miércoles, 27 de julio de 2016

La crisis de los cincuenta


Vamos ahora con las mil palabras.

Salimos a las diez. Desde las nueve se iban dando salidas y a la gente joven nos dejaron para el final. Yo estaba muerto de miedo. No tenía miedo al esfuerzo ni a los dos mil metros. Tenía miedo al entorno. Tenía miedo al miedo, a no saber qué hay debajo. Nadar me gusta y, en la piscina, con una raya negra pintada en el suelo y con un bordillo cada veinticinco metros, pues claro que te cansas, pero te sientes seguro. Cuando me tiré al agua allí, en el puerto de Valencia, me sentí insignificante. Y el miedo se disparó. Pusieron una corchera. Nos teníamos que situar detrás de ella. Yo me situé detrás de los que se situaron detrás, y pegado a la derecha, ya que la primera boya se giraba hacia la izquierda. No quería golpes. Yo quería nadar tranquilo. Hacer mi carrera. Mi objetivo era muy simple: terminar. Si bajaba de cincuenta minutos, mejor. Si no quedaba el último, mucho mejor. Y si mi hijo me sacaba menos de diez minutos, matrícula de honor. Salimos. Iba a respirar cada tres brazadas. Iba a llevar la cabeza hundida y que el cuerpo fuese recto. Iba a alargar la brazada bajo el agua y aumentar el deslizamiento. No iba a dar pies. No di pies. Fue lo único. Me puse a nadar como pude. Tenía miedo. Estábamos dentro del puerto. No había corrientes. No había olas. No había medusas. No había tiburones ni serpientes marinas devoradoras de nadadores novatos. Tenía miedo igual.  –Si me pasara algo no se enteraría ni Dios. Me sentía desamparado, indefenso. Sólo podía nadar. Y eso hice: nadar, respirando cada dos brazadas, levantando la cabeza cada ocho o diez –pero, ¿dónde pijos está la boya? En cinco etapas dividí la travesía: primera boya, Veles e vents, boya en el canal, Veles e vents y meta. Las cinco fueron eternas. No veía el objetivo. Me desviaba. Levantaba la cabeza. Buscaba algún otro nadador. Le seguía. Llevábamos el chip en una muñeca. En la otra debiéramos haber llevado una brújula. Los de las canoas me gritaban que me estaba desviando. Los brazos me obedecían. No tenía amago de calambres. Me seguía sintiendo insignificante dentro del agua. Seguía nadando. Llegué a la mitad del recorrido. Giro de ciento ochenta grados y vuelta. Sin brújula. Paso el Veles e Vents. Al fondo se dibuja el tinglado. Vamos para allá. Ya huele a meta. La meta no llega. Me tuerzo. Me gritan. Voy a hacer dos mil doscientos metros por lo menos. A mí no me pillan en otra. Se acabaron las travesías. La épica que exigen los cincuenta queda sepultada con esto. Sigo nadando. Voy bien. Pero esto no es sólo nadar. Esto es una carrera de orientación. Yo quiero mi piscina, mi raya negra, mis bordillos. Veo la meta. Me voy a por ella. Aún tengo que levantar la cabeza dos veces porque me tuerzo. Llego. Toco. Voy hacia la salida. Nunca más. Nunca más.

En la salida está Nico, que me ha aconsejado en las últimas semanas –no hagas piscinas sin ton ni son. Haz bloques de doscientos a quinientos metros, forzando un poco, y que siempre sumen más de dos mil. -¡Nico, lo he hecho! Sigo andando, y sin que el par de muslos que llevo delante tuviesen la menor influencia, empiezo a pensar –el año que viene…

Habrá año que viene. Terminé. Bajé de cincuenta minutos (47`28”). No fui el último (aún llegaron ochenta detrás de mí). Mi hijo sólo me sacó nueve minutos (aunque él fue con sus amigos de campo y playa). Aún puedo mejorar. Nadando he perdido peso. Me duelen menos las piernas después de correr. No se me ha puesto cuerpo de nadador ni las tías me miran más (en realidad me miran lo mismo), pero ya tengo superada la crisis de los cuarenta y en la de los cincuenta estas cosas son secundarias. Habrá año que viene. Ayer me fui a correr por el puerto y me emocioné viendo por dónde había nadado. Volveré a ser insignificante dentro del agua. Volveré a pasar miedo. Me arrepentiré. Y lo haré mejor. Me gusta nadar.

2 comentarios:

Entonoquedo dijo...

Épica narración. Como contador de historias, que como bien sabes también lo soy, me pregunto y te pregunto,con total descaro, si todas estas reflexiones aquí vertidas, fueron vividas en directo y después te has limitado a transcribir, con el mejor estilo posible... O por el contrario, son una reflexión a posteriori, léase una recreación.

Solo evocándolo puedo sentir ese desasosiego; claro que yo me hubiera atrevido acaso con 1000 metros. Cada cual es consciente de sus límites, aunque quizás no.

El Impenitente dijo...

La verdad es que, cuando estoy corriendo alguna carrera o, en este caso, nadando, me entretiene mucho pensar en la crónica que voy a mandar a mis amigos corredores (pobretes míos) o lo que voy a colgar en el blog, si es que la reseño. Estas entradas se escriben solas. No hay mucha reflexión posterior.

Y tienes la opción de nadar 750 metros. Ya puedes empezar a entrenar.