domingo, 4 de febrero de 2024

Carencias

Mis mayores carencias a la hora de escribir se muestran cuando quiero hablar sobre algo que me haya gustado mucho. Cuando quiero justificar esa emoción. Explicarla. Siento que siempre me quedo corto, plano, que no logro argumentarlo, que no paso de un entusiasmo poco menos que infantil.

No es la primera vez que trato este tema. Recuerdo cuando escribí sobre “Crónicas marcianas”, de Ray Bradbury. Y ahora, cuando me apetece escribir sobre John Dos Passos, pienso en cómo podría hacerlo, y no veo la manera.

Cuando se habla de la Generación Perdida, en primera línea suelen aparecer Francis Scott Fitgerald y Ernest Hemingway (y también William Faulkner, aunque éste supongo que por ser coetáneo únicamente. Nunca mantuvo mucha relación con los anteriores) y, en un segundo plano, John Steinbeck y John Dos Passos. Me acabo de terminar “Años inolvidables”, de este último, un libro de memorias que llega hasta sus treinta y tantos años, en plena Segunda República española. Me ha gustado. Y, sobre todo, me ha renovado la devoción que siento por este escritor. Y las ganas de reivindicarlo, aunque sea de manera modesta. Porque Hemingway no fue el único que estuvo conduciendo ambulancias en Italia durante la Primera Guerra Mundial (aunque, todo hay que decirlo, “Adiós a las armas” me pareció mucho mejor que “La iniciación de un hombre”). Y porque, si alguna vez alguien me preguntara de qué me siento orgulloso, respondería, entre otras cosas (tampoco tantas) que de haberme leído “Manhattan Transfer” y la Trilogía USA (“El paralelo cuarenta y dos”, “1919” y “El gran dinero”). Y porque…y aquí es donde viene mi frustración. En querer explicar porqué este hombre me parece tan bueno y quedarme tan sólo en el entusiasmo, en enumerar el vínculo que tengo con él y en sentir que soy muy pobre con las palabras a la hora de argumentar a favor y justificar porqué.

Vi mucho cine hasta mis treinta y largos años. Desde entonces me consideré un cinéfilo en excedencia. Hasta ahora. Porque he vuelto. Cada fin de semana vemos una o dos películas. El criterio es el mismo que con los libros: no se trata de buscar sino de encontrar. Me da igual de la época que sea. Llevo demasiado retraso. Vemos las opciones disponibles (hay mucha oferta ahora) y, normalmente, es la película la que nos elige a nosotros

Este viernes pasado vimos “Big fish”, de Tim Burton.

Creo que era la segunda película que veía de él. La primera fue “Ed Wood”. En el cine, además. Con Sanfélix y más gente que no recuerdo.

Y aquí viene el entusiasmo.

“Big fish” me pareció un peliculón.

La historia. Cómo está contada. Los personajes. Las escenas.

Y el final.

El final es tan bonito.

Pero tan bonito.

No sé en qué momento esta película dejó de ser ficción para convertirse en una emoción.

También pienso en que esta película ha llegado a mi vida en el momento justo. No deja de ser una historia de un padre y un hijo. Y ahora mismo estoy muy sensibilizado con este tipo de historias.

(Al hilo de esto, y por poner un ejemplo, abro un paréntesis. Otra de las películas que hemos visto recientemente es “Quiz show”. También me gustó mucho: la trama, la recreación y, sobre todo, los diálogos. Brillantes. Muy inteligentes. Pues de toda la película, me quedo con una escena que fue la que me perforó, la que me desnudó el alma: a la salida de la declaración, cuando el protagonista responde a la prensa. La decepción y la tristeza del padre al enterarse de que su hijo va a ser expulsado como profesor de la universidad de Columbia por todo el escándalo…no se me va de la cabeza. Y cierro paréntesis).

Y también siento que soy incapaz de transmitir, de contar lo que “Big fish” me hizo sentir.

Siempre he pensado que las pasiones tal vez se puedan compartir  pero que jamás se pueden explicar.

Pero tal vez sí que se pueda.

Sólo soy yo, que no sé.

Y esto me frustra.

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