miércoles, 4 de julio de 2012

Crónica en rojo y gualda

El primer partido contra Italia lo vi en casa de mis padres. Los partidos importantes o los veo en mi casa o los veo en casa de mis padres sentándome en mi sitio, que es el mismo que ocupé cuando España le metió cinco a Dinamarca en Querétaro en el Mundial ochenta y seis. Los partidos se tienen que ver siguiendo una parafernalia casi religiosa y enclaustrado como un monje. Dentro de la celda vale todo, pero siempre dentro de la celda. La bandera tiene que estar situada encima del televisor y el teléfono tiene que estar cerca para ir comentando con mi hermano el partido ya que él, censado como está en plena España profunda, en San Sebastián, vive los partidos de la Selección de manera semiclandestina. El partido contra Italia fue en domingo y el ambiente en casa de mis padres no era precisamente monacal puesto que allí estaban mis cuñados y toda la chiquillería. Resultado: empate a uno con un Torres fabuloso generando ocasiones y fabuloso fallándolas. La culpa, ¿quién la tuvo? Mis cuñados, por supuesto. El hombre propone, Dios dispone y los cuñados descomponen. Además, ¿para qué quiere uno cuñados si no es para poder echarles la culpa de todo?

Segundo partido contra Irlanda. Llamo a mi padre y éste empieza a ponerme pegas. Al final me confiesa que prefiere que no vaya, que se pone muy nervioso y que cada vez aguanta menos la tensión. Le digo que vale, pero que le respetaré hasta los cruces. Los partidos de Italia y Rusia en dos mil ocho y los de Paraguay y Alemania en dos mil diez los habíamos visto juntos y que eso era sagrado. La final no, puesto que ésas, por una razón y por otra, las había visto en mi casa, pero que como llegásemos a cuartos me tendría que hacer un sitio. Así, para el partido contra Irlanda, con la bandera colocada, nos preparamos una merienda como parte de la negociación con mi cría para que nos dejase la televisión el tiempo justo de ver el partido, y decidimos que, si ganábamos, la merienda entraría a formar parte de la liturgia. Todo estaba en su sitio. Todo estaba en orden. Ana iba de aquí para allá pues dice que se pone muy nerviosa. Mi cría ni apareció pues el fútbol le importa lo mismo que Erasmo de Rótterdam. Mi crío y yo ocupamos nuestros asientos y, como todo estaba en equilibrio, el partido fluyó plácidamente, Torres marcó dos goles y terminó el partido con la sensación de que esa paz y esa armonía encontrada no nos iba a abandonar durante todo el Europeo. Lo teníamos hecho.

Tercer partido contra Croacia. Repetimos todo el ritual. Ni rastro de la paz. Ni rastro de la armonía. Partido trabado, áspero, feo, tenso. Torres, enredado en la maraña croata, como el resto, apenas despunta. Sólo respiramos al final. Y más que respirar, resoplamos. Me entraron las dudas. Son muchos años de desconfianza acumulados que no se borran así como así, por muchas copas que levantemos. No lo teníamos hecho, no. Todo lo contrario.

Cuartos de final. Hace cuatro años te acercabas a un español por detrás y le decías al oído cuartos de final y a éste le entraba el llanto, el sudor frío y el rechinar de dientes. Ahora parece que se nos ha olvidado, pero a mí no. Además, el partido era en sábado y no iba a estar en Valencia sino en el secarral. No iba a ver el partido junto a mi padre sino en casa de Ana, en territorio inhóspito para esto del ritual futbolístico. Y jugábamos contra Francia, a la que jamás habíamos ganado. Y para colmo, a mitad de camino me doy cuenta de que se me ha olvidado la bandera. Convencido estaba que perdíamos. Convencido. Era imposible que ganásemos. Todo estaba en contra. Recordé entonces que, en un cajón, guardaba un polo rojo que me dieron en una carrera y que llevé puesto durante todos los partidos del Europeo de dos mil ocho. Lo saqué. También tenía una camiseta de algodón de la Selección que pone Toyota y que me puse en el cruce contra Francia en Alemania dos mil seis y que no me he vuelto a poner desde aquel día. Escondí la camiseta. Estaba todo en contra. Sólo tenía el fetiche de mi polo rojo para luchar contra los elementos. Y funcionó. Los franceses aún están buscando el balón. La primera parte la vi solo, pues mi crío prefirió jugar al fútbol en la calle. Vino en el descanso acompañado del tío Javier y su camiseta roja con Iniesta escrito en la espalda. Todo fue bien hasta que saltó Torres al campo. El tío Javier empezó a tachar a Torres de inútil para arriba. Sí que es verdad que el chaval estaba haciendo un partido desesperante pero vamos a ver, tío Javier, que Fernando Torres no hay más que uno a y ti te encontré en la calle. Deseandico estaba que Torres liase una para reivindicarlo a gritos. No ocurrió y casi fue mejor así pues me temo que habríamos roto nuestros lazos. Marcamos el segundo y allí nos abrazamos todos sellando las diferencias. Respiré tranquilo. No sólo habíamos ganado a Francia. También habíamos derrotado a los elementos. Y eso es algo mucho más difícil.

Semifinal. Mi padre me dice que se tiene que ir a Madrid. -¡No me jodas! ¡Que es la semifinal! Nada. Bandera en su sitio. Merienda en su sitio. Ana, mi cría, mi crío y yo en nuestros sitios. Comienza el partido. Censo de canas y de arrugas a las nueve menos cuarto: ene. Censo de canas y de arrugas a las doce menos veinte: ene por ocho. Hay partidos que más que partidos son experiencias vitales, de los que no eres el mismo al principio que al final. Para estos partidos todos los amuletos y todas las manías son pocas, y llegados ya a los penaltis no hay más remedio que echar mano del Padrenuestro, del Yo pecador (de la pradera) y del Salve. Ganamos. Y tuve la sensación de que habíamos ganado por inercia, porque somos una máquina imparable, porque todo está de nuestro lado. Y volví a verlo hecho.

Final. Yo no quería a Alemania. No tiene mérito ganarle a Alemania. Es lo de siempre. Es más de lo mismo. Es como pegarle a un niño. Si es que ya me dan pena. Yo quería a Italia. Puestos a hacer algo grande quería hacerlo a lo grande. Y lo hicimos. Vaya que si lo hicimos. Bandera en su sitio. Merienda en su sitio. Los cuatro miembros de la familia cada uno en su sitio. El polo rojo fetiche de dos mil ocho en su sitio. ¿Que Italia nos gana siempre? ¿Italia? ¿Quién es Italia? ¿Qué amigos tiene Italia? Paseo militar. Festival. Festín, con Torres sumándose a la fiesta, apuntillando y regalando un gol. Memorable. Campeones. De nuevo campeones. Sigue siendo especial. Sigue siendo fabuloso.

Y se acaba el Europeo y ¿qué te queda? Bueno, pues te queda el Tour. Y Wimbledon (vamos, Roger). Y ya enseguida los Juegos Olímpicos, que son la felicidad misma. La vida sigue. ¿Prima de riesgo? También. Pero para eso ya tengo la rutina de la angustia diaria laboral. Y contra eso ni fetiches, ni rituales, ni sortilegios funcionan. Ni Torres tampoco.

9 comentarios:

Juan Rodríguez Millán dijo...

"Le respetaré hasta los cruces". Con esa frase me has ganado para siempre, je, je, je...

Yo siempre respeto mi sitio para ver el fútbol. Y siempre recordaba dónde estaba en cada eliminación. Ahora recuerdo dónde estaba con cada triunfo.

Camiseta sólo me pongo si lo veo fuera de casa. Y, qué cosas, la que me pongo es la del Mundial 98. Sí, ese en el que caímos en primera fase. Pero es la que tengo.

Ahora me estoy acordando de una tontería sobre Italia. Cuando hace cuatro años les ganamos en los penaltis, escribí si había algo mejor que eliminar a Italia en los penaltis en cuartos de final. Recuerdo que una ex-amiga que ahora no entiendo como pudo ser amiga me llamo simple por decir eso. Es verdad, entonces era simple. Porque mejor que aquello es ganar a Italia 4-0 en la final. Sin duda.

El Impenitente dijo...

Como decía Confucio (o tal vez fue Martin Heidegger. O, quizá, Los del Río), mejor amigos simples que ex-amigos pretenciosos que te miran por encima del hombro.

SisterBoy dijo...

Yo como ya dije en mi casa estaba más tranquilo que un ocho hasta esa torturante semifinal con la horrible Portugal (sólo faltaba Llourinho en el banquillo para que el horror fuera perfecto y absoluto). De resto como digo con la paz y la tranquilidad de no tener ya que demostrar nada y de ser los mejores sobre el campo, como la segunda Champions que el Barça ganó contra el Manchester vamos

El Impenitente dijo...

Qué malo que es jugar con quien más odias perder. A veces lo importante no es ganar sino ganar a o no perder con.

Y Federer ha ganado Wimbledon por séptima vez y ha vuelto al número uno. Al final voy a tomarle cariño a los domingos y todo si siempre vienen cargados de buenas noticias.

Alex Maladroit dijo...

Creo que gocé más la derrota de Alemania contra Italia que la victoria de España. Quizá porque estos días en mi tierra, todo lo que tenga relación con Madrid nos da un poco de asco (Madrid=GC=Apalear mineros y civiles=humillarnos como pueblo). Quizá porque gané más con la victoria de Italia que con la de España en las apuestas. Quizá porque como sudeuropeo, como súrdico, le estoy cogiendo una animadversión tremenda a lo germano.

¡Enhorabuena por haber disfrutado de la Euro!

El Impenitente dijo...

El presidente del Banco Central Europeo es italiano. Los turineses y los milaneses se consideran más alemanes que italianos. No es sur todo lo que reluce en Italia.

Enhorabuena por haber trincado en la Euro.

Slim dijo...

pues a mi tambien me gusta en mi casa, con mi pizarra, las bufandas y la camiseta (de torres, por cierto). pero esta vez contra Francia tuve que llevarmela a casa de un amigo,a Fanzara. y para la final, tuve que llevarmela a Zaragoza.
y ganamos igual. yo creo que da lo mismo el sitio donde lo vea. eso si, la camiseta de Torres no puede faltar. :-)

Alex Maladroit dijo...

Los padanos tampoco son santo de mi devoción, Hombre del Secarral.

El Impenitente dijo...

A mí, Slim, también me da la impresión de que los nuestros son tan buenos y están tan convencidos que ganarían sin necesidad de rituales y de amuletos. Pero que nos quiten nuestros rituales. Es nuestra manera de sentirnos partícipes.