miércoles, 26 de febrero de 2020
jueves, 20 de febrero de 2020
Amparo
Amparo es Amparo. Con la música puesta. Cantando. Lo canta todo. O algo así. Canta muy mal, fuera de tono, inventándose la letra y siempre un segundo por detrás de la melodía, pero es la que mejor canta mal. Limpia, te pregunta, te cuenta, te saluda. Te saluda siempre. Todas las veces que te cruces con ella. Baila con su escoba. En su casa tiene un fantasma que no le deja dormir. Me pregunta que de qué parte de Argentina soy, que al resto de argentinos que hay en la empresa no los entiende nada y a mí me entiende todo. Tiene un ex que, le cuentes lo que le cuentes, su ex, también. Nunca se queja. Nunca protesta. Canta. Saluda. Te cuenta. Amparo es feliz. No sólo ella. Todos lo somos. Nos contagia. Nos hace sentir mejor. No lo sabe. No es consciente. No sabe el bien que hace. Tampoco lo pretende. De todos los que estamos aquí trabajando, para mí ella es la única imprescindible. El resto, todos, somos sustituibles. Pero, lo que ella hace, nadie. Ninguno. Y la necesitamos.
viernes, 14 de febrero de 2020
Vida y destino
Hace una semana que me terminé “Vida y destino”, de Vasili Grossman. La desazón que te provoca el despedirte de un libro que ha sido más (muchísimo más) que un libro apenas mengua con el paso de los días. Pensé que era de justicia escribir algo. Vi, dado mi nivel intelectual, que me iba a quedar en una sucesión de frases entusiastas que apenas iba a aportar nada al que me pudiera leer y que no iba a hacer justicia. Y decidí no hacerlo. Pero. Pero. Pero. Me puede la emoción. Tengo que escribir, aunque no sea más que para gritar que pocos libros como “Vida y destino”. Para mí. En mí.
Unión Soviética, 1942. A un lado, Hitler. En el otro, Stalin. En medio, las personas. Dos sistemas en los que el individuo no existe frente al colectivo. Y éste es un relato protagonizado por individuos. Muchas historias. Muchos escenarios. Muchos protagonistas, con sus nombres, sus apellidos, sus patronímicos, sus diminutivos. No sé cuántos viajes a la galería de personajes del final del libro para saber quién. Liudmila, buscando (y encontrando) a su hijo Mitia; Sofía Ossipovna, la médico solterona judía que muere en la cámara de gas siendo madre; Shtrum, vencedor en la derrota, perdedor en la victoria; la carta de Anna Semionovna a su hijo; la casa 6/I, con sus propias reglas; Novikov, llevando a sus tanques al triunfo y perseguido por haber seguido (con éxito) su criterio ignorando órdenes; la vida en una central eléctrica permanentemente bombardeada; la vida en los campos de concentración nazis, en los campos de trabajo soviéticos, en la estepa calmuca, en el frente de Stalingrado, en el tren de ganado que transporta como ganado a los judíos; los interrogatorios en la Lubianka; los burócratas de la retaguardia, permanentemente menospreciando y llenando de barro a los que luchan en el frente; Seriozsha y su telegrafista (¿qué fue de ellos?); el vivir con miedo, la delación permanente, la deskulakización de 1937, los comisarios políticos, las condenas a diez años sin derecho a correspondencia; las historias de amor. Un libro inagotable. Mucho más que un libro.
Grossman, ucraniano y judío, lo escribió con la esperanza de que alguna vez fuese publicado, pero sin la certeza de que eso fuese a ocurrir. Era un personaje respetado en la Unión Soviética por sus crónicas y sus libros. Ello le permitió librarse de las purgas de Stalin contra los judíos, aunque siempre estuvo, por una razón o por otra, bajo sospecha. Muere Stalin y presenta su manuscrito confiando en el aperturismo del régimen de Nikita Krushchev (también lo he visto escrito Jrushchov). Se le requisa, se requisan todas las copias y hasta las cintas de la máquina de escribir que usó para su redacción. Siguió en libertad, aunque murió al poco tiempo de cáncer. Quedó una copia de un borrador. Sajarov la microfilmó y logró sacarla. En Suiza, en 1980, dieciséis años después de la muerte de Grossman, se publicó por primera vez “Vida y destino”.
Cuarenta años después cierro el libro tras leer su última página, despidiéndome con toda la tristeza del mundo pensando que ya nunca más volveré a leerme por primera vez “Vida y destino” y pensando que, si alguna vez alguien se entretiene en hacer repaso de mis méritos, espero que incluyan que yo me leí este libro.
Y poco más. A sabiendas de la pobreza de este texto recurriré al viejo truco de enriquecerlo apoyándome en otras opiniones e informaciones. Así, aquí una biografía de Grossman, aquí un artículo sobre la novela y aquí otro, que, en mi opinión, complementa al anterior.
Porque, qué novela. Qué novela.
Unión Soviética, 1942. A un lado, Hitler. En el otro, Stalin. En medio, las personas. Dos sistemas en los que el individuo no existe frente al colectivo. Y éste es un relato protagonizado por individuos. Muchas historias. Muchos escenarios. Muchos protagonistas, con sus nombres, sus apellidos, sus patronímicos, sus diminutivos. No sé cuántos viajes a la galería de personajes del final del libro para saber quién. Liudmila, buscando (y encontrando) a su hijo Mitia; Sofía Ossipovna, la médico solterona judía que muere en la cámara de gas siendo madre; Shtrum, vencedor en la derrota, perdedor en la victoria; la carta de Anna Semionovna a su hijo; la casa 6/I, con sus propias reglas; Novikov, llevando a sus tanques al triunfo y perseguido por haber seguido (con éxito) su criterio ignorando órdenes; la vida en una central eléctrica permanentemente bombardeada; la vida en los campos de concentración nazis, en los campos de trabajo soviéticos, en la estepa calmuca, en el frente de Stalingrado, en el tren de ganado que transporta como ganado a los judíos; los interrogatorios en la Lubianka; los burócratas de la retaguardia, permanentemente menospreciando y llenando de barro a los que luchan en el frente; Seriozsha y su telegrafista (¿qué fue de ellos?); el vivir con miedo, la delación permanente, la deskulakización de 1937, los comisarios políticos, las condenas a diez años sin derecho a correspondencia; las historias de amor. Un libro inagotable. Mucho más que un libro.
Grossman, ucraniano y judío, lo escribió con la esperanza de que alguna vez fuese publicado, pero sin la certeza de que eso fuese a ocurrir. Era un personaje respetado en la Unión Soviética por sus crónicas y sus libros. Ello le permitió librarse de las purgas de Stalin contra los judíos, aunque siempre estuvo, por una razón o por otra, bajo sospecha. Muere Stalin y presenta su manuscrito confiando en el aperturismo del régimen de Nikita Krushchev (también lo he visto escrito Jrushchov). Se le requisa, se requisan todas las copias y hasta las cintas de la máquina de escribir que usó para su redacción. Siguió en libertad, aunque murió al poco tiempo de cáncer. Quedó una copia de un borrador. Sajarov la microfilmó y logró sacarla. En Suiza, en 1980, dieciséis años después de la muerte de Grossman, se publicó por primera vez “Vida y destino”.
Cuarenta años después cierro el libro tras leer su última página, despidiéndome con toda la tristeza del mundo pensando que ya nunca más volveré a leerme por primera vez “Vida y destino” y pensando que, si alguna vez alguien se entretiene en hacer repaso de mis méritos, espero que incluyan que yo me leí este libro.
Y poco más. A sabiendas de la pobreza de este texto recurriré al viejo truco de enriquecerlo apoyándome en otras opiniones e informaciones. Así, aquí una biografía de Grossman, aquí un artículo sobre la novela y aquí otro, que, en mi opinión, complementa al anterior.
Porque, qué novela. Qué novela.
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