Este fin de semana pasado estuvimos de concentración familiar en Torrecaballeros, provincia de Segovia. La séptima concentración. Allí hemos estado mis padres, sus hijos, hijos políticos y nietos. En total, dieciocho. Con ochos críos entre ochos años y cinco meses. Nos hemos hecho de notar.
Salimos nosotros cuatro desde Valencia el viernes después de comer. El trayecto era fácil: Valencia-Madrid-Segovia. Siempre me defino como un madrileño valenciano belmonteño villaescusero. Cuando voy a Madrid y paseo por mi barrio y subo al Retiro y me doy una vuelta turística estoy a gusto y me siento en casa porque, de alguna manera, es mi casa. Cuando voy con el coche juro y perjuro que jamás volveré. Tenía muy claro que iba a coger la M-40 en sentido antihorario hasta llegar a la carretera de la Coruña. Clarísimo. Cuando me quise dar cuenta estaba yendo en sentido horario. ¿Por qué? Y yo qué sé. Allí estaba yo como lo que soy, como un provinciano agarrado con las dos manos al volante renegando en arameo leyendo todas las indicaciones sin fiarme de ninguna. El crío se hacía pis. ¿Y dónde quieres que pare? Por todas partes había centros comerciales. Cientos. Miles. Y coches, muchos coches, infinidad de coches. Cuando, increíblemente, apareció la indicación A-6 La Coruña y, milagrosamente, estaba incorporado y bien colocado, zas, parón. Atasco. Hasta pasado el túnel de Guadarrama fuimos a la marcheta. Cinco horas, cinco, desde Valencia hasta Torrecaballeros. Me da igual donde vayamos el año que viene pero, Madrid, ni tocarlo.
Siendo tantos como somos el planteamiento de estos viajes no es otro que el de convivir. Y, de paso, hacer algo de turismo. El sábado por la mañana, tranquilamente, nos fuimos para Segovia. Y nos metimos en la senda de los elefantes que va desde el Acueducto hasta el Alcázar pasando por la Catedral. Había muchísimos turistas. Parecíamos una manifestación. Llegados al Alcázar, como estaba todo el mundo cansado y hambriento y los coches estaban en el quinto pino, nos fuimos a por los coches los que conducíamos para volver a recoger al resto. Y aquí fue cuando me lo pasé de miedo. A mí lo que me gusta de las ciudades es pateármelas, callejearlas. Hay pocos placeres como el de perderse. Hay pocos placeres como el de estar en un sitio desconocido. Me fui solo y anduve todo lo que pude por todas partes. Sé que tengo que volver a Segovia con tiempo, sin prisa y entre semana porque, lo que vi, me encantó. Y sé que me quedaron muchas cosas por ver. Me recorrí el Acueducto entero (no sabía que fuese tan largo). La Catedral y el Alcázar son monumentales, fabulosos. Son de esos edificios que, además, con información y conocimiento los disfrutas mucho más. Pero el Acueducto…Yo lo miraba y tenía la sensación de cuando uno mira el mar o el fuego, que podría haber estado horas y horas mirándolo sin cansarme, pensando pero ¿cómo hicieron esto? ¿cómo lo hicieron?
El domingo estuvimos en la Granja de San Ildefonso. Qué palacio. Qué jardines. Qué árboles. Qué fuentes. No estaba mal eso de ser rey. Un palacio real en Madrid, otro en el Pardo, otro en el Escorial, otro en Riofrío, otro en Aranjuez y, otro, en la Granja. También había muchísima gente. Celebraban por allí un mercadillo denominado barroco, no sé por qué. Los que estaban en los puestos estaban vestidos de época, aunque los collares que vendían eran los mismos que en todos los mercadillos, al igual que el incienso, las empanadas o los aceites esenciales. Los petardos que se fumaban los feriantes no fui capaz de distinguirlos de los porros románicos o de los porros neoplasticistas pero pudiera ser que el barroquismo estuviese en la mezcla. Pudiera ser.
Y aquí lo dejo por ahora que no tengo tiempo para seguir escribiendo. Y aún me quedan unas cuantas cosillas que contar. Así que, continuara…
lunes, 9 de junio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
7 comentarios:
Yo también estuve en Segovia cuando era joven. También recorrí algo del acueducto y los jardines de San Ildefonso.
Había muchas pelotillas de los sorteos de navidad.
Cuando quieras te acompaño a Segovia a patear tranquilamente...
yo nunca he estado en segovia, pero tendre que ir tambien!
mercadillo barroco? ya se ha pasado la moda de los mercadillos medievales? aunque me temo que son iguales!!
y tu venga a pasearte y cuando volviste a por la familia, no estaban ellos jurando en arameo? ;-)
J.P., si tú no eres joven, apaga y vámonos.
Cuando quieras nos pateamos Segovia mientras te voy contando y cantando las excelencias de María Bethania.
Yo tampoco noté mucha diferencia entre el mercado barroco y el medieval. Y Ana menos, y ella sí que entiende.
Cuando volví después de mi paseo gruñeron un poco, pero tampoco tanto. No se está mal a la vera del Alcázar.
Hace tanto tiempo que fui a Segovia que creo que tendré que volver. La verdad es que es un sitio encantador y La Granja tres cuartos de lo mismo, recuerdo que la gente antes de ir me decía es el Versalles español, y la verdad es que no me decepcionó un ápice. Así que tendré que volver sí, con tu post me ha picado el gusanillo...
Ah! Y lo de vuestras reuniones familiares es genial, ya has contado alguna que otra en tu anterior blog y me dáis una envidia, familia numerosa, es una gozada, mi familia como es tan corta está reunida en un plis plas, mis padres, mi hermana y mi cuñado y mi marido y yo, y bueno el peque que llevo en la barriga y que no tiene intención por el momento de "reunirse" con nosotros, jeje...
Segovia es una de las ciudades más bonitas de España. Encima, tiene un cochinillo tan rico mmmmm
un abrazo.
Estoy de acuerdo en que no hay nada mejor que llegar a un sitio nuevo y empezar a andar. Y ni siquiera me refiero a visitar sitios especialmente bonitos o históricos, sino simplemente a caminar por la calle.
Recuerdo que subí a pie el alcazar, no creo que hoy pudiera salvo que me estuviera esperando arriba una tienda de oxigeno
No habrá fines de semana en el año para ir a Segovia, que tienes que escoger el mismo en el que yo voy a Alicante...
Publicar un comentario