jueves, 14 de octubre de 2010

James Cleveland

Dos sensaciones me acompañan normalmente relacionadas con las entradas que escribo en este cuaderno. La primera de ellas la tengo cuando las releo y pienso entonces que no me diferencio demasiado de cualquier monologuista de los de “El club de la comedia”. La segunda sensación tiene que ver más con la preparación de las entradas, sobre todo cuando no tengo nada que escribir. Entonces recuerdo cuando en el colegio nos encargaban una redacción de tema libre y no sabía qué contar.

Durante muchos años, bien en clase de inglés o bien en clase de lengua, cada vez que el profesor nos mandaba una redacción de tema libre yo contaba la vida de Jesse Owens. No sé cuántos profesores de la EGB tuvieron que tragarse las andanzas del “Antílope de Ébano”, del hombre que el veinticinco de mayo de mil novecientos treinta y cinco (el llamado “day of the days”) batió cuatro records del mundo en setenta minutos, del gran atleta que murió de cáncer de pulmón por culpa del tabaco, del hombre que ganó cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de mil novecientos treinta y seis en Berlín, los Juegos de la exaltación del Nazismo, los Juegos de Hitler y la propaganda. Mucho se habló y se habla del revés que sufrió Hitler por las victorias de aquel negro americano. Mucho se habló y se habla de que Hitler se negó a saludar a ningún vencedor por no tener que felicitar a hombres de razas inferiores. Poco se habló de que Jesse Owens, al volver a su país, no fue recibido por Roosevelt pues estaba en plena campaña electoral y no le convenía hacerse fotos con un negro. Poco se habló de que Owens, al retornar a su país, tuvo que volver a subir a los autobuses por la puerta de atrás. Poco se habló de que Jesse Owens fue mucho más reconocido en la Alemania nazi que en los Estados Unidos de América, el país de la libertad.

Seguía lloviendo aquel domingo por la tarde. Por la mañana habíamos corrido el maratón. Eran ya sobre las siete y media. Volvíamos hacia el hotel en el metro. Estábamos cansados. Garraty hizo mención de que la última parada de la línea era Olympia-Stadion. –Yo me voy al Olímpico. Ana decidió acompañarme. Garraty y su mujer declinaron amablemente. El tren, estación a estación, se fue vaciando. Al llegar a la última parada estábamos prácticamente solos. Salimos. Era de noche. Apenas había iluminación. Estaba todo oscuro. Sólo se adivinaban los perfiles de los árboles frente a la estación. Era el extrarradio de la ciudad y estaba despoblado. Llovía. El viento soplaba de tal manera que inutilizaba los paraguas. Había que cruzar un túnel. Estábamos solos. Cualquier persona en cualquier lugar del mundo se habría dejado vencer por el miedo y hubiera desistido. Pero yo no tenía miedo. En aquel lugar y en aquel momento yo no podía tener miedo. Comenzamos a andar. Cruzamos el túnel. Llegamos a una explanada enorme completamente vacía. Al fondo el estadio. Nos fuimos acercando. El agua golpeándonos la cara. Delante del estadio dos columnas enormes. Uniendo dichas columnas, los cinco aros olímpicos. Llegamos. Una cancela entre las columnas nos cerraba el paso. Me agarré a la cancela. Miré al estadio. Lo miré fijamente. No podía dejar de mirarlo. No podía. Allí dentro había pasado todo. Allí dentro fue.

10 comentarios:

Arual dijo...

Es fantástico pisar los lugares en los que han acontecido cosas especiales para uno mismo, sea un gran estadio olímpico berlinés, o sea simplemente la sombra de una higuera en un pequeño pueblo de Teruel, y algún rato cuando tenga tiempo os contaré el por qué.

SisterBoy dijo...

Pues recuerdo que en mi primer, y hasta el momento único, viaje a San Sebastian me propuse visitar el viejo estadio de Atocha pero al final no lo hice, es lo más cerca que he estado de visitar un lugar mítico deportivamente hablando.

No sé si recuerdas una mini serie de televisión basada en la vida de Jesse Owens que pasaron aña por mediados de los ochenta, allí contaban cosas como que el atleta terminó trabajando de basurero y gandose unas perrillas en competiciones del estilo de "Jesse Owens compite con un caballo de carreras".

La verdad es que la serie no estaba muy allá y la recuerdo sobre todo por el personaje de Avery Brundage a quien no sé si conoces.

El Impenitente dijo...

A ver cuándo tienes un rato, Arual.

Perdiste una oportunidad de ver Atocha. Ahora me parece que lo tienes complicado.

Slavery Brundage, presidente del COI anterior a Lord Killanin y Samaranch, un tío obsesionado por el amateurismo de los deportistas. Nadie que participase en sus Juegos debía haber cobrado ni un céntimo. Los de los paises del Este eran todos coroneles del ejército, pero no pasaba nada. Los de Occidente, como Owens, malvivían a pesar de ser estrellas y abandonaban rápido el atletismo y se pasaban al fútbol americano. Algún día quizá investigue y me extienda como acabaron las leyendas estadounidenses de Méjico 68 (Hines, Smith, Carlos, Evans, James, Beamon,etc.). Brundage estuvo a punto de descalificar a Mark Spitz pues, tras ganar no sé cuál de sus medallas, levanto los brazos llevando en sus manos unas zapatillas. Tamaña publicidad encubierta era insoportable para Brundage.

Alex Maladroit dijo...

Olympiastadion*, pero te lo perdono por escribir los números con letras, que siempre queda mucho mejor. La gente que escribe las cifras así, no puede ser mala.

GARRATY dijo...

Con esa excursión Ana se ganó el derecho a tropecientas dieciocho visitas al Zara sin opción a pataleo ni malas caras.

Y ya hablaremos porque, tras 15 días sin correr, en cuanto me puse a trotar un ratito me dió un subidón de endorfinas que ya ando pensando en darme una vuelta por Barcelona en Marzo.

Juan Rodríguez Millán dijo...

Tendrías que abandonar esa costumbre de ponerme la piel de gallina incluso con sensaciones que me son ajenas... Bueno, mejor no, sigue haciéndolo...

No sabía algunas de las cosas que cuentas de Jesse Owens. Quién pudiera leer esas redacciones.

Sisterboy, yo sí estuve en Atotxa, cuando todavía estaba en uso y cuando estaba para su derrumbe. Y, sí, las sensaciones son similares cuando recorres la banda de un campo deshecho recordando a López Ufarte...

cucumber dijo...

No me motiva ningun sitio mítico, sera por la carencia de mitos propios, pero reconozco como comenta Juan Rodriguez que tal como cuentas las cosas, me gustaria compartir y disfrutar esas sensaciones.
Tio, eres bueno!!
Seguro que en las redacciones en el cole, te ponían un 10.
Y si, Ana se gana el cielo contigo.Menuda excursión!

El Impenitente dijo...

Tienes razón, Maladroit. Corregido.

Garraty, contigo ya seríamos tres para Barcelona. Anímate.

Las redacciones eran de colegial. Épica, carreras, saltos, logros y el por qué Jesse era Jesse. Nunca tuve grandes resultados con mis redacciones. Bienes y algún notable.

Y Ana no se puede quejar de las aventuras que vive conmigo. Ha contado ella muchísimo más la excursión al Olímpico que yo. Aunque ella le da otro enfoque, me temo.

Y gracias por los halagos, absolutamente merecidos.

Anónimo dijo...

Creo que mi mitomanía es un grado inferior a la del Impenitente. Sin embargo me emocionaría mucho visitar el café La Fusa, en Buenos Aires (no sé si todavía existe, si es un solar, o una hamburguesería) y chupar una cachaçita, sí. También me conmovería subir a bordo del yate L'Horizon en el puerto de Cannes, donde Francis Picabia recetaba sus "lenguados a la estricnina". O pegar la nariz en uno de los ventanales de la Casa Farnsworth de Mies van der Rohe en Illinois.

Sin embargo soy más mitómano de mi entorno cercano, de las biografías de familiares y amigos.
Por eso sé que cuando vaya a Berlín iré al Olímpico, espero que en medio de un aguacero con viento lateral. Será de noche y no habrá nadie. Veré los cinco aros olímpicos, me agarraré a la cancela y miraré al estadio. Y pensaré: a esta cancela se agarró el Impenitente y pensó que aquí dentro había pasado todo.

PD: Ayer me abracé a un sub tres y fue tan emocionante como cuando abracé a Sergio Mendes.

Firmado por el señor Periostitis.

El Impenitente dijo...

Cuando vea a Sergio Mendes me abrazaré a él y a Brasil 66 (gran año) y sucesivos y pensaré estoy abrazando al hombre que abrazó a aquel que se abrazó a un sub tres una noche de octubre en el cauce del Turia y que precedía a las Rosas Voladoras que, sin su cinta rosa en su pelo, desmerecían pero todo se andará y ya queda menos para superar a la explicación de por qué el hombre que más daño se ha hecho a sí mismo es el hombre que más daño se ha hecho a sí mismo.

Yo creo que en la carrera de Arquitectura tienen dos asignaturas. La primera es Endiosamiento. La segunda es Yo soy Mies van der Rohe, sólo que nací un poco más tarde. Cualquier arquitecto te hace cuatro rayas para un boceto de vivienda y, qué casualidad, siempre es la casa Farnsworth. En fin, rescatemos aquel viejo proverbio que afirma que el arquitecto es aquel que no es lo suficientemente hombre para ser ingeniero ni lo suficientemente maricón para ser decorador.

En duro convivir laboralmente con los arquitectos