lunes, 3 de septiembre de 2012

Finisher

Para completar un triatlón en su formato olímpico hay que hacer mil quinientos metros nadando, cuarenta kilómetros en bicicleta y diez corriendo, así, todo seguido. Éste es el que me gustaría hacer y el que alguna vez haré. Este verano me lo planteé y no llegué a tiempo, aunque he hecho algo parecido y por separado. No es homologable, pero todo es posible en los despachos.


Natación: ¿por qué no has esprintado?

Nadar es aburrido hasta que deja de serlo. Si lo haces contando las piscinas se hace pesado. Si lo haces a tiempo, de repente salta un resorte en tu mente y empiezas a pensar en tus cosas y, cuando te quieres dar cuenta, has hecho cinco minutos más de lo que tenías previsto. Yo nado a la marcheta, siempre a crol (crawl para los anglófilos) y dando pocas piernas. No controlo el ritmo y suelo estar solo por lo que no tengo referencias así que, aún a sabiendas de que soy muy malo, cuando me comentaron que había que apuntarse sí o sí a la competición de natación que se celebraba en la aldea del secarral por aquello de hacer bulto, al principio protesté aunque enseguida pensé –ha llegado la hora del tiburón del secarral.

Día de la competición. Muchas carreras agrupadas por categorías en función de la edad. Cuando me inscribí me apuntaron directamente en la categoría de mayores de dieciocho años sin preguntarme la edad ni pedirme el DNI. Sorprendente. Me inscribí en los doscientos libres y, junto a otros tres a los que tampoco pidieron el carnet de identidad, en el relevo de cuatro por cincuenta. Primero fueron los doscientos. Ocho largos. Cuando llevaba dos pensaba que el corazón se me salía por la boca y a punto estuve de retirarme. Con toda la gente que había fuera, la mayoría de ellos conocidos, aquello era impensable, por lo que regulé los siguientes cuatro largos, apreté en el penúltimo y di lo que me quedaba en el último. Salí extenuado del agua. Comentando la carrera con mi hermano me preguntó -¿por qué no has esprintado al final? –Sí que he esprintado. –Pues no se ha notado. –Vaya. Luego vinieron los relevos. Hice la primera posta. El resto del equipo mantuvo la posición que yo había logrado. Por si a alguien le interesa diré que fui cuarto en los doscientos y fuimos quintos en el relevo. Tal vez debiera, para completar la información, decir el número de participantes y los tiempos realizados, pero tampoco se trata de abrumar dando excesivos datos, así que lo dejaremos estar concluyendo que el tiburón del secarral es más bien un boquerón y de secano.


Ciclismo: el discreto encanto del coche escoba.

Marcha ciclista en Fuentelespino de Haro. Veintidós kilómetros. Kas, ilustre ciclista e ilustre Faisán, que suele pasar temporadas allí exiliado por razones matrimoniales, fue quien nos informó de la marcha y el que nos animó a participar. También nos dijo, viendo quién más o menos iba a tomar parte en la misma, que más que una marcha iba a ser un paseo por lo que unos cuantos, que estábamos a once kilómetros alojados, decidimos irnos en bicicleta hasta la salida. En la inscripción ya vimos que allí paseantes o paquetes no había ninguno. Bueno, había uno. Estaban unos cuantos de un equipo de Cuenca, la mitad de los cuales llevaba una camiseta que ponía –Soy de Cuenca, chorra- mientras que en la otra mitad se podía leer –Yo también, copón. Una marcha se supone que es una ruta en grupo con sucesivos reagrupamientos para los que se descuelgan. Se supone. Salida. Se pone un quad delante marcando un ritmo y todos con el quad. Se puso un coche escoba detrás y yo con el coche escoba, hermanado, uña y carne. La ruta tenía una primera fase no excesivamente dura de unos casi veinte kilómetros hasta volver al pueblo para luego subir a una ermita con rampas del veinte por cien y terminar a la bajada. Aquello no fue un paseo. Ni siquiera una marcha. Aquello fue una carrera. No se hizo ninguna parada. Los del coche escoba se ponían a mi lado -¿quieres que te remolquemos? –No. -¿Quieres subirte? –No. Yo iba a mi ritmo. Hacía mucho calor y sombra había poca o ninguna. No es agradable ir el último pero, oye, yo había ido a darme una vuelta y me la estaba dando. A un par de kilómetros de llegar al pueblo, y cuando estaba empezando a plantearme lo de subir a la ermita pues iba con la lengua fuera y no me quedaba agua, mi pedal izquierdo saltó por los aires. Una pena. Una verdadera lástima. Puse cara de fastidio, besé con unción al pedal roto y metí la bicicleta en un remolque que llevaban los del coche escoba. Hasta ahí bien. En el coche escoba iban cinco amigos, miembros de la peña del organizador. Cinco. ¿Dónde me podía meter yo entonces? Efectivamente, en el maletero. ¿Puede haber algo más humillante que llegar en el coche escoba? Sí, llegar en el maletero del coche escoba. Afortunadamente las desgracias con pan siempre son menos y en meta nos prepararon un almuerzo espectacular con mucho pan, mucha cerveza y mucho de todo así que la vergüenza y la fatiga se me pasaron enseguida.

Tan rápido se me pasaron que cinco días después me apunté a otra marcha con pedales nuevos. Ésta la organizaba el club ciclista de la capital del secarral y recorría una distancia de veintisiete kilómetros por un circuito con mucho desnivel. Aquí poco tengo que contar. Tardamos tres horas. Las paradas y los reagrupamientos fueron constantes. Y como vinieron niños ni siquiera vi al del coche escoba. También hubo almuerzo final, no tan bueno como el de Fuentelespino (perdón, Kas) pero lo suficientemente opíparo como para no comer después. Lo que comen los ciclistas, la leche. No me extraña que cada vez haya más afición a la bicicleta.


Carrera: ¡vivan las empanadillas de la suegra de Kas!

Por décimo año consecutivo cursé visita al castillo de Garcimuñoz y volví a preguntarme subiendo aquellas cuestas qué demonios hacía allí. Este año, además, en el momento de la salida estábamos a treinta y nueve grados y en mis oídos retumbaban las cariñosas palabras de mi padre -¡No vayas! ¡Te prohíbo que vayas! ¿Tú estás loco? ¡Te vas a morir! ¡Te vas a morir! No me morí y aún no sé bien por qué, pero el caso es que crucé la meta con un tiempo peor que el año anterior aunque en un puesto similar, así que di por buena la carrera y le regalé a mi padre el tarro con miel que siempre nos dan para que se apaciguase un poco. No debiera haber corrido aquel día, eso es cierto. Quizá debieran haber suspendido la carrera, pero eso hubiese ido en contra de nuestra naturaleza pues cuanto peor, mejor. Nos gusta que nos zurren. Masoquismo creo que se llama eso.

Tres días después (y cuatro antes de la marcha ciclista) me fui a Fuentelespino de Haro a correr. Era la primera edición de la carrera que habían organizado y teníamos que dar cuatro vueltas a un circuito no muy llano por dentro del pueblo hasta completar una legua castellana (cinco mil y pico metros). Habían publicitado bien la carrera y se acercó bastante gente de los alrededores. No sé cuántos (tampoco hay que abrumar con datos), pero yo llevaba el dorsal ciento tres. Hubo carreras de críos antes y luego dieron nuestra salida. No corrí mal y quedé el undécimo. Pero en esta carrera no hay que hablar ni de distancias ni de tiempos. Esta carrera fue distinta. Muchas veces he hablado de la Behobia y de la San Silvestre Vallecana, donde uno se siente importante como corredor pues se convierte en protagonista. Aquí fue algo más que eso. Fuentelespino es un pueblo pequeño. La carrera nació gracias a la iniciativa de un corredor de allí que consiguió involucrar al resto del pueblo. La plaza, donde estaba la meta y por donde pasábamos dos veces en cada vuelta, estaba a reventar. Además la engalanaron como si estuviesen en fiestas. Y no estaban en fiestas. Era por nosotros. En el resto del circuito también hubo bastante gente animando. Y la bolsa del corredor que nos dieron fue toda gracias a la generosidad de la gente: bollos del horno, fruta, media docena de huevos, etc. Además, la asociación de amas de casa preparó una cena en la plaza que daba gozo verla. Y nos quedamos a cenar, por supuesto. Parecíamos ciclistas engullendo. Kas, que por supuesto estaba conmigo (o yo con él), me recomendó que probase las empanadillas de su suegra. Y nos comimos unas cuantas. Salí de allí seguramente con tres kilos más que con los que llegué, dándole a Kas cientos de gracias por su amistad y su compañía, miles de gracias a su mujer por su pueblo y millones de gracias a su suegra por las empanadillas. Protagonista ya me había sentido antes. Pero que nos tratasen con tanto cariño no lo había vivido nunca. Fue muy emocionante. Ojalá el año que viene repitan. Allí estaremos.


Tribunal de arbitraje: Matías.

Final de fútbol sala en la aldea del secarral. Van a jugar Los Buenos contra Los Malos. Nosotros vamos con Los Buenos por dos razones: porque Los Malos nos caen mal y porque J.P. juega con Los Buenos. Con el fondo que nos ha sobrado del aperitivo compramos provisiones para el partido. Poco antes del comienzo el árbitro se dirige a mí y me pide que le eche una mano. –Hazme un favor. Es que aquella banda no la veo desde aquí. Márcame las fueras, las faltas de saque y controla que no se pasen de los cinco segundos que tienen para sacar. Juez de línea: una labor abnegada y jamás reconocida. Estaba pasando desapercibido hasta que en el área de Los Malos hay una mano clamorosa que el árbitro no ve. De manera ostensible se la señalo echándole al público y a Los Buenos (que son los míos) encima. El árbitro se me acerca y me recuerda dos cosas: primero, que sólo tengo que marcar las fueras y todo lo que tiene que ver con los saques. Nada más. Segundo, que soy un cabronazo y que ésta se la pago. Siguió el partido. Los Malos se pusieron con ventaja. Los Buenos remontaron. Los Malos nos dieron razones más que suficientes para seguir teniéndoles manía durante unos cuantos quinquenios con sus modales y su noción de la deportividad y del juego limpio. Llegaron a los penaltis. Ganaron Los Buenos. Se hizo justicia. Y al final tan amigos todos. 

Y ahora viene la ilación de todo esto. ¿He hecho un triatlón? No. ¿Me he hecho merecedor de una de esas camisetas tan bonitas en las que se lee “finisher” cuando uno completa un triatlón? No. Bueno, técnicamente no. Tampoco vamos a ser tan puristas. Y ahora que, comenzando por los niveles más bajos del arbitraje, tengo ya acceso al mundo de los comités, los tribunales y los despachos pues tendré que empezar a mover hilos y a comprar voluntades hasta conseguir mi camiseta. Sería más fácil si me plantase en la salida y lo completase, pero todavía me queda mucho para no salir del agua de los últimos y no terminar la bicicleta siendo el último y descolgado. Hasta ese momento, intrigas y artimañas arteras. ¿Para qué ser honrado pudiendo ser un tramposo? Esto es España, ¿no?

9 comentarios:

Slim dijo...

yo te hago la camiseta, si te hace ilusión. aunque si te empeñas el año que viene seguro que haces el triatlón.
las marchas ciclistas esas NUNCA son paseos, NUNCA van despacio, y siempre SIEMPRE compiten.
a ver cuando salimos juntos. ya tengo ganas de almorzar, digo de pedalear, contigo!!

El Impenitente dijo...

El año que viene empezaré con la primavera y espero llegar en condiciones. Este verano ha sido de aprendizaje y si algo he aprendido es que no hay que fiarse nunca de un ciclista. Ahora, donde las dan las toman y me he apuntado la matrícula de más de uno y más de diez. Y vendrá la muerte y tendrá mis ojos.

Y ya hablamos, Slim. Ya me he puesto las zapatillas y no me las quitaré seguramente hasta fallas, pero si hay almuerzo y coche escoba...bueno, es mi especialidad.

Anónimo dijo...

Un inmenso placer, Impenitente. El año que viene volveremos a las marchas en mejor estado de forma, las carreras son para otros. Y le diré a mi suegra o a mi mujer que hagan empanadillas (a las dos les salen igual de ricas). Tienes razón, el ciclismo engorda, ya sabes la máxima: beber sin sed y comer sin hambre. Y a esos envites nos ganan pocos...
Un fuerte abrazo. Kas

El Impenitente dijo...

Lo de comer sin hambre, sí, pero ¿alguna vez no tenemos sed? Otro abrazo muy fuerte. Y nos vemos el fin de semana. Tras haber superado Alpes y Pirineos nos tocan los Dolomitas. A por ellos.

cucumber dijo...

Comer sin hambre, beber sin sed y pedalear sin ganas..eso es el ciclismo. Tienes razon las cicloturistas nunca son un paseo, de eso doy fe. Y tambien se lo de ir el último y llegar con el coche escoba..siempre es una experiencia que muchos no tiene.
Nos vemos montando en bici, eso espero.

GARRATY dijo...

A mí las ganas de triatlón se me han pasado este verano despue´s de verme nadando en el mar rodeado de medusas. Entrar, entré despacio, pero para salir pase por encima de Michael Phelps.

Recuerdo, en mis comienzos en las carreras, una carrera en Moixent en la que me vi rodeado en la salida por no más de 20 tíos que, entre todos, no juntaban 100 kgs. Allá por el km 7 de 12 las chicas de los puestos de avituallamiento me pedían que me retirara.

¿Te veré el 18 de noviembre?

El Impenitente dijo...

Cucumber, leerte me ha dado mucha moral. Todas las experiencias son buenas si sabemos aprovecharlas. Al final se trata de entrenar, ser constante y ser paciente, pero siempre avanzando. Y nos veremos, ya lo creo que nos veremos.

Veo, Garraty, que tus abductores te han dado algo de tregua. ¿El dieciocho de noviembre? Supongo que sí nos veremos aunque no sé si en el mismo puente. De todas formas, tenemos que hablar, por lo menos para vernos un día de estos.

SisterBoy dijo...

Yo siempre dije que de ser atleta me hubiera gustado hacer pentatlon moderno que era así como muy marcial y muy militar ¿todaviá sigue siendo disciplina olímpica?

El Impenitente dijo...

Es bonito, pero hace falta un caballo. El resto es asequible. Y sí que fue olímpico en Londres. Y seguro que había un húngaro en el podio. Siempre lo hay.