miércoles, 27 de diciembre de 2023

Libros libres

Mi idea de crear mi propia biblioteca, con cuantos más volúmenes, mejor, fue deshaciéndose con el tiempo. Primero, por la falta de espacio. Segundo, porque dejé de encontrarle el sentido. Una biblioteca es una forma de posteridad. Pero para que haya posteridad tiene que haber alguien que la valore, que la use, que la justifique. Y sí, pensaba en nuestros hijos mientras acumulaba libros (ordenados alfabéticamente por autores). Y conforme fueron creciendo, vi que ellos van a seguir su camino. Y ya elegirán (y eligen) sus lecturas y en el formato en que quieran leerlas. Y esos libros, nuestros libros, pues eso. Nuestros libros.

Así, pasé de tener la obsesión de poseer a leer más de prestado. Soy asiduo de las dos bibliotecas municipales que tenemos cercanas a casa. Y, de vez en cuando, pues alguno nos compramos. Y la estantería, un buen día, estaba saturada, con libros en vertical y, encima, en horizontal. Y cuando ya no caben más, ¿Qué hacemos?

Existen librerías de segunda mano que compran libros. Bueno, no es mala idea. Les das una oportunidad y, además, te sacas un duro. Así, empezamos a seleccionar para deshacernos de ellos o, por decirlo de otra manera, darles una nueva vida. Y no es tan fácil. Hay libros innegociables. No los voy a volver a leer, pero los quiero siempre a mi lado. Me gusta saber que están cerca. Luego hay otros…en fin, que hicimos hueco en la estantería. Y los anclajes a la pared lo agradecieron.

Las librerías de segunda mano no compran todo, ni mucho menos. Sólo les interesa lo que pueden vender (lógico). Y de lo que llevé, se quedaron con la cuarta parte y no sacamos ni para dos cafés. Con el resto, me fui a una de las bibliotecas municipales cercanas. Y estos sí que se lo quedaron. Si no sirve para una biblioteca servirá para otra y, si no, ya le encuentran un acomodo de los llamados “sociales”. Total, me volví a casa tan pobre como salí, triste pensando en el hueco en la estantería pero con cierta satisfacción de haber hecho bien, tanto a los libros como a quien quiera leerlos.

Fue Ana la que me habló de un local al final de la Malvarrosa. Allí aceptan todos los libros y te puedes llevar los que quieras. Sólo tienes que hacerte socio (y pagar la cuota). Parecía interesante. Algún día iremos a verlo. Y estaba pendiente. Y seguía pendiente. El final de la Malvarrosa no nos pilla a mano. Ni a desmano. Ni a contramano. Está más lejos todavía.

Tuvimos una comida familiar en la Malvarrosa. Dimos luego un paseo por la playa. Y a la vuelta, por una de sus calles, vi un local abierto con montones de libros apilados en columnas, sobre mesas, en estanterías, en un caos en equilibrio inestable. –Éste es el sitio del que te hablé. Aquello era caótico, sí. Pero eran libros. Y me quedé en la puerta, dudando si entrar o no. Entonces se acercó un hombre, se presentó como Rafa, y me preguntó si tenía dos minutos para escucharle y así explicarme lo que estaba viendo. Me estaban esperando, pero dos minutos… Le contesté que sí. Y me habló de “El club de los libros libres”. En ese local todos los libros son bienvenidos. Todos caben. Los libros que sentimos que están presos en nuestras casas, allí vuelven a recuperar la libertad. Los libros que pueden terminar en un contenedor, allí tienen una morada donde alojarse. Y una nueva oportunidad. Y si te haces socio, tienes derecho a llevarte los que quieras bajo ciertas condiciones: No puedes hacer negocio con ellos. No puedes prestarlos. No puedes tirarlos. Debes de hacer un uso ético de ellos (que esté equilibrado lo que das y lo que recibes). Si alguno te impresiona, te conmueve, si sientes que ese libro es uno de los libros de tu vida, tienes la obligación de quedártelo. Pensándolo fríamente, realmente no me aportaba nada. Tenía dónde dejar los libros que ya no cabían y, para leer, siempre tengo dónde encontrar. Pero debo decir que aquel hombre me cautivó. Su discurso, que habría repetido mil veces, era entusiasta y transmitía esa ilusión. Vi bonito entrar en su club. Y además, utilizó la palabra -membresía –que es una palabra tan hermosa…

Mirando el local, con todas aquellas montañas de libros, le comenté –lo difícil aquí será encontrar uno. A lo que respondió -son ellos los que te encuentran a ti. No tú a ellos. Sólo tienes que abrir los ojos. Y me contó la historia de una niña irlandesa que estaba con su madre y que había ido a Valencia con motivo del maratón y que salió de allí con un libro de Óscar Wilde bajo el brazo, porque era la Malvarrosa el lugar donde dos irlandeses tenían que encontrarse.

Me despedí de él. Prometí volver. El grupo familiar se deshizo. Nos quedamos los cuatro. ¿Qué hacemos? Y fue nuestra hija la que dijo –vamos donde los libros.

-Ya le dije que volvería. Me hice socio. Me di un paseo por dentro. Provoqué dos derrumbes (me sentí el inspector Clouseau). Y va a ser verdad que los libros te encuentran: dos de Raymond Chandler, uno de Fernando Fernán Gómez y otro de John Dos Passos. Y nuestros hijos, otros tantos. Y como Rafa me pidió difusión, pues eso, que soy socio de “El club de los libros libres”. Y, al contrario que Groucho Marx, estoy contento de pertenecer a un club que acepta como socios a gente como yo.

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