lunes, 13 de julio de 2015

Cincuenta libres

He vuelto a subir a un podio. Realmente no fue mérito mío y debiera silenciarlo, pero, a pesar de que el podio es mi sitio natural, hacía tanto tiempo que no subía a uno que, aunque no haya sido en mi especialidad, tendré que contarlo.

Bien, si alguien quiere información sobre cualquier piscina de la provincia de Valencia que me pregunte. Mi papel como padre de nadador me ha llevado de una piscina a otra a lo largo de la presente temporada, a lo que hay que añadir los cinco días a la semana de entrenamiento que ha hecho que mis lazos con el resto de padres de nadadores haya superado el grado de hermanamiento. Es dura la natación. Y muy bonita. Y, además, dicen nadar, piscina y mariposa y no swim, swimming pool o butterfly. Mi hijo, a base de entrenamientos, nada fabulosamente bien. Domina todas las técnicas, los virajes y el nado ondulatorio o subacuático. Ya sólo le falta nadar deprisa, pero todo llegará, o eso dicen. Y si no llega no pasa nada. Yo llevo cuarenta años tratando de correr deprisa y aún no lo he conseguido y todavía no me he cansado. Algún año de estos lo lograré.

Llegamos a la última competición de la temporada. Es el trofeo de un club y programan como final del espectáculo un relevo entre equipos formados por padres. Muy bien. En nuestro club hay mucho padre nadador, con lo cual no me daba por aludido. Pero empieza a haber bajas. Y, de pronto, veo que me miran.

-Ni de coña.

-Venga, hombre. Si es una fiesta.

-¿Cuántos metros son?

-Cincuenta.

-Cuarenta y dos, cuarenta y tres segundos voy a hacer. ¿Os sirve?

-Que no pasa nada. Tú tírate y ya está. Da igual el tiempo.

-¿Cuánto vais a hacer vosotros?

-Treinta y uno, treinta y dos.

-No nado

-Pues si no nadas no presentamos equipo. Eres el único que queda.

-Eso es chantaje.

-Sí.

Cinco equipos en la línea de salida. -¿Salgo yo el primero? -Venga. Error. Si hubiese salido el segundo habría pasado desapercibido. Saliendo el primero llamas más la atención. Me subo al poyete. Aquello está altísimo. No bromeo si digo que me dio vértigo. Y tenía que tirarme al agua. –Que no se me caigan las gafas. Que no se caigan. Listos…ya.

Me tiro al agua. No se me caen las gafas. Salgo y empiezo a nadar. El agua es uno de esos sitios donde hay gran diferencia entre lo que está pasando y lo que tú crees que está pasando. Yo sentía que braceaba como un poseso. Luego, al verme (ahora todo está en vídeo), parece que fuese a cámara lenta. Me propuse en el largo inicial respirar cada cinco brazadas. A mitad de piscina ya respiraba cada tres. Llego al final del primer largo y se me pasa por la cabeza intentar el viraje reglamentario. Entonces recuerdo la única vez que lo intenté, en la cual me entró agua por la nariz y acabé agarrado a la corchera mareado y tosiendo, y desisto. Toco y vuelvo. La vuelta es eterna. Sigo respirando cada tres brazadas, pero noto el cansancio. No puedo flaquear y aguanto como puedo hasta que veo la T al fondo de la piscina. Ya lo tengo. Un último esfuerzo. Toco. El juez me pide que salga rápido.

-¿Qué tal?

-Bien, ya estamos remontando.

-Pero, ¿cómo he quedado?

-Quinto.

-Es decir, último.

-Pero te han sacado muy poco los otros cuatro. Que lo has hecho bien, hombre.

El segundo relevista ya llegó tercero. El tercero, primero. Y el cuarto mantuvo. Habíamos ganado. Llega mi hijo.

-Treinta nueve tres, papá.

-¿Cómo?

-Que has hecho treinta y nueve segundos y tres décimas.

En mi vida había nadado cincuenta metros tan deprisa. Es mayor motivación el miedo al ridículo que el ansia de ganar. Para analizarlo.

Llega el reconocimiento de los otros padres. Y el podio. Y las medallas. Y las fotos. Y sé que no me lo merezco a pesar de que les repito –el mérito es mío puesto que, con otro nadador de vuestro nivel, os habríais confiado mientras que yo os he obligado a dar lo mejor de vosotros mismos y por eso hemos ganado- pero el podio me sienta tan bien que…bueno, que HEMOS ganado, qué pijos.

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