lunes, 28 de septiembre de 2015

Cinco semanas

Hay una vieja máxima que afirma que los peores enemigos de los corredores son los perros y los médicos. Yo soy de la vieja escuela así que, huyendo del enemigo, diagnostiqué rotura del abductor izquierdo y prescribí reposo. Bueno, no lo prescribí yo sino mi pierna, que no tenía fuerzas ni para apretar el paso cuando, cruzando, veía acercarse a un coche. Y el diagnóstico no fue demasiado difícil. El hematoma llegaba casi hasta la rodilla. Y darme la vuelta en la cama era un trabajo hercúleo. La teoría afirma que debiera haberme hecho una ecografía y, en función de la longitud de la rotura, una semana de parón por centímetro. En la puerta del ecógrafo de guardia había uno de esos carteles que afirman -¿para cuándo dice que la quiere? Pues nada, reposo a sentimiento (sentimiento de corredor, claro. El reposo médico es veinte veces superior) y resignación. Lo primero, recuperarse. Después nos fijaremos objetivos, entre los cuales figurará con grandes caracteres el no volver a dar una patada a un balón en mi vida.

Cinco semanas. El uno de noviembre de mil novecientos ochenta me rompí el brazo. El veintitrés de febrero de mil novecientos ochenta y uno me quitaron la escayola (ese día pasó a la historia de España por otro motivo cuando lo verdaderamente importante había ocurrido aquella mañana en el hospital del Niño Jesús). Desde entonces no recuerdo haber estado cinco semanas sin correr. En realidad no recuerdo ni siquiera tres. He tenido esguinces, tendinitis, periostitis, pubalgia, alguna contractura pero nada serio. Parones para estudiar, sí pero ¿cinco semanas? Jamás. Y ahora, pues eso, cinco semanas sin calzarme las zapatillas. Desesperante, con el abductor dando pinchazos cada vez que pensaba –podría salir y probar. He tratado de matar el gusanillo yendo a nadar tres días por semana (cincuenta piscinas por sesión. Ni una más, ni una menos) pero nadar no es correr. Está bien, pero no es correr. Y me perdí, además, una carrera que me hacía verdadera ilusión, aparte de la tradicional ruta ciclista de despedida del verano por la Veguilla (aunque al almuerzo sí que fui). Vamos, que no sé si habrá algo peor que estar parado. Cinco semanas. Eternas.

Dicen los que lo han visto que es especialmente emocionante cuando el toro que ha sido indultado en la plaza, una vez recuperado y con todas las heridas ya cerradas, vuelve a salir al campo y empieza a correr. Tal vez el símil no sea muy válido (no me espera en el futuro una vida de semental y en la plaza se pasa peor que jugando al fútbol) pero esa sensación tuve cuando abrí el portal, salí a la calle y comencé a correr. No fue la mía al principio una carrera feliz porque iba pendiente del abductor, de ver cómo respondía. Y estuvo callado todo el rato. Y me fui envalentonando. Y llevaba un ritmo que pensaba que era bueno. Y lo comprobé. No puede ser. Voy a comprobar un poco más. Pues sí que puede ser. Iba a cinco cuarenta el kilómetro con la sensación de ir deprisa. Pues sí que he perdido forma. Y no fue sólo eso. Seis kilómetros hice y al día siguiente tenía unas agujetas que ni con el maratón. Penoso. Pero, entre todo lo que me dolía, que era mucho, no estaba el abductor. Me va a costar tiempo, desde luego, volver a coger el tono pero no pasa nada. He vuelto. Y no pienso parar en los próximos treinta y pico años.

4 comentarios:

GARRATY dijo...

Otra característica de los parones por lesión es el odio visceral que desarrollas hacia todos aquellos que sí pueden correr. Especialmente todos esos runners que no merecen salir a trotar mientras tú guardas reposo.
Yo llevó meses arrastrando una tendinitis en el pie que amenaza con dejarme sin Maratón y cualquier día cumple su promesa. Sé que debería aflojar pero no creo que lo haga.

El Impenitente dijo...

Cierto lo del odio visceral. De hecho, cada vez que veía a gente corriendo, lo consideraba como una falta de consideración y de respeto a mi persona.

Y ahora no puedes aflojar. O llegar o morir en el intento. No tienes otra.

Altosybajos dijo...

Enhorabuena por haber retomado la carrera.
No he estado muy fino durante tu inicio de la lesión ni durante la recuperación. Vamos que no te he dedicado ni una palabra de aliento. Disculpas.
Pero ahora ya estás en activo y las agujetas son como las medallas a los militares.
Y ya sabés que el mayor enemigo del corredor son los deportes con pelota.
Espero el momento de encontrarnos en el rio. Debo aprovechar el momento de apretar un poco y por primera vez enseñarte el culo.
Lo dicho, bienvenido.

El Impenitente dijo...

No pasa res. Es una rotura de fibras. Nadie se muere de esto.

Y espérate un poco para enseñarme el culo porque ha sido arrancada de caballo y parada de burro. Salí un día y bien. El segundo, bien. El tercero, regular. Y, el cuarto, mal. Al día siguiente, cojo. E hice entonces lo que tenía que haber hecho el primer día: ir al fisio. Por lo visto tengo toda la zona contracturada. Pinchazos, frío, calor y corrientes. Y mucho estiramiento. Vuelvo el jueves. A ver qué me cuenta.