Durante todo este periodo de oscuridad que ha transcurrido entre mi otra vida y mi vida presente, si hubo algo por lo que rabié fue por no poder contar mi gloriosa maratón. Ahora que he vuelto a la luz toca crónica. Lo siento por los que se aburren con mis andanzas atléticas puesto que, como dirían las folclóricas, tengo intención de dar todo lo que llevo dentro. Y ahora que lo he releído, creo que me he pasado.
El que empieza a correr y le coge gustillo está condenado al maratón. Yo empecé a los diez años y, bueno, hice mucha pista, mucho cross pero, llegadas a ciertas edades y, sobre todo, los que somos muy malos o, como se nos llama eufemísticamente, los que somos populares (la jodida costumbre de no llamar nunca a las cosas por su nombre; trasvase o transvase: acción o efecto de transvasar; transvasar: pasar un líquido de un recipiente a otro) pues empezamos a hacer kilómetros, luego a correr carreras, primero de cinco a diez kilómetros, luego llegas a quince, pasas a hacer medias y, cuando te quieres dar cuenta, estás en la salida de un maratón muerto de miedo y pensando en por qué narices me habré metido en este fregado.
Un saltador de altura nunca olvida el día en que salta los dos metros por primera vez. Un corredor popular sueña con bajar de las tres horas en maratón. Las tres horas distinguen al popular arrabalero del popular cinco estrellas. Las tres horas marcan el límite. Más o menos un diez por cien lo franquean. El resto, como diría un amiguete mío, a correr por los polígonos.
El año pasado, con mis buenos tiempos en medias y mis setecientos kilómetros en las diez últimas semanas me planté en Madrid a comerme el mundo y terminé, como ya conté, en la puerta del metro a la altura del treinta y cuatro mendigando un euro para poder llegar a mi casa con las piernas como trapos y con el alma deshilachada. Después de darle muchas vueltas llegué a la única conclusión posible: una mala carrera no me iba a tumbar y que la única manera de recobrar la moral era seguir corriendo y seguir mejorando en las carreras. Dicho y hecho.
Fue por aquella época cuando me hice climaterio o, lo que es lo mismo, entré a formar parte de un equipo. Acostumbrado como estaba a correr siempre sólo, estuve receloso pues uno se hace mayor y tiene sus manías y sus rutinas, pero un par de rodajes acompañado con unos cuantos del equipo me convencieron. Allí había muy buen ambiente y un nivel perfectamente compatible con el mío. Los rodajes eran potentes y amenos y los cambios de ritmo potentes y potentes.
Pasó el verano, temporada en la que fuerzo muy poco y en la que siempre aprovecho para cargarme de kilómetros y presentarme en otoño dispuesto a todo. Los entrenamientos de otoño fueron intensos en series y cambios de ritmo (algo que llevaba sin hacer desde mis tiempos de estudiante) y noté la mejora en carreras de hasta quince kilómetros. En media he seguido en los mismos tiempos (llevo cuatro en uno veintitrés) pero tampoco me preocupó mucho. Yo sólo pensaba en el diecisiete de febrero de dos mil ocho. Yo sólo pensaba en el maratón de Valencia.
Las diez últimas semanas fueron tremendas. Hubo muchas con más de noventa kilómetros. Si no hubiese ido acompañado no habría podido aguantarlo. Formé casi una pareja de hecho con el Mortirolo, aunque también compartí mucha conversación entrecortada por la respiración con Rafa, Fernando, Tomás, Emilio, Jorge, Juan Luis, José, José Carlos, Ramón, José María, Juan y más gente con la que he hecho amistad por el río.
Llegó el día. Casi perfecto para correr. Nublado amenazando lluvia y con poco más de diez grados. Soplaba quizá demasiado aire, pero no se puede tener todo. Dieron la salida. Esta vez nos estabularon por tiempos como en San Silvestre y Behobia, por lo que enseguida cogí el ritmo. Los primeros kilómetros los hice junto a Tomás y el Mortirolo, que tomó la salida con un fuerte dolor en el gemelo pensando que no llegaría al primer kilómetro. Íbamos bien, en grupo, con bastante más gente. Pasamos la media en uno veintinueve justo. Yo me había sentido un tanto raro del quince al veinte, no muy cómodo. Y empecé a preocuparme.
En la media el Mortirolo, que estaba para mayores metas, nos dejó y se fue para delante a ver si cazaba a Rafa y a Fernando, los cuales nos llevaban casi un minuto. Yo me recuperé y hasta el treinta fui muy bien, marcando el ritmo en el grupo. Saludé a mi padre, que salió a Blasco Ibáñez a animarme, y a las mujeres de los climaterios, que estaban por todas partes.
En el treinta aquello se torció. Mientras estaba peleando con el agua vi que el cabronazo de Tomás se ponía en cabeza del grupo y empezaba a arrear. Yo me quedé. Cogí mi ritmo, quité el cronómetro de la pantalla del reloj y decidí no mirar hasta el treinta y cinco. En el treinta y dos estaban Ana y mi hermana con los críos y mis sobrinos. Llevaban hasta globos. Iba cascado, pero me emocioné. Iba a mi ritmo, pero empecé a darle vueltas a todo. Bueno, si no bajo de tres horas, por lo menos quedarme cerca. Y el año que viene tendré que entrenar más. O, igual, he llegado a mi tope y éste está por encima de las tres horas. No pasa nada. Vamos a acabar que ya habrá tiempo para darle vueltas a las cosas después.
Cuando llegué al treinta y cinco miré el reloj y di un respingo al ver que aún tenía un minuto de margen para bajar de tres horas. Volví a quitar el crono. De aquí al cuarenta hay que morir, Car. Hay que morir.
Agaché la cabeza y apreté los dientes. Un maratón, a partir del treinta y cinco, parece el Apocalipsis. Yo no paré de pasar gente que iba andando, trotando, con la mano en el abdomen, con el gesto totalmente desencajado. (Luego me enteré que en la segunda parte de la carrera había adelantado a más de ciento diez personas). Levanté la cabeza y vi a cien metros la calva de Tomás. Voy a por ti, cabronazo. Lo cacé en el treinta y nueve. ¿Cómo vas? Jodido ¿Y tú? Jodido. Lo tenemos muy justo. Sigue tú que yo no puedo.
En el cuarenta el crono me dijo que si quería bajar de tres horas tenía que hacer los dos últimos kilómetros y pico a cuatro. Vámonos. Levanté la mirada. Levanté la cadera lo que pude y de cabeza hasta la meta.
Al entrar en las pistas del Turia vi que aquello no se me escapaba. Esos trescientos metros son lo más intenso que yo he podido vivir corriendo. No estaba para florituras. No podía sonreír. No podía gritar. Sólo quería correr, correr hasta la meta, llegar, llegar. Los últimos cien metros veía el crono en la meta. No me puedo caer. No voy a tropezar. Voy a llegar. Voy a llegar. He llegado. Dos horas, cincuenta y nueve minutos y cuarenta y tres segundos. Creo que voy a llorar.
Cuando entré vinieron Rafa, Fernando y el Mortirolo a abrazarme y no sé quién dijo: Tomás, Tomás. También Tomás. Por tres segundos. Tal como llegó lo cogieron los de la Cruz Roja y lo tuvieron en observación más de una hora del sobreesfuerzo que hizo. Cinco climaterios por debajo de tres horas: dos en cincuenta y siete (Rafa y el Mortirolo. Impresionante la segunda media de este último) y tres en cincuenta y nueve. Nos tocó pagar un almuerzo al resto de los climaterios. Pocas veces he pagado nada más a gusto en mi vida.
Me quedé un rato en las pistas. Vi llegar a Emilio y a Jorge, pero allí hacía frío. Además, después de una carrera tan larga, nadie habla con nadie. Todos estamos idos, con la mirada perdida. Como había quedado con todos después de comer, me despedí y me fui. Salí de las pistas y, al verme solo, no pude aguantar más y comencé a llorar. Lo has hecho, Car. Lo has hecho.
Desde entonces estoy en una nube. No he dejado de correr. He hecho otras carreras y me han salido bastante bien pero si me hubieran salido mal no habría pasado nada. Tengo la obligación de intentar mejorar, de no quedarme aquí. En otoño tengo que bajar de una vez de uno veintitrés en media y en febrero volveré al maratón. Ya estamos dándole vueltas a cómo lo vamos a preparar, en los ritmos de las series, de los cambios. Pero…soy un sub tres. Prometí ser humilde y, bien mirado, Gebresselassie está cerca de las dos horas y trescientos treinta y pico quedaron delante de mí aquel día. Sigo siendo muy malo. Sigo siendo popular. Mi vida sigue siendo la misma. Pero…soy un sub tres.
lunes, 28 de abril de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
17 comentarios:
Pero cómo ha cundido tu vuelta bloggera, me alegro de haber tenido tanto post tuyo pendiente de leer, ahora la que llevaba retraso bloggero era yo, pero hoy me han dado la baja laboral, y desde ahora hasta que nazca el petardo tendré tiempo de daros la brasa, jeje! Un saludo!
Mamonazo, me he emocionado leyendo.
Ya te dí la enhorabuena cuando me enteré pero entonces tenía la pena de no tener la crónica. Prometo hacer una cuando corra mi primera carrera. Algún día.
Yo intento ir a correr todos los dias que puedo.Es imposible que vaya mas de tres dias a la semana,pero cuando cogo un poquillo de continuidad me siento genial.
No tendria tanta voluntad como tu para sufrir tanto haciendo una maratón.
yo suelo correr 4/5 días por semana unos 50 minutos por día. Pero no creo que nunca me atreve con un maratón. SE me hace muy largo. un abrazo.
Eso es toda una proeza que justifica todos los sacrificios de un largo y durisimo periodo de entrenamiento.
Pertenecer a un equipo te motiva más que correr solo.
Eres un fenomeno, me dan sudores frios solo de pensarlo.
Para mí hacer un maratón en cuatro horas sería acojonante.
El merito del maratón no es correrlo, sino prepararlo. Los que salis tres, cuatro o cinco días por semana ya tenéis medio camino hecho. No quiero decir que lo hagáis (cada cual que haga lo que quiera) pero estáis en condiciones de perderle el respeto.
Paco, el treinta y uno de diciembre nos vemos subiendo la avenida de la Albufera. Este año la crónica de la San Silvestre te toca a ti.
Toupeiro, ya has hecho una media. Y para un avezado ciclista ¿qué son cuatro horas de sufrimiento?
Olano, Escartín y Jalabert no se quitan las zapatillas.
Arual, asaremos panceta y chorizos en tu brasa, por lo que siempre será bien hallada.
No habia visto un marathon tan emocionante desde aquel de 1984 en el que una corredora llegó echa un ocho ¿como se llamaba?
Yo si te he leido. Al verlo tan largo he pensado, vaya tostón, pero luego no quería que terminara, muy bueno.
El otro día me ofrecieron entrar en un club de éstos, y me lo estoy pensando.
Éste año me apunto a la San Silvestre.
Ya hablaremos...
buena critica, la ibas pensando mientras corrías, bueno asi se pasa el tiempo.
Nosotros el domingo corremos una carrerita de 6 km, y estamos como tu antes de una marathon.ja! cada uno a su bola.
la verdad es que ha sido muy emocionanteleerte.
Gaby Alexander. Suiza.
Lo de Alexander no fue nada comparado con lo de Dorando Pietri en Londres 1908. Tardó nueve minutos en dar la vuelta a la pista.
Apúntate, J.P. Este verano tendrás compañia para entrenar.
Lo de ir pensando las crónicas conforme se van haciendo las cosas se ha convertido en algo habitual. La adicción al blog es lo que tiene.
Se empieza por seis kilómetros. La Volta a Peu son ocho y son ya muy pronto. Animaos.
Pues no hay ningun tutubo de la gaby alexander. Que raro.
Lo de ir pensando como vas a escribir la crónica en el blog cuando haces algo en la vida "real" me pasa desde hace años cuando estoy en el cine
si yo casi lloro al leerte, madre mia! que bien lo has escrito, ademas de que bien lo hiciste.
como te dice cucumber, el domingo estaremos corriendo la popular que te comente. pero yo hoy he corrido en mi entrenamiento por primera vez en mi vida los 6 km. y estoy ya como si hubiera ganado!! espero llegar a meta y aunque parezca increible estare tan contenta como tu.
Posiblemente, sigues siendo muchas cosas. Cuando te leo, como ahora, me llega una forma de escribir que hace fácil lo difícil. Corriendo con resistencia, sin artificio ni impostura. Y eso, me encanta. Muchas gracias por tu regreso.
(Aplausos)
Suerte el domingo. Que sea el principio de una larga carrera.
Me alegra mucho verte de nuevo por aquí, Marina. Recuérdame que te recuerde que tienes pendiente abrir un blog.
Im-presionante!!
Es bastante paradójico que los maratones, con la cantidad de gente que participa, sean una carrera contra uno mismo, pero tiene su encanto. Yo participé en uno aquí en Madrid y no más Sto. Tomás (eso sí, llegué a la meta, que es muy gratificante, aunque llegues el 800). Y cuando tenía 15 años, que estaba en los USA, me apunté al equipo de atletismo, corría los 1500 en las competiciones y una vez gané (bueno, ganamos... era de relevos y yo corría el último)... pero lo que me gustaba más eran los entrenamientos corriendo kms y kms por las afueras de la ciudad, siempre me quedaba rezagado a propósito para charlar con una tía muy vaga que me molaba... Al final dejamos el equipo los dos.
¿Y hubo tema con la vaga?
Publicar un comentario