domingo, 9 de enero de 2022

Morrocotudos y melancólicus

Cuatro novelas escribió Enrique Jardiel Poncela: “Amor se escribe sin h”, “Espérame en Siberia, vida mía”, “Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?” y “La tournee de Dios”. Las cuatro me las leí antes de los treinta años. Las cuatro me encantaron. Son historias disparatadas, con constantes juegos de palabras, ingeniosas, absurdas, cínicas, surrealistas, delirantes. No sólo me hicieran sonreír. Me hicieron reír a carcajadas. Me hicieron pasar ratos verdaderamente inolvidables.

Las cuatro novelas las leí de prestado. Y nunca dudé de que debían tener su sitio en mi biblioteca. Y comenzaron a cruzarse en mi camino. Y fue hace no mucho tiempo. Primero me encontré con “La tournee de Diós”. La compré. Comencé a leerla. Duré dos páginas. No era lo mismo. Pero ni mucho menos. Lo guardé en la estantería. “Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?”. Lo mismo. Pero lo mismo, lo mismo. Comprada, dos páginas leídas y a la estantería. Tropecé una tercera vez. “Espérame en Siberia, vida mía”. La secuencia se repitió. (No descarto tropezar una cuarta y última vez con “Amor se escribe sin h”. Sólo es que aún no nos hemos cruzado. Con quien sí me crucé fue con “La conjura de los necios” de John Kennedy Toole y la experiencia también fue idéntica, pasada y presente).

En una comida reciente con Maroto, Sanfélix y Luis Santángel, comenzaron a hablar de un libro titulado “Viajes morrocotudos en busca del trifinus melacólicus”, de Juan Pérez Zúñiga, con entusiasmo. Como el criterio de los tres es muy fiable, tomé nota y, aunque los Reyes Magos ya estaban de camino, envié carta a Oriente por si acaso y, la noche del cinco de enero, el libro apareció sobre mis zapatos (pues claro que existen).

El libro fue escrito a principios del siglo pasado. Juan Pérez Zúñiga es de la escuela (y precursor) de los Mihura y Jardiel Poncela. La novela es también una sucesión de disparates ingeniosos, donde el autor juega con cierta habilidad con las palabras. No llega al nivel de Jardiel, pero el libro es brillante. Llevo más de cien páginas leídas y, como mucho, habré sonreído dos veces. Reírme, ninguna.

No voy a entrar en si es oportuno o inteligente volver a leer libros que fueron importantes en nuestra vida o volver a caminos que transitamos hace tiempo. No es ahí donde quiero llegar. Lo que me choca de todo esto, lo que me hace pensar es: ¿Qué ha pasado? ¿Por qué lo que nos hizo reír a carcajadas ahora no nos provoca ni una sonrisa? ¿En qué momento lo que fue gracioso dejó de serlo? ¿Tiene que ver algo con madurar? ¿Hacerse mayor también es esto?

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