domingo, 7 de marzo de 2010

Tontolpijo

La calidad de una boda en el secarral manchego es proporcional al número de langostinos servidos. Cuantos más, mejor. Y si luego pasan los camareros con bandejas llenas diciendo -¿quiere más el señor?- entonces la boda es de las que ya nunca se olvidan, de las legendarias. Los langostinos por supuesto se pelan con las manos, que para eso te dan una toallita de limón perfectamente envasada. Es importante, al abrir el langostino, procurar que el agüilla salga a presión e impacte sobre la camisa pues una boda en el secarral sin lamparón ni es boda ni es nada. También es un ritual cuasi religioso el chupar las cabezas. Si uno es capaz de abstraerse puede escuchar la sinfonía que originan cientos de personas sorbiendo a la vez. Y ese es el verdadero himno manchego. Ni las jotas ni el almirez ni la botella de anís del Mono frotada con un palote ni las canciones de misa cantadas con la nariz (un Mandamiento nuevo nos dio el Señor). En la sustancia que se deposita en la cabeza de los langostinos después de cocidos está la verdadera esencia del pueblo manchego. Está su identidad.

Asistí a una boda en Valencia de ésas en las que firman cientos de testigos, ellos vestidos con chaqué, ellas no. En el convite pusieron langostinos. Bien es cierto que estaban enmascarados, pero los bigotes los delataron. –Yo a vosotros os conozco, por mucho que os disfracéis. Mis compañeros de mesa cogieron sus cubiertos y empezaron a pelar los langostinos. Como donde fueres haz lo que vieres cogí mi cuchillo y mi tenedor y los imité. Y aquello fue un hallazgo. Aquello era maravilloso. No había lamparones. Los dedos no olían. Nadie chupaba las cabezas. Nadie te absorbía al lado. Otro mundo era posible. Otra realidad era posible. Y los langostinos sabían igual. Estaban ricos. Aquello fue una revelación.

Poco tiempo después tuve otra boda en el secarral (no sé a cuántas bodas habré ido en mi vida pero infinito es un número que se queda corto. En mayo tengo otra, por cierto. Y el caso es que en la mayoría de ellas me lo pasé como los indios). Cuando nos sirvieron los langostinos, cogí el cuchillo y el tenedor y empecé a pelarlos. Conmoción. Se hizo el silencio, silencio que fue roto por una voz que surgió de no sé dónde:

–Uhu, te parece qué, el tontolpijo éste.

Mi hermano, que estaba a mi lado, me miró muy serio.

–Me estás avergonzando.

Dejé los cubiertos, cogí el langostino y, por supuesto, no olvidé echarme un lamparón en la camisa.

14 comentarios:

GARRATY dijo...

Confieso que me encantan las bodas. Creo que soy una de las pocas personas en el mundo que se alegra de que le inviten a una. Y, además, luego voy y me lo paso bién y, en algunas, hasta me emociono.
En mi pueblo, que casi no es pueblo y desde luego no está en La Mancha, también se mira mucho lo de los langostinos. De hecho tengo amigos, con carrera y trabajo de los de traje y corbata, que hasta que no ven salir la bandeja con los bigotes no dan la aprobación a la cena.
Por cierto, haz una prueba: preguntale a tu mujer cómo iba vestida fulanita (y aquí tu debes poner el nombre de una conocida vuestra, da igual lo poco que la conozcais) en aquella boda a la que fuisteis hace ni se sabe el tiempo. Es increible la memoria que tienen las mujeres para según qué cosas.

Slim dijo...

a mi tambien me gustan las bodas, y los langostinos, con los dedos, de toda la vida!!
ahora ya no tanto, pero antes las bodas, era increible lo que te podian sacar de comer. el aperitivo, los entremeses, el pescado y cuando ya no puedes mas el ternasco asado!! y con patatas!!
y no te olvides de los postres..ese mezcladillo de tarta, helado y melocoton en almibar que ponian antes!! que bueno!! jajaja

Juan Rodríguez Millán dijo...

A mí me entusiasma ver a los novios ser felices, pero las bodas me superan a partir de la cena.

Los langostinos yo es que siempre los he pelado con las manos, lo de usar el cubierto para eso también me supera. Pero no chupo las cabezas. Yo me chupo los dedos. Grande.

Arual dijo...

Mi marido que es muy "fisno" para comer siempre toma el marisco con cubiertos, yo no porque no me gusta y no me lo tomo de ningun modo, pero él sí. Y claro en las bodas del pueblo siempre lo miran raro, no tanto en las bodas pijillas a las que hemos tenido que asistir también, y ya han sido unas cuantas, en las que ha quedado la mar de bien. Como tú dices otra realidad es posible, efectivamente.

SisterBoy dijo...

Comer los langostinos con cubierto no, chupar las cabezas tampoco.

Berlin dijo...

jajjjajja
Que majo, me he reido mucho. Gracias guapico.

El Impenitente dijo...

De nada, guapica.

3'14 dijo...

Detesto las bodas. Todo el mundo pretende hacer de la suya la más original y diferente, con lo que terminan por hacer de todas lo mismo. Sólo me haría gracia asistir a una si me aseguran que uno de los novios se lo repiensa en el último momento y se echa atrás.. a no, que eso ya lo hicieron en los Serrano :S

Los langostinos se comen en la intimidad, y en mi caso "churrepeteando" bien con todo el juguito chorreando por los dedos, lo más marrano que sea posible, jeje

3'14 dijo...

Ah! por cierto, ¡TONTOLPIJO! (sin acritud, eh?)

Unknown dijo...

Menú de Perrera:

Sopa de picadillo
Langostinos a go-gó
Chuletas o Caldereta (dependía de los refinados que fueran los novios)
Tarta San Marcos
Tarrina de helados Royne

Eso era una boda, y no te quedabas con gana.

El Impenitente dijo...

La boda que tengo en mayo es de una de mis primas de Valladolid, es decir, vino blanco de Rueda y, después, lechazo al horno. Vivan los novios, viva la madre superiora y viva el águila imperial.

Y, además, no te quedas con hambre.

Perrera, ese templo. Cuando no se preparaban las mesas y nunca sabías dónde ni con quién te ibas a sentar.

Alex Maladroit dijo...

Yo soy partidario de cuchillo para pelar. Tengo un trauma infantil provocado por el escozor del agüilla del langostino en los dedos, y ese maldito olor...

Pero estando en el secarral, 'haz lo que vieres', o te linchan, compadre.

Alex Maladroit dijo...

PD:Y eso cuando no me da pereza pelarlos

Álex dijo...

Estoy con SisterBoy, ni cubiertos para pelarlos ni chupar las cabezas.
Hablando de bodas, ahora que se ha impuesto la costumbre de asignar de antemano el sitio de los invitados, se han perdido aquellas carreras por coger sillas para doce, que también tenían su cosa.