Piscina cubierta de una universidad laboral cercana a la capital de provincia.
La piscina está en reformas. Permanece cerrada para los estudiantes y para el resto de usuarios.
De la cubierta bajan el aparejador de la obra y el técnico de una de las subcontratas. Efectivamente, hay que cambiar toda la subestructura. A duras penas aquello se sostiene en pie.
El aparejador prosigue con sus labores. El técnico de la subcontrata (llamémosle A.) tiene que esperarle. Juntos han ido y juntos han de volver.
A. da una vuelta curioseando. La piscina es añeja y tiene ese saborcillo rancio de edificación sesentera novedosa en su momento y que no ha envejecido bien.
En su peregrinar A. llega a un pasillo. En ese pasillo, una puerta. En esa puerta, un cartel:
Vestuario femenino.
No creo que haya dos palabras más excitantes en castellano, piensa A.
A. empuja la puerta y entra dentro del vestuario.
El vestuario está vacío, claro. Han estado sacando escombro, pero por allí se ven bancos. Y perchas. Y taquillas. Cuántas veces habrán sido usados. Y por quién.
Al fondo están las duchas.
A. se aproxima. Es una habitación cuadrangular, sin tabiques intermedios. Ocho duchas. Están cerradas. No gotean. Doce metros cuadrados.
Un templo.
Un templo sagrado. Un templo prohibido que ahora mismo está siendo hollado por mis pies, babea A.
Cuántas posibilidades caben en esos doce metros cuadrados.
Cuántas.
domingo, 23 de noviembre de 2008
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7 comentarios:
¿Cuántas? ¡Todas!
¡Si las duchas hablasen! Con todo lo que pudieran contar, no tendría tanta riqueza como el hamman o las termas romanas. Puestos a pensar en posibilidades, me quedo con estas últimas.
Un saludo
jajajaj es verdad, siempre da algo de morbo acceder a un sitio prohibido. Un abrazo.
Holaa, me gusta mucho tu blog es bastante diferente, al menos no habla tanto de fútbol, el mío sí, visítame en futbol-chicks.blogspot.com
He leído tu última entrada al blog y me ha gustado pensar en un lugar así.
Puedo contarte que cuando estudiábamos (y escribo estudiábamos por decir algo) en el instituto, los jueves había actividades extraescolares y como podrás imaginar no estábamos apuntados ni a dibujo ni a pintura. Había una liga de baloncesto y teníamos un equipo del cual formábamos parte, aparte de mí, otros tres amigos tuyos. Teníamos por costumbre cambiarnos siempre en el vestuario femenino. Era una sensación morbosa ducharse donde sólo una hora antes lo habían hecho las chicas, e incluso quedaba algún pelo rizado por la loza.
Todo fue bien hasta que un día, cuando entramos a cambiarnos para jugar el partido y vimos una bolsa allí olvidada. Y claro, no iba a volver la chica en pleno partido, no. Volvió en plena sesión de aseo masculino y además, con una amiga. No sé quién se quedó más cortado, si ellas al vernos por allí en pelotas o nosotros al verlas palidecer, gritar y salir corriendo. Luego nos reímos un montón con la anécdota.
P.D.: Eran más feas que Picio.
Lo de los pelos rizadillos...
¿en serio?
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