Empiezan ahora los Sanfermines. Si alguna vez hubiese ido podría contar mis experiencias, pero ni he estado ni creo que vaya a estar nunca. La verdad es que sólo fui una vez a Pamplona. Quedamos allí mi hermano, José Ángel, el riojano de Arnedo, y yo con nuestras familias a pasar el día. El lugar de la cita fue el mejor de los lugares para quedar: la puerta grande de la plaza de toros. Hicimos paseando el recorrido del encierro (que me pareció muy corto), pasamos junto al Ayuntamiento (la plaza de delante, donde se agolpan los mozos, es pequeñísima) y vimos a San Fermín a quien le pedimos nos guiase en el camino de vuelta dándonos su bendición. Pasamos un día muy agradable. Cuando nos despedimos fuimos a recoger los coches y al mío se lo había llevado la grúa. Había aparcado en zona azul, pero siendo domingo uno de mayo supuse (una vez más la suposición como madre de todos los errores) que, al igual que en Valencia, siendo doblemente festivo el día se podría aparcar sin necesidad de pagar. Error. En domingo sólo se permitía aparcar a los residentes. En conveniente leer los carteles cuando uno está fuera de casa. Lo curioso es que se habían llevado el mío, matricula de Valencia, y no el de mi hermano, matrícula de San Sebastián, que estaba aparcado justo al lado y en zona azul también. Recordé entonces una frase que escuché a uno: de Pamplona para arriba, Euskal Herría. De Pamplona para abajo, Andalucía. Pocos días después jugaron la final de Copa Osasuna y el Betis. No siento la menor simpatía por el Betis, pero me sentí de repente tan andaluz que a punto estuve de dislocarme un codo de tantos cortes de manga que di en homenaje a la policía municipal de Pamplona cuando el Betis ganó la Copa del Rey.
Así que poco puedo contar sobre los Sanfermines, aunque el que sí que estuvo por allí un año fue mi hermano. Se estaba celebrando con gran pompa y boato el cuarto centenario del fallecimiento de Fray Luis de León en su localidad de nacimiento, donde sigue emplazado el castillo más bonito del mundo. Parte de la pompa y el boato consistió en hacer camisetas conmemorativas. Mi hermano subió a Pamplona con una cuantas con el fin de hacer patria y promoción de los eventos. No se vio a ningún yanqui por B., por lo que podemos calificar como de fracaso su gestión. Ahora, sumido en el ambiente general, dice que tantos tragos como daba él de calimocho, los mismos tragos le obligaba a beber al Fray Luis de la camiseta. –Bebe, Fray Luis. Bebe. A ver si vas a ser tú el único. Y el caso es que a nadie le llamaba la atención aquello. No sé. Creo que nunca iré por San Fermín.
domingo, 5 de julio de 2009
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8 comentarios:
Pues ya somos dos.
No me gustan los toros (entiéndase la fiesta, si es que a eso se le puede considerar fiesta y no salvajada directamente).
No me gusta la idea de ver correr a gente frente a una manada de toros.
Menos me gusta el ponerme yo misma a correr delante de semejantes animalitos.
Si tuviera que ir por otros motivos pues... tampoco me gusta la idea de salir de fiesta por el mero hecho de beber hasta la saciedad.
¡Y por Dios! ¿Ponerme yo unos pantalones blancos? Ni en mis peores pesadillas.
A mí las fiestas taaaaaaaaaaan multitudinarias me echan para atrás. Me sumo al club de los que casi seguro no pisarán nunca Pamplona en San Fermín.
Y me alegra ver que no soy el único que decide sus afinidades deportivas en acontecimientos que ni le van ni le vienen por sus vivencias, je, je, je...
Sobre el 30 de junio todos los años pienso que me gustaría ir a los sanfermines, pero el 6 de julio veo la marabunta que se junta para empezar las fiestas y se me quitan las ganas.
Aún así, si algún año de los próximos 10 tengo vacaciones en julio, no descarto dejarme caer por allí. Total, si me agobio siempre puedo irme a Bilbao, San Sebastián, Zaragoza...
Logroño también cae cerca. Y la calle Laurel merece una visita.
Tengo el defecto de tomar casi siempre partido. Y cualquier excusa es buena para decantarse.
A mí tampoco me gusta mucho el blanco. Pero mis motivos no son estéticos.
Mi única relación con los San Fermines fue leerme "Fiesta" de Heminghay y leventarme todos los años a las siete de la mañana a ver el encierro. Tampoco creo que vaya nunca.
Vaya, creo que circulo en sentido contrario. Cada 6 de julio busco una pantalla para poder ver con nostalgia y en la distancia el txupinazo. Los años que puedo me escapo para disfrutar de unos días fantásticos de fiesta, diversión, buena comida y mejores sobremesas con amigos y, por supuesto, enfundada en los pantalones blancos que cada año tengo que comprar porque nunca recuerdo dónde están los del año pasado. No me gustan nada las corridas de toros pero desde el 7 hasta el 14 de julio me planto todos los días a las 8 delante de la tele para ver el encierro. Desde luego, no tiene nada que ver ni con el festejo taurino "nacional" ni con las tradiciones emboladas. Y el encierro es una tradición muy antigua porque ya mi madre nos levantaba a mi hermano y a mí cuando éramos muy pequeños para verlo juntos. Tengo la sensación de que me estoy equivocando de blog. Ah, y por descontado que también recomiendo la calle Laurel y, sobre todo, esos pintxos de champiñones... pero éso es otra fiesta
"Y el encierro es una tradición muy antigua porque ya mi madre nos levantaba a mi hermano y a mí cuando éramos muy pequeños para verlo juntos".
No te preguntaré la edad. Sería una descortesía.
Me alegro que te gusten los Sanfermines. Nunca he estado y no es una fiesta que me atraiga, pero no soy anti San Fermín, desde luego. Los encierros sólo los veo cuando me entero que no han sido limpios y ha habido cornadas y esas cosas, que es cuando es bonito. Ya sabes: sangre, luto, lágrimas, sólo se van los mejores. Un encierro como ejercicio atlético no me resulta atractivo. Pero, vamos, ojalá los Sanfermines duren mil años y los que os levantáis a ver los encierros (en mi casa hay una, que luego llama a su madre para comentarlos) estéis los mil años disfrutándolo.
"Fiesta" de Hemingway la tengo en cartera, calentando para salir.
Y en lo Viejo de San Sebastián (y en el Antiguo también hay otro) hay algunos sitios que hacen unos pinchos de champiñones que sólo recordarlos se me llenan los ojos de lágrimas.
No me hables de San Sebastian que cuando fui al festival de cine me pasé más tiempo en las tabernas que en las salas
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