jueves, 3 de diciembre de 2015

A ras


Mi hermano siempre repetía que debía de haber un deporte para el cual teníamos verdaderas facultades y donde triunfaríamos y nuestro cometido debiera ser encontrarlo. Yo le miraba un tanto escéptico y, la verdad, seguíamos jugando al fútbol, donde nuestra calidad era tan evidente como desapercibida pasaba, sin esforzarnos apenas en otra dirección (correr aparte). A pesar de que nunca tuve gran fe en su fe, el caso fue que se me quedó grabado y ni el paso del tiempo, con lo que supone de pérdida de facultades y de dejar de considerar como uno de los patrones de éxito a la vanidad, que no suele traer nada bueno, ha borrado esa sensación de tal vez, de por qué no.

Haciendo repaso, podría decir que lo he intentado, con mayor o menor intensidad, en atletismo, fútbol, baloncesto, tenis, frontón, balonmano, voleibol (con y sin playa), tiro, natación y ciclismo sin grandes resultados. Me quedan muchos pendientes que quizá (seguro) no pruebe nunca: rugby, esgrima, piragüismo, vela, remo, golf, todos los de invierno, los que tienen que ver con caballos, los del motor y algunos cuantos más. O, mejor dicho, me quedaban, puesto que, cuando programaron como jornada de convivencia ir a un circuito de karts, pensé: veremos si no está a punto de llegar mi momento.

Bien, a mí lo del motor nunca me ha llamado la atención. No hablo de las carreras de coches y motos que, bueno, sí, las sigo, pero tampoco con gran pasión (aunque poco me pareció la patada de Rossi. Yo me habría bajado de la moto y habría pateado las gónadas del niñato de Márquez hasta la extenuación), sino de los coches y las motos en general. Me saqué el carnet de conducir a los veintiocho años, cuando ya no me quedó más remedio, distingo un Mini de un Ferrari si lo leo en la etiqueta y mi moto favorita es la Honda Corpúsculo. La gasolina no me huele bien, pero no hay que desdeñar las vocaciones tardías y las caídas de los caballos. Nunca se sabe.

Trece convivimos en aquel circuito. Todo curvas. El plan era dar vueltas durante ocho minutos como calificación para, en función de los tiempos, hacer la parrilla de salida para una carrera. Mal empezó la cosa cuando vi que no podía ponerme el casco con las gafas puestas y que no podía colocarme las gafas con el casco ya en su sitio. Cuando me preguntaron que con qué nombre me quería inscribir respondí Pepe Leches. Salimos a la pista. Dimos las vueltas de calificación. Por resumir diré que en una de ellas conseguí (por los pelos) bajar del minuto. Para situar el resultado diré que el que quedó delante de mí (en la duodécima posición) bajó de cuarenta y cuatro segundos. Si a eso añadimos que lo que mis compañeros entienden por convivir incluye que, cada vez que me doblaban, debían de darme algún viaje, he de confesar que pocas veces ocho minutos fueron tan largos, que me bajé del kart con un solo dolor pero que ocupaba todo mi cuerpo, que, muy sonriente, eso sí, les dije que la carrera la iba a correr su mother fucker (para que me entendiesen todos) y, acto seguido, me senté a verles competir (con las gafas ya puestas. Mucho mejor) mientras tachaba de la libreta de grandes triunfos posibles Le Mans, Indianápolis, Mónaco, Assen, Dakkar y los Mil Lagos. Luego llamé a mi hermano para darle el parte. -Se nos agotan las posibilidades. -Madura, tío. -Tienes razón.

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