martes, 12 de julio de 2016

Mi hijo ha quedado cuarto en el Autonómico (y también segundo, pero, sobre todo, cuarto)

El domingo pasado se celebró el campeonato autonómico de natación en categoría Benjamín. Allí estuvo mi hijo compitiendo en tres pruebas: el cien braza, donde llegaba con la octava mejor marca, nadando, por tanto, la final; el cuatro por cien libre y el cien mariposa, con la tercera marca y claras opciones de podio.

Vamos por orden: cien braza. Regular. Mi hijo partía con una marca de 1’ 36” y ésta fue exactamente la marca que hizo en la final. Podríamos decir que cumplió con las expectativas, pero él estaba disgustado. Esperaba hacerlo mejor y, aunque no es la braza su especialidad, el octavo puesto le supo amargo.

La siguiente prueba, y última de la jornada matinal, fue el cuatro por cien libre. Salió de primer relevista y lo hizo bien. Entregó el tercero y terminaron segundos. Plata. Podio. Un podio en un campeonato autonómico. Algo inolvidable, desde luego. Pero…no. Él tenía 1’ 12” y había hecho 1’ 13”. Él se había imaginado su posta de otra manera. Y sí, estaba en el podio habiendo sido el segundo de los cuatro de su equipo. Pero no había volado.

Durante la comida no tenía muchas ganas de hablar. Por la tarde tenía el cien mariposa, que es su prueba favorita. Supongo que tenía sus dudas. Yo le repetí lo que venía diciendo los últimos días, que la temporada la tenía hecha, que había progresado, que había entrenado y competido muy bien, y que el Autonómico era sólo la guinda, pero nada más. Y que tenía que sentirse orgulloso por todo lo que había trabajado durante el año y por los resultados que había obtenido. Y que lo que pasase esa tarde podía sumar pero nunca restar. –Y además, ya has subido al podio, qué leches. Arriba los corazones.

Cien mariposa. Por la calle tres, con una marca acreditada de 1’ 29”, mi hijo. Preparados y suena el pitido. Tal y como emerge del subacuático y pega la primera brazada, pienso –ése es mi chico. Calles tres, cuatro y cinco. Y siete. Por la calle siete aparece un convidado no esperado que, seguramente tratado por médicos de la DDR y de la URSS, y con más pelos en las piernas que todos los padres que estábamos en la grada, se escapa para no volver. Allí sigue mi hijo, nadando muy concentrado, con mucha fuerza, con ansia, con hambre. El de la calle cuatro empieza a escaparse. Llegamos al último viraje. Van emparejados los de las calles tres y cinco. El de la cinco se va adelantando poco a poco. Se escapa. Se escapa. Se va. Mi hijo queda cuarto. Cuarto. Miro el crono: 1’ 22”. Mi hijo ha mejorado siete segundos en una final. Mi hijo ha competido de una manera impresionante. Y en ese momento, dada mi tendencia exotérmica a la hora de expresar emociones, y antes los ojos extrañados de los otros padres del equipo, que me miraban con ojos de -qué pena, cuarto- comienzo a gritar: mi hijo es fabuloso. Mi hijo es un campeón. Mi hijo es un fenómeno. Mi hijo es un coloso. Y, por supuesto, podéis felicitarme. Ser segundo está bien, pero ser cuarto puede estar mejor. Y, esta vez, lo está.

Llevo cuarenta años corriendo. Igual me he puesto mil veces un dorsal. Tengo mis marcas, mis podios, mis trofeos, mis maratones, mis recuerdos. Nada parecido a este cuarto puesto. Esto de ser padre es imposible de explicar.

4 comentarios:

Slim dijo...

Ya tienda quien parecerse el chaval! Mi enhorabuena al campeón, y al papi orgulloso también

El Impenitente dijo...

Ya quisiera yo ser la mitad que él. Y gracias.

kyezitri dijo...

Me gusta ese gen competitivo ;)

El Impenitente dijo...

Honra merece quien a los suyos se parece.