor de orquesta, había conseguido sacar algunos compases de zarzuelas famosas

Y me puse a pensar en la película “Babe, el cerdito valiente”. Y pensé en esos campeonatos de perros (cerdos) pastores. Y pensé en lo bonito que sería ver a todas las ovejas (cabras) entrando en el redil mientras con las esquilas tocan “La Zarzamora” o el “Coro de los esclavos judíos” de Nabucco.

Conforme iba avanzando en la novela, lleno de euforia y de estímulos, decidí que tendría que escribir sobre ella. Y entonces, crecido como estaba, pensé es describirla como una sinfonía interpretada por instrumentos desafinados (no como los cencerros, todos perfectamente afinados). Tuve un segundo de autocomplacencia hasta que caí en dos cosas. Primera, relacionado con las personas, ¿Quién está afinado y quién desafinado? Y segundo, ¿Cuántas grandes novelas escritas no son sinfonías cuyos personajes están fuera de tono? Más que una descripción parecería una categoría. Ana terminó de rematarme, cuando me dijo que ni siquiera era original. Y era cierto. Juan Antonio Vallejo-Nágera, que era psiquiatra, escribió “Concierto para instrumentos desafinados”.

Deambulando por Google buscando reafirmar la brillantez y la originalidad de mi idea sobre los instrumentos desafinados, me encontré con este vídeo (sin imágenes).




Haré un pequeño resumen del mismo. A finales de los sesenta, principios de los setenta, en el Reino Unido, dentro del mundo musical, hubo un personaje de nombre Gavin Bryars que se movía cómodamente en la fina línea que separa ser un transgresor de ser un sinvergüenza. Una de las ideas que tuvo fue la de crear una orquesta, a la que llamó Portsmouth Sinfonía, donde ninguno sabía tocar el instrumento que portaba. Empezó como una broma, y terminó convirtiéndose en un fenómeno de culto, llegando a tener hasta ochenta miembros. Lo que era un chiste, fue revestido de cierto contenido filosófico (celebración del amauterismo, burla del fracaso, aparición del prepunk). Grabaron discos (sólo una toma por grabación), hicieron giras y, un buen día, dejaron de actuar. Según las malas lenguas, porque ya habían aprendido a tocar. Supongo que sería porque, o bien ya no eran graciosos, o bien ya no se divertían. O por las dos cosas.

Vuelvo al libro. Y, aunque sea poco original, no renuncio al símil de los instrumentos desafinados (lo que Landero despierta, con Landero se queda). Tras conocer a los personajes, a los instrumentos, vemos como sus caminos comienzan a entrecruzarse y uno de los instrumentos, con el que simpatizo, tal vez el que mejor suena (tendría un pie fuera en la Portsmouth Sinfonía), siempre en la escala de los grises, empieza a tocar en la longitud de onda del resto de los colores. Y lo que hasta ese momento era una obertura deliciosa que había disfrutado como espectador, pasa en esos momentos de color a ser una sinfonía con un ritmo allegro giocoso ma non troppo vivace (toma ya). Y va subiendo el ritmo. Y los colores son más vivos. Y en el final del último movimiento, con cuerdas, vientos y percusiones allegro molto, el instrumento desafinado, en quien he invertido mi ilusión, mis sueños, mis deseos, observa como todos los colores se diluyen delante de él y su vida se funde en negro de manera irremisible.

Y los cencerros empiezan a sonar como una música del demonio.

Y lo que era una hermosa sinfonía se convierte a mis ojos y en mis oídos en “Así habló Zaratustra” tocada por la Portsmouth Sinfonía.

Y compruebo, una vez más, que mi simpatía por los personajes influye en mi opinión. En mi juicio. En mi crítica. Que mi oído musical está lleno de prejuicios.

Y esto no cambia mi devoción por Landero. Ni por asomo. Cómo narra. Cuánto hay en cada una de sus frases.

Sin embargo, en este caso, en “Caballeros de fortuna”, al llegar a la última página, no tengo la sensación de cerrar el libro porque se haya acabado sino porque, como la Portsmouth Sinfonía, ha dejado de ser divertido.

2 comentarios:

Sanfélix dijo...

Tú ya sabes que Os desafinados também têm um coração o que tal vez se trate solamente de una Northern Song:

If you're listening to this song
You may think the chords are going wrong
But they're not
We just wrote it like that

When you're listening late at night
You may think the band are not quite right
But they are
They just play it like that

Me despido hoy, con chicharras y ya sin rocío, con este título de un cuadro de Luis Gordillo...

"Desafinadamente tuyo", Sanfélix.

El Impenitente dijo...

Eres brillante, Sanfélix. Se você disser que eu desafino, amor, saiba que isto em mim provoca imensa dor.