Coñac La Parra

Hace ya unos cuantos años salimos Maroto, G. y yo a dar una vuelta. Era Fallas y creo que íbamos hacia la ofrenda. No sé quién saludó a alguien y a partir de aquello decidimos crear el campeonato de ver quién se encontraba con más gente conocida. Los hombres puntuaban uno y las mujeres dos. Como somos competitivos y mucho no nos gusta perder allí estábamos los tres hablando sin mirarnos, sólo pendientes de encontrarnos con alguien y saludarlo, pues para puntuar había que saludar. Desde entonces ha quedado como tradición y no hay Fallas que no quedemos con la excusa de alguna mascletá o la ofrenda, aunque realmente vamos a competir. Y la verdad es que ya da igual que sea Fallas. Cuando nos juntamos (siempre vamos andando a los sitios) podemos hablar de cualquier cosa a sabiendas de que lo que realmente importa es puntuar.

No hace demasiado tiempo estuvo G. en Madrid y allí vio a Paquirrín por la calle. Y desde entonces pase lo que pase, gane quien gane él siempre repite al final la misma cantinela –sí, bueno. No he ganado, pero yo he visto a Paquirrín y vosotros no. Y Maroto y yo nos la tenemos que envainar. G. ha visto a Paquirrín en carne mortal. Paquirrín, ese hombre. Y nos callamos. No hay más remedio.

El viernes pasado, a las cuatro y media de la tarde, Fernando Esteso estaba en la puerta de mi casa. Y yo lo vi. Lo vi con estos ojos que se han de comer los gusanos con las lentes progresivas que fabrican los cristianos. Fernando Esteso. Lo vi. Y contra eso no se puede luchar. Contra eso no se puede competir. A partir de ahora soy yo aquí el que manda. A partir de ahora soy yo aquí el puto amo.