jueves, 7 de octubre de 2010

Me moriré en Berlín con aguacero

Cinco son en el mundo las maratones que tienen la categoría de grandes o majors: Boston, Chicago, Nueva York, Londres y Berlín. No tengo como prioridad el correr las cinco (aunque no me importaría). Me parece un buen plan el aprovechar las carreras para conocer lugares y así, cuando surgió la posibilidad de correr el maratón de Berlín no leí maratón sino Berlín. Y no dudé en apuntarme.

Hasta Berlín había corrido siete maratones y tres cuartos en Valencia y en Madrid. Madrid es más multitudinaria, con trece mil corredores. En Valencia apenas superan los tres mil. Soy asiduo a otras carreras con mayor censo como la Behobia (dieciocho mil) o la San Silvestre Vallecana (treinta mil). En Berlín los inscritos llegan a cuarenta mil. Y es un maratón. No está mal.

La mitad de los que íbamos en el avión éramos corredores. La otra mitad nos acompañaban a los corredores. Es agradable tratar con tanta gente que habla tu mismo idioma. Y extraño. Entre todos habíamos corrido todas las carreras y nos animábamos y nos invitábamos para ir a uno u otro lado. Planes de entrenamiento, series, ritmos, largos, carreras, montaña, ruta eran temas de conversación habituales. En el viaje de vuelta comencé a charlar con uno de los responsables del viaje. Aquel hombre tenía el trabajo perfecto. Se dedica a escribir sobre correr y, además, ha de cubrir todos los campeonatos del mundo y de Europa de atletismo amén de los Juegos Olímpicos. Y era un enamorado del atletismo. Más que conversar iniciamos una sucesión de monólogos sobre atletas, podios, carreras y marcas. Parecía que estábamos compitiendo. Me ganó, aunque por muy poco. Yo miraba al cielo y exclamaba –gracias, Dios mío. No estoy solo en este mundo. La endogamia es placentera y la endogamia friqui más si cabe.

El hotel también estaba lleno de corredores. Japoneses, daneses, españoles…Se volcaron con nosotros. Pequeños detalles como abrir el comedor el día de la carrera a las cinco de la mañana para poder desayunar tranquilamente. Plátanos y agua para poder llevarte los que quisieras. Bebidas calientes a la vuelta para poder entrar el cuerpo en calor tras la carrera. Es indudable que el maratón era negocio para el hotel y ellos quisieron corresponder. No sé si es habitual o no en las grandes carreras pues no tengo experiencia en ellas pero me pareció un detalle de agradecer.

La feria del corredor y la entrega de dorsales se realizaron en el aeropuerto (precioso aeropuerto) de Tempelhof, ahora en desuso como tal pero no abandonado ni muchísimo menos. Impresionante la feria. Impresionante el gentío, el número de stands, la calidad de los mismos. Dos horas nos costó entrar y salir y apenas nos entretuvimos. Podríamos habernos pasado el día entero allí, desde luego, aunque preferimos recorrer Berlín.

El día de la carrera amaneció plomizo y lluvioso (dadas mis últimas experiencias en Behobia, San Silvestre y Berlín, cuando vuelva la sequía, siempre pertinaz, en vez de sacar a San Isidro Labrador en procesión que monten una carrera y me inviten. No falla). Fuimos andando hasta el guardarropía. Nos dijeron que estaba a diez minutos que resultaron cuarenta. Allí, en un fallo de la infalible organización alemana que acordonaron una zona para las casetas muy larga y muy estrecha, nos vimos atrapados entre la masa en una situación que Garraty me obliga a definir como kafkiana. No podíamos movernos. El tiempo pasaba y ni avanzábamos ni retrocedíamos. Bastaba con haber retirado las vallas laterales. Faltaba media hora para la salida. Yo echaba espuma por la boca y allí la gente ni se inmutaba. No sé cómo escapamos de allí y llegamos a tiempo para colocarnos en el cajón. Incluso pudimos estirar y calentar un poco.

Creo que nunca he comentado lo que se siente el momento previo a la salida. Recuerdo sin la menor nostalgia cuando tenía que examinarme y cuando iba a ver las notas. Pues esto es algo parecido. Siempre pienso –si se suspendiese ahora mismo la carrera no me importaría lo más mínimo. En la salida estoy muerto de miedo. Aquí, a pesar de que no tenía intención de ir a tope, también tenía miedo. Son cuarenta y dos kilómetros los que nos esperan. Pero aparte del miedo había algo más. Y era emoción. Mucha. Garraty tenía la carne de gallina. Yo estaba a punto de echarme a llorar. Íbamos a correr la maratón de Berlín. Eso es algo que no tiene precio.

Dieron la salida. Y corrimos nuestra carrera. Casi todo el rato estuvo lloviznando. El suelo lleno de charcos. Garraty me obliga a definir el día de la carrera como dantesco. Recorrido muy bonito, muy turístico. Circuito rápido aunque no tan rápido como el de Valencia (aquí haciendo patria). Dicen que cerca de un millón de personas en la calle animando. Es Berlín una ciudad que se vuelca con su carrera, que corta sus calles el sábado a mediodía y no las abre hasta el lunes. Ni una protesta. Ni un coche pitando. Qué diferencia con Valencia, donde los corredores molestamos, donde el ayuntamiento casi parece que nos haga un favor y donde, por sus santos tegumentos, deciden cambiar el maratón de febrero a noviembre y se quedan tan anchos. Y quieren disparar el censo. Cuando respeten la carrera y respeten a los corredores tal vez lo consigan. En Berlín no sólo respetan sino que miman su carrera pues, entre otras cosas, es un negocio y un escaparate y así atraen a mucha gente del extranjero, y uno no para de ver banderas de todos los países que lleva la gente que está animando al paso de los corredores (la organización afirmó que había atletas de ciento treinta y dos nacionalidades). Españoles había a punta pala. Además, desde que hemos ganado el Mundial, no hay español sin bandera, así que nos pasamos buena parte de la carrera saludando. Un montón de grupos y orquestillas tocando en cualquier rincón (memorable en quinientos metros escuchar una versión jazz del “Amor de loca juventud” de Buena Vista Social Club y el “Hell Bells” de los AC-DC). Por criticar de nuevo a la infalible organización alemana diré que el agua la daban en vasos. Creo que hubo uno que, sin aflojar la marcha, logró coger un vaso y bebérselo entero sin derramar una gota. Ya ha sido contratado por el Circo del Sol, por supuesto.

El último kilómetro es de los que no se olvidan nunca, de los que merece la pena nacer para vivir. Entrar bajo la lluvia por el bulevar de Unter der Linden, cruzar bajo la Puerta de Brandenburgo y terminar en la avenida del Diecisiete de Junio junto al monumento al soldado soviético rodeado de todo aquel gentío se recuerda como algo irreal envuelto en brumas. Algo quimérico. Algo idílico. Algo inenarrable.

En meta nos dieron una medalla (casi lo único que nos dieron. La inscripción es carísima y la bolsa del corredor es ridícula, desde luego) con una cinta tricolor negra, roja y amarilla. Y nos colgamos nuestra medalla. Y no nos la quitamos ni para ducharnos. Y aquella tarde y la mañana siguiente no parábamos de cruzarnos con gente que llevaba su medalla colgando. Nos saludábamos cómplices. Nos reíamos unos de otros por las caras que poníamos subiendo y bajando escaleras por las agujetas. Maratonianos en Berlín. Por un día eres el protagonista en una gran ciudad. Por un día eres el protagonista en una gran capital. Eres el canciller. Eres el führer. Eres el kaiser.

11 comentarios:

Arual dijo...

Ya estaba esperando yo este relato desde hace día, me alegro que lo disfrutaras, es lo tuyo y lo vives intensamente. Berlin impresionante no?

Juan Rodríguez Millán dijo...

Me has puesto la piel de gallina. Y eso que lo de correr no va conmigo.

GARRATY dijo...

Si el último domingo de septiembre, a eso de las 9 de la mañana, te encuentras en pantalón corto y camiseta de tirantes en medio de la Avenida 17 de Junio, miras hacia delante y ves a varios de los mejores corredores de maratón del mundo a escasos quince metros de tí, miras hacia atras y el mar de cabecitas se pierde hasta la Puerta de Brandenburgo y comprendes, en ese momento, que vas a correr uno de los maratones más importantes del planeta (el puto maratón de Berlín fueron mis palabras textuales), si ocurre todo eso y no se te pone la carne de gallina es que estás muerto.

El día no fue dantesco, aunque lo de llovizna me parece una descripción un poco light, pero la unión de la climatología con los 42,195 km si resultó dantesca. Sea lo que sea que quiera decir dantesca.

El Impenitente dijo...

A mí Berlín me ha impresionado, desde luego.

Pues yo ya no recuerdo si nos llovió mucho o no. Llega un momento que, una vez calado,da igual. Serán las endorfinas.

Slim dijo...

buf! me ha encantado tu relato..casi me parecia estar alli, Bajo los Tilos, mientras te leia. creo que eso lo consigue poca gente al escribir, tu eres uno de ellos.

me alegra a mi tambien de que disfrutaras tanto de la carrera y de berlin, aunque no me creo nada de esas criticas organizativas: ES IMPOSIBLE!!en Alemania noooo!!

El Impenitente dijo...

Me alegra que te haya gustado, Slim.

Y los alemanes no son perfectos. Casi, pero no. Por eso, en cuanto les pillamos en un renuncio, hala, que se sepa.

Toupeiro dijo...

Por un día eres DIOS.
¡ENHORABUENA!

El Impenitente dijo...

Muchas gracias.

Margarita Borja dijo...

Puede ser que a la final no estemos tan solos, o que en realidad lo estemos aún más de lo que pensamos. Ayer me decidí a hacerme un blog y luego de mucho pensar decidí llamarlo: Berlín con aguacero. En homenaje a César Vallejo, en homenaje a Berlín, esa ciudad que nos llama una y otra vez, y cuyos llamados son, en mi caso, básicamente literarios. Hoy intenté volver a mi blog y decidí buscarlo en google, y fue a caer en tu blog y en las noticias sobre los terribles aguaceros que asolan Berlín.

El Impenitente dijo...

Bien hallados sean los aguaceros berlineses que te han traído hasta aquí. En mi caso la llamada de Berlín fue deportiva pero los cuatro días que pasamos por allí fueron muy especiales y, aunque nos quedamos en su corteza (no tuvimos tiempo para más), la llevamos dentro y es seguro que volveremos.

Y soy de los que piensan que no estamos tan solos.

Bienvenida.

El Impenitente dijo...

Margarita, si lees esto ayer estuve leyendo tu blog y traté de dejarte un comentario. No sé si fue por culpa de Blogger o culpa mía, dado que mi alemán no pasa de los nombres de los deportistas. Me gustaron tus dos entradas y tengo intención, con tu permiso, de frecuentar tu morada.

Un saludo.