La preparación de este año del maratón ha sido algo distinta. La mudanza del Barbas a la capital de la Terreta nos ha traído su método. Básicamente era el de siempre (rodaje suave, rodaje semi largo, series cortas, series largas y largo) pero las series se van haciendo en progresión y se meten muchas carreras como parte del plan. Y como nosotros somos unos mansos a los que todo nos viene bien, pues nos apuntamos. A estas alturas ya no tenemos nada que perder. Y ha resultado muy ameno. Tengo dos días clavados y son los dos largos que enlazamos con las medias maratones de Valencia y de Xirivella, dos largos que terminé sin cadena, corriendo como un poseso, sintiéndome muy fuerte. Y soñaba con que el final del maratón fuese algo parecido. Los tres últimos había sufrido lo indecible (Valencia 2014, Barcelona 2016 y Castellón 2017) y pensaba que ya me tocaba sufrir menos.
No he pasado buena noche. A los desvelos tradicionales de la noche previa se han unido un par de calambres que me han hecho ver las estrellas. Pasarse la mañana y parte de la tarde de pie no es la mejor manera de descansar para un maratón. Tal vez los hados no estuviesen en contra, pero el optimismo tenía que seguir en cuarentena. Además, el abductor derecho, el que me había retirado el año anterior y que había estado mudo durante todo el plan, llevaba tres días manifestándose. Y me preocupaba.
A las siete y media había quedado con Javi y con Ángel. Mañana fresca sin una nube. Hemos ido trotando hasta el otro lado del Jamonero. Allí estaba el Barbas. Hemos calentado y, a las ocho y cuarto, me he metido en el cajón donde ya estaban Juan, Gustavo y Jose. A las ocho y media, disparo, “Libre” y a correr.
¿Cuál era el objetivo? La verdad es que durante el plan me he visto muy bien. Pero el maratón me ha dado tantos guantazos que prefería ser prudente así, cuando me preguntaban, respondía –si termino estará muy bien. Si bajo de tres diez estará muy muy bien. Si bajo de tres cinco estará muy muy muy bien. Y si bajo de tres horas estará mal medida. Así que, voy a salir a cuatro veinticinco y a ver qué pasa.
Lo de los ritmos es muy relativo. Al final corres y es el cuerpo el que manda y el reloj sólo atestigua. Nada más salir, Jose se ha ido a por las tres horas. Gustavo, como siempre, no ha cumplido lo que decía y ha salido apretando. Y nos hemos quedado Juan y yo. Juan tenía ganas de tirar e iba haciendo la goma. Yo iba a lo mío. Y he pasado el cinco y el diez a cuatro veinticinco clavado. En el nueve he mirado de reojo donde me retiré el año pasado. No he dicho nada. El abductor tampoco decía nada. Así estás muy bien. Callado. El quince ya se me ha ido un poco. En el diecinueve, bajando Blasco Ibáñez, notaba las piernas cargadas. –Se avecina muro. Luego me he rehecho algo y he pasado la media en 1:32:48. Entre muy muy bien y muy muy muy bien.
Aquí Juan ya se ha quedado. Del veintiuno al veinticinco me he sentido fenomenal. Es la parte que pasa más cerca de casa y allí estaban Ana y los críos. Y Víctor. Y Amparo. Y Patricia y Sara. Y Sanfélix y familia (nunca falláis. Sois los mejores). En el veinticinco he tenido un bajón. Tal vez me había dejado llevar demasiado por la euforia en los kilómetros previos. Un par de gasecitos y me he recuperado. He cogido una botella de isotónico que me ha acompañado hasta el treinta. No miraba el reloj. Sabía que tenía que llegar hasta el Bioparc. Muchas veces no sabía en qué kilómetro estaba. Iba de avituallamiento en avituallamiento. Y cuando estos llegan pronto es que la cosa va bien. Y llegaban pronto.
En el treinta ya iba adelantando gente de diez en diez. Iba pensando que tranquilo, que el tío del mazo llegaría en cualquier momento y que no era cuestión de despilfarrar fuerzas, pero mi cuerpo iba por libre. En el treinta y uno he cazado a Jose (tienes dos días para estar triste pero ni un minuto más. Era el día de intentarlo y lo has intentado. ¿Ha salido mal? ¿Y qué? Lo tienes, así que terminará saliendo. Y reitero mi oferta para el año que viene. Te vienes dos meses y verás un dos en meta como una catedral).
He llegado al Bioparc. De ahí ya para meta. Seguía bien. Al pasar el treinta y cinco he mirado el reloj. –Si haces a cinco minutos el kilómetro el resto acabas en tres siete. Ronda. Archiduque Carlos. Avenida del Cid. Seguía corriendo muy entero. Tenía que llegar a San Agustín. Ahí empieza el pasillo hasta meta. Iba eufórico. Seguía pasando gente. He llegado al pasillo. Colón. Glorieta. Navarro Reverter. Allí, como en tantísimos sitios, estaban los climaturios. He empezado a gritar. Kilómetro cuarenta. Ahí me he atascado. Doscientos metros malos. Para adelante. Ya estaba hecho. Cuarenta y uno. Sanfélix y familia de nuevo. La bajada al río. -¡Ya está! ¡Ya está! Palacio de las Artes. Hemisferic. A falta de quinientos metros he mirado el reloj. Si los haces en menos de dos y medio bajas de tres tres. Museo de las Ciencias. Kilómetro cuarenta y dos. El plan del Barbas había funcionado.
Los últimos ciento noventa y cinco metros del maratón de Valencia son espectaculares (y los primeros cuarenta y dos kilómetros también. Esta carrera es fabulosa y mejora de año en año). Montan una pasarela con moqueta azul sobre el estanque del Museo de las Ciencias y, al fondo, la meta. Cuando he subido a la pasarela me he vuelto loco -¡Me lo he ganado! ¡Estoy aquí porque me lo he ganado! No quería que la meta llegase nunca. Sólo quería seguir disfrutando. Y la meta ha llegado en un suspiro. Tres horas, dos minutos y veintinueve segundos. Muy muy muy bien. Once minutos menos que hace nueve meses en Castellón. Y a la altura de mi hijo.
Tengo maratones con mejor tiempo. Eso es verdad. Pero lo de hoy no ha sido sólo cuestión de cronómetro. Me gusta correr. Correr forma parte de mi vida desde hace más de cuarenta años. Me gusta mucho correr carreras. Y de todas las carreras que pueda haber, ninguna hay como el maratón. Y nunca puedo evitar volver a enfrentarme a él. Y enfrentarse al maratón siempre es una batalla sin cuartel. Me ha derrotado, he tenido victorias pírricas y otras incontestables. Y hoy ha sido de estas últimas. No hablamos del cronómetro. Hablamos de sensaciones. Y hoy me he sentido como un torero en una faena cumbre, templando y mandando. Hoy he sometido al maratón, con todas mis dudas, con todos mis miedos, sintiéndome cada vez más poderoso, cada vez más grande. Hoy he sido feliz. Hoy he sido inmensamente feliz. Pocas cosas hay en el mundo que me produzcan sensaciones tan hermosas. Soy corredor. Soy corredor de maratón. Soy maratoniano. Soy muy afortunado.
5 comentarios:
Cuando sea mayor quiero ser como tú.
No pienso perderme ningún año tu maratón de Valencia. Si tú corres y la familia Sanfélix anima es que todo está bien. Muy muy muy bien. Enhorabuena maratoniano.
¿Me estás llamando mayor?
Dos de diciembre de dos mil dieciocho, Sanfélix. Ve calentando.
Mi más sincera enhorabuena, Impenitente, corredor impenitente. Te he acompañado corriendo a lo largo de esta genial narración y he terminado cansado ;) Admiro la capacidad de conocimiento de los ritmos y el saber mantenerse en ellos con tanta constancia. Volverás a ver un dos en alguna meta.
Lo de los ritmos al final te lo aprendes por aburrimiento. Y en llano no es difícil. En el circuito del Queso es para nota. Y volver a ver un dos sería bonito, pero llegar a la meta y no verlo también será bonito. Muchas gracias. Por cierto, se me olvidó enviarte una canción muy apropiada a tu nuevo estado. Aprovecho ahora.
https://www.youtube.com/watch?v=36-I5eokSks
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