jueves, 3 de noviembre de 2016

Dos minutos de odio (te curan las heridas)

La escena se sitúa de noche en el viejo cauce del Turia bajo el puente de Calatrava, donde se estrecha el paso por los campos de fútbol. Actores: un runner, un hipster, un perro y yo. El runner lleva todo el hato de runner, con su iPhone (seguro que era un iPhone) en el brazo y los auriculares puestos. El hipster lleva barba hipster, pelo hipster y una bicicleta que seguro que es muy molona y que tiene unas ruedas muy pequeñas. El perro es enorme. Yo voy haciendo series, concretamente diez de ochocientos metros, cinco río arriba y cinco río abajo.

Bien, el runner baja trotando. Baja muy motivado. Para ello lleva toda la tarde preparando una lista de canciones (playlist dirá él) específica para este entrenamiento, canciones que habrá compartido en las redes sociales ya que piensa que todas las naciones extranjeras están pendientes tanto de su selección musical como de sus progresos runnerísticos. Baja chafando huevos (es runner, no lo olvidemos), pero los chafa ebrio de motivación musical. Lo veo venir. En su ensimismamiento es incapaz de seguir una línea. No mira hacia el frente. No veo hacia dónde va a tirar. Yo estoy en mi segunda serie. Voy pensando en abrirme porque el capullo no me da seguridad cuando, de repente, aparece el hipster en su microbici. Viendo que dudo decide colarse entre los dos y gira, echándome hacia un lado por donde aparece, suelto, el perro enorme, que me trago sin remedio.

Mientras ruedo por el suelo pienso tres cosas: ahora el perro se revuelve y me pega un bocado; ahora el dueño viene a recriminarme que haya maltratado a su perro y ya la tenemos liada; ahora viene el dueño (o el runner. O el hipster. O los tres) y se deshace en disculpas. Ninguna de las tres. Me levanto escopetado y sigo corriendo (estoy haciendo series. Ni siquiera he parado el crono) soltando palabras amables que nadie ha recogido y con las que nadie se ha sentido aludido.

Pues he hecho unas series fabulosas. Tengo levantadas las rodillas y las palmas de las manos, pero nada grave. Un poco molesto pero, teniendo en cuenta que voy a chulear más con mis heridas que cuando tenía diez años, asumible. Pero ese escozor, junto al recuerdo del careto del runner, la barbita del hipster y la no correa del perro me ha hecho motivarme infinitamente más que al cretino éste su selección musical. Porque pocas motivaciones como el odio. Y he volado. Y ojalá que en mis carreras se repartan estos tres a lo largo de los kilómetros. Estos gilipollas, que mal rayo les parta, son mi única esperanza para poder reverdecer viejas marcas.

4 comentarios:

Slim dijo...

Lo veo como el próximo éxito en las librerías, junto a las demás biblias del runner!

Anónimo dijo...

Inconvenientes, efectos secundarios, secuelas de la democracia. El espacio urbano, el de jardines y para-deportivo puede ser usado por cualquiera. Incluso por los atletas serios.

Entonoquedo dijo...

He visto que por un error he publicado el comentario anterior como anónimo. No quiero esconderme. No sé cómo deshacer el entuerto, por si acaso digo aquí que respondo como Entonoquedo. Un saludo cordial

El Impenitente dijo...

El río es mío. Cuestión de antigüedad en su uso y disfrute. Puede ser usado por cualquiera pero con el debido respeto (y devoción) hacia mi persona.