Y ya no pude seguir leyendo.
Recordé que mi padre siempre decía que no somos como nos vemos sino como nos ven.
Y empecé a pensar.
O, más bien, a hacerme preguntas.
¿Soy un desconocido para mí?
¿Soy el reflejo que veo en las otras personas?
El camino para conocerse, ¿se encuentra mirando dentro o fuera?
¿Somos en los demás?
¿Somos las personas que nos quieren? ¿Las que nos odian? ¿Las que nos ignoran?
¿Somos lo que pensamos? ¿Lo que decimos? ¿Lo que hacemos?
Y me cansé de hacerme preguntas, más que nada porque, cuando respondía, acto seguido preguntaba, ¿seguro? Y ya me callaba.
Llevo un verano un tanto aciago de lecturas (libros que lees porque te los recomiendan y no puedes decir que no) y llego a Muñoz Molina sediento de literatura y en la página doce ya estoy sentado mirando al infinito reflexionando sobre si me conozco, sobre mi cara desconocida y preguntándome quién soy y cómo puedo averiguarlo.
Me gusta ponerme interesante y reflexivo. Me siento profundo. Grandes cuestiones que buscan grandes respuestas. Medito. Valoro. Busco palabras sonoras que den a las respuestas un halo trascendente.
Pero duro poco.
No sé lo que soy. No conozco mi cara desconocida. Dudo mucho sobre quién soy y lo que me queda por conocerme.
Pero lo que sí sé es lo que no soy.
Como sea todo el libro así…
No hay comentarios:
Publicar un comentario