jueves, 9 de febrero de 2023

Joao

Empiezo esta entrada con dos citas. La primera es de Caetano Veloso:

Mejor que eso, sólo el silencio; mejor que el silencio, sólo Joao.

La segunda, de Vinicius Cantuaria:

La música brasileña es un triángulo, con un cuadrado encima de ese triángulo, y un círculo alrededor de ellos. En el triángulo están Dorival Caymmi, Antonio Carlos Jobim y Joao Gilberto. En el cuadrado están Caetano Veloso, Milton Nascimento, Gilberto Gil y Chico Buarque. Y todos los demás están alrededor dando vueltas en círculo.

Escuché a Ángel Carmona, en “Hoy empieza todo”, hablar con entusiasmo de un libro de título “Amoroso (una biografía de Joao Gilberto)” escrito por Zuza (José Eduardo) Homem de Mello. Me dejé arrastrar por su emoción y, en mi carta a los Reyes Magos, lo pedí. Como los Reyes Magos existen, la mañana de día seis ahí estaba, junto a mis zapatos. Más de cuatrocientas páginas. Lo acabo de terminar.

Su infancia. Su evolución como músico, como guitarrista, como cantante. Los tres discos que son el núcleo de la Bossa Nova (“Chega de Saudade”, “O amor, o sorriso e a flor” y “Joao Gilberto”). Su forma de tocar la guitarra (batida). El éxito de la Bossa Nova (Jobim escribió las canciones y Joao Gilberto creó el estilo). El concierto en el Carnegie Hall, considerado un hito en el triunfo de la música brasileña en los Estados Unidos y no sólo entre los músicos de jazz. El disco junto a Stan Getz y a Antonio Carlos Jobim (por este disco, y sin ser un músico de jazz, Joao era contratado habitualmente en los festivales del género). Sus giras. El silencio en sus conciertos. Sus exigencias para actuar. Su carácter. Su oído súper desarrollado (ensayaba en los cuartos de baño, por la acústica de los baldosines), terror de los técnicos de sonido de los auditorios. Su obsesión por el sonido perfecto, por la absoluta conjunción entre voz y guitarra. La revisión permanente de su repertorio. Su fijación por la temperatura y las corrientes de aire. Su temor a aparecer en escena. Su miedo a abandonar los lugares donde se sentía cómodo (era frecuente que, a la hora de comienzo de sus conciertos, él estuviera durmiendo en el hotel. Pocos recitales dio a la hora). Su exceso de celo evitando a las personas (entraba y salía siempre por la puerta de atrás con un coche en la puerta esperando). Su reencuentro con Jobim. Sus giras por Japón. Su vida noctámbula. El teléfono como prácticamente único medio para comunicarse con las personas. Su ostracismo. Sus últimos años viviendo enclaustrado (más pijamas que trajes en el armario). Sus problemas legales. Las demandas a su primera compañía discográfica. Sus problemas económicos (vivía por la ayuda, entre otros, de Chico Buarque (que fue su cuñado muchos años) y de Caetano Veloso). Su muerte. Su funeral. Un libro extenso, muy completo, a veces demasiado técnico (“Joao Gilberto in Tokyo” contempla con nitidez asombrosa la claridad de su dicción, sobre todo en las consonantes fricativas S y Z, cuya sibilancia suena como un ruido de frecuencia muy aguda. Por abreviar diré que luego sigue con las oclusivas bilabiales, con las vocales tónicas, con los oclusivos sordos y sonoros y con los sonoros nasales) y escrito con verdadera devoción que en fragmentos recuerda más a una hagiografía que a una biografía.

Qué largo se me ha hecho.

Cuando leí la frase –La tarde del 6 de julio de 2019, en el apartamento de Leblo, Joao Gilberto murió- pensé –joder, ya era hora.

Porque este libro hay que leérselo desde la admiración, creo.

Y a mí Joao Gilberto tampoco me parece que sea para tanto.

Tal vez esté cometiendo un crimen de lesa cultura con esta afirmación y quizá alguien, si la leyera, estaría dispuesto a lincharme.

A ver. Sí que me gusta. Es agradable. Su forma de tocar y cantar es especial. Tiene canciones conmovedoras. Puedo entender lo que supuso dentro de la historia musical y valorarlo.

Pero ahora tenemos acceso a todo. Y cuando, leyendo, se hablaba de una canción, de una interpretación que podría hacerme recorrer el cielo al escucharla, la buscaba y…

Pues que no es para tanto.

Tantas versiones como escuché suyas no mejoraban la original.

Es para un rato sólo.

Para un ratejo.

Más, cansa.

Escuchar a Joao Gilberto requiere aprendizaje. Requiere intensa concentración para poder sacarle el jugo a todo lo que ocurre de modo simultáneo: la precisión milimétrica de la guitarra, la identificación de las notas que forman los acordes, el movimiento rítmico irresistible (…), la delicadeza en mostrar la música como nunca antes se había escuchado. Es la cumbre de la elevada depuración para el oído humano. Saber escuchar a Joao Gilberto. Ésa es la cuestión.

El problema es mío.

No doy.

Como diría un cretino que conozco, hay públicos y públicos y, simplemente, mi oído no está depurado. 

No pasa nada.

Si le digo a Caetano - ¿mejor que el silencio? ¿Seguro? ¿Sólo él?- me mirará con displicencia.

Si le digo a Cantuaria - ¿triángulo cuadrado, círculo? ¿Seguro? ¿No habrá sólo un punto (Jobim) y, el resto, a orbitar? - me mirará con desprecio.

Mi opinión no puede ser tenida en cuenta.

No estoy preparado para Joao Gilberto.

Requiero aprendizaje.

Vaya.

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