miércoles, 21 de diciembre de 2016

Estuve en León y me acordé de mí mismo

Existe una categoría de ciudades que podríamos definir como: menos mal que no vivo aquí porque si no pesaría doscientos kilos, y León figura entre ellas. Vean ustedes la siguiente foto:


Éste es el pincho que nos pusieron cuando nos pedimos tres botellines. Podría poner otra foto de los bocadillos de calamares o de la pila de sándwiches mixtos que acompañaron a sendos reos de vinos. Dentro del mapa de las dos Españas, (ciudades donde ponen pincho con las cañas y donde no), mapa a cuya elaboración pienso consagrar mi vida cuando por fin pueda comprar mi tiempo, León sin duda figura con letras de oro en la España fetén. Treinta y seis horas estuvimos allí y la mayor parte del tiempo comiendo y bebiendo. Ya empezamos en el tren. Los villaescuseros que íbamos nos fuimos a la cafetería y allí, pues nada -¿vais a la boda del novio? –Nosotros vamos a la de la novia, pero creo que es en el mismo sitio. Pues habrá que brindar. Pues venga. Salimos del tren hermanados con otros invitados. Y ya allí pues nos unimos al resto del grupo. Y vinos. Y tapas. Y habrá que tomarse algo. Y se nos acercó una chiquita recomendándonos un local. –Como aún es pronto os podemos poner la música que pidáis. -¿A los Bee Gees? –Música tan antigua no tenemos. –Error. Entramos en otro. -¿Podrías poner “You should be dancing”? –Si te la tengo te la pongo. “Night fever”. No te me la tenía pero sirvió. Allí nos quedamos. Un buen rato además. Y a la mañana siguiente, la boda. Y el convite. Con los aperitivos yo ya no podía más. Estoy de café, pacharán y gin tonic. Faltaba la comida. Y cayó. Y también cayeron por la noche los vinos y los bocadillos de calamares. ¿Doscientos kilos? O pue que blinque, que dicen en mi pueblo. Menos mal que no vivimos allí. Menos mal.

Existe una categoría de ciudades que podríamos definir como: me encantaría vivir aquí, y León figura entre ellas. El sábado por la mañana saqué un rato para hacer una de las cosas que más me gustan: turismo en zapatillas. Salí a rodar y callejeé, me perdí y me volví a perder. Y no me importó. Es más, me fastidió encontrarme pues eso significaba tener que volver. Qué ciudad. Y no sólo por su monumentalidad, que es tremenda. Había gente por todas partes y no eran turistas. Una ciudad viva. No me lo esperaba y no niego que me fascinó. Han sido horas las que hemos estado allí. Pocas. Muy pocas. Pero las suficientes para saber que allí tenemos que volver y con tiempo. O con todo el tiempo.

2 comentarios:

Paco dijo...

Tres párrafos hablando de León en diciembre y no sale la palabra frío (salvo que haya leído demasiado rápido). El cambio climático existe, y parece grave además.

El Impenitente dijo...

Si te sirve, cuando salí a correr el sábado por la mañana, a eso de las nueve, los termómetros marcaban dos grados y yo sólo llevaba destapada la nariz. El resto iba a cubierto. Y había mucha gente por la calle. El frío no es excusa allí, si es que dos grados es frío allí.