Nuestra deriva viendo películas recuperando el tiempo no tiene un criterio muy definido aunque sí: vemos la que nos apetece. Yo intento hacer parada de vez en cuando en mis nichos: Woody Allen y películas clásicas. Y disfruto el doble, en estos casos, porque siempre es un placer ver, por ejemplo, “Annie Hall”, “La Rosa Púrpura del Cairo” o “El Halcón Maltés” y, además, comprobar que no han perdido nada, que me siguen emocionando, conmoviendo o fascinando. Y el placer puede ser triple cuando le descubres una de estas películas a alguien y ves que cae a sus pies.
Ana no había visto “El hombre tranquilo”. Y me planteó el verla, pues había escuchado algo en la radio sobre esta película que la animó. Con lágrimas en los ojos dije que sí, con lágrimas en los ojos la busqué, con lágrimas en los ojos la encontré y con lágrimas en los ojos la vi. Porque es un peliculón y lo seguirá siendo en los próximos cien mil millones de años (o más). La historia. Los personajes. Cómo está contada. Los colores. Los paisajes. Innisfree. La música. La pelea. La lista negra. John Wayne siendo John Wayne. Maureen O’Hara siendo Mary Kate Danaher, porque nunca habrá una mujer como Mary Kate Danaher. Y los personajes secundarios, que son principales todos: Danaher, Miquelino, el cura católico, el pastor anglicano y su mujer. No pierde esta película con el tiempo. Gana. Gana cada vez que la ves.
Y también gana adeptos. El cartel que se ve ha llegado a casa para quedarse. Ya somos dos los fieles, los acérrimos, los devotos. Y también ya puedo decir –homérico- tranquilo, porque hay alguien que me entiende.
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