lunes, 12 de diciembre de 2016

Sueltos (en primera persona)

“Robinson Crusoe”, en mi opinión, habría sido mejor libro si Defoe lo hubiese escrito en tercera persona. Crusoe, que llega náufrago a una isla y termina creando una explotación agrícola y ganadera sólo con sus manos y con un sistema de defensa espectacular. No tiene wi-fi ni monta una central nuclear pero sólo porque en el siglo dieciocho no se estilaba. Y si te lo cuentan en tercera persona, aunque la tentación del –sí hombre, y qué más- está siempre presente, pues puedes creértelo. Y si te crees la trama, el libro gana. Pero, al estar escrito en primera persona, te pasas todo el rato diciendo- ¡Venga ya! ¡Fantasma! ¡Chulo! - y eso no ayuda. Está claro que ésta es una opinión particular, puesto que el libro ha soportado bien el paso de los siglos, fruto en parte por la envidia que me genera el protagonista ya que, si yo naufragase y apareciese en una isla desierta, salvo que me encontrase allí un Corte Inglés perfectamente montado (lo primero que me llevaría a una isla desierta), no sobreviviría ni cuarenta minutos. Pero me reafirmo: Robinson Crusoe, en tercera persona, un tío admirable. Y un buen libro. En primera, un capullo. Y ya no es lo mismo.

Acabo de terminarme la autobiografía de Agassi. Aquí si está bien empleada la primera persona porque, si lo hubiese escrito en tercera, pues no sé si lo habríamos entendido. (Pero, este tío, ¿quién se cree que es? ¿Julio César?). Me cae bien Agassi porque a Steffi Graf le cae bien y todo lo que hace y ha hecho Steffi siempre me pareció perfecto. Y eso que Agassi pertenece al periodo oscuro del tenis, a la época entre McEnroe y Federer, los años de plomo (Lendl, Wilander, Sampras, Becker, Edberg, Courier, Kafelnikov, Chang, Bruguera, Costa, Kuerten, Moyá, Corretja), pero no por ello deja de ser un periodo apasionante puesto que el tenis lo es. En una de esas reseñas que te ponen en la contraportada (¡Magnífico! ¡Extraordinario! ¡El mejor libro de la última década!) dice algo así como que la sensación que te acompaña durante su lectura es similar a una conversación con un amigo. Y esa sensación es la que he tenido. Nos hemos tomado unas cervezas Agassi y yo y él me ha contado su vida  (yo no le he contado la mía. No me preguntó). Y es una vida bastante interesante. Y no sólo habla de tenis. La verdad es que el libro está bien escrito y resulta muy ameno. A veces es un poco pelota y bienqueda (también se le hizo el culo gaseosa cuando Mandela le dijo –la eme con la o, mo). Se pone muy cansino cuando le da por contar lo solidario que es (solidario exhibicionista, valga la redundancia) y explicarlo con argumentos ultraferolíticos. Pero se le perdona. Por Steffi y por él. Y por cuando comenzó a llorar tras ganarle a Medvedev el Roland Garros del año 99 (momento inolvidable y que me puso un nudo en la garganta que aún me dura). Y porque, a pesar de la vida que ha vivido hasta ahora, parece un tío normal. Como le escuché una vez a David Ferrer hablando de Nadal y de él –sólo hemos tenido la suerte de destacar en una actividad que tiene gran notoriedad. Pero eso no nos hace mejores que los demás. Somos personas normales porque no tenemos porqué no serlo. Y Agassi parece de la pasta de Ferrer y de Nadal. Y eso está bien.

2 comentarios:

Slim dijo...

opino igual que tú, sobre las islas desiertas y sobre Agassi. Seguro que el sobrevivía más de 40 minutos, no como nosotros.

El Impenitente dijo...

No lo dudes. Sobrevivió a su padre. Y eso curte.