domingo, 27 de diciembre de 2020

Tú vales, chaval. Castellón

De todas las competiciones que pueda haber, las más bonitas (o de las más bonitas) son las competiciones por equipos. Bonitas y crueles. Bonitas por el ambiente que tienes, por la convivencia, por cómo vive el grupo, el equipo, cada prueba, la competición. Crueles porque la presión es muy alta y no me refiero sólo a la que te ejercen los demás. Competir mal no es fácil de digerir. Fallarle al equipo cuesta mucho más de superar. Y el miedo a fallar te puede atenazar.

En el club de mi hijo hay un grupo de nadadores en categoría absoluta de buen nivel. Bueno, hay uno de categoría excepcional, tres o cuatro que son buenos y otros cuatro que se defienden. Haciendo números hablaron con el club para que los inscribiesen para la Copa de España. Dentro de la segunda división hay doce plazas a las que se acceden por concurso. Se presentaron y…hubo suerte. Bueno, suerte y marcas.

La competición estaba prevista que se celebrase en Castellón a mediados de diciembre. Mi hijo está en su primer año de junior y entrena con los mayores. Le comentó el entrenador que, para completar el equipo, y como reserva, lo iba a inscribir. Para él fue una inyección de motivación tremenda. Yo miraba las noticias y, dudando que se pudiese celebrar la competición, observaba rogando que, por favor, no la suspendiesen.

Pasaban los días y no mejoraban los datos. Pero la competición seguía. La Comunidad Valenciana estaba cerrada y tenían que venir nadadores de toda España. Pero la competición seguía prevista. Le dicen que lo van a inscribir en el cincuenta espalda. Es su peor estilo, pero todo sea por competir en la Copa. Una semana antes uno de los nadadores comunica que no podrá incorporarse hasta el sábado por la tarde. A mi hijo le toca sustituirlo en los cien y doscientos braza. Se acerca el fin de semana y nada parece que pueda detener la competición. Salen las listas. El nivel es descomunal. Viene un equipo de Madrid, escisión del Canoe, que acaba de hincharse a ganar medallas en los Campeonatos de España. Viene un equipo de Barcelona que ha fichado a unos cuantos rusos para la competición. Dos nadadores que han sido olímpicos. Nada de esto puede con la ilusión de mi hijo, de sentirse parte del equipo, de saber que va a vivir una Copa de España desde dentro. Yo, además, le refuerzo. Siempre nadas bien los relevos. Nunca fallas a tus compañeros. Lo vas a hacer bien. ¿Y qué es hacerlo bien? Dar más de lo que tienes. El puesto es secundario.

Salen un viernes por la mañana. Quedan para almorzar. Cogen los coches. Se van al hotel. Mi hijo, con sus dieciséis años, en un grupo en el que el siguiente tiene veinte. A media tarde se van para la piscina. Calientan. Comienza la competición. Está prohibido el paso a la instalación salvo para jueces, técnicos y nadadores. La competición se puede seguir a través de la página de la federación española. Si en la grada se sufre, detrás de una pantalla de ordenador se sufre por dos. Llegan los doscientos braza. Ahí está mi chico. Se tira. Pasa el cincuenta y el cien pegado a sus vecinos de calle. El segundo cien se le hace eterno. Se descuelga. Llega. Ha mejorado, en la misma prueba, sus marcas en cincuenta, cien y doscientos braza (se homologan). Nada que reprochar. Todo lo contrario. Hablo con él. Está contento. Ha sufrido más que en ninguna otra prueba que haya nadado en su vida pero ha sido valiente (palabras textuales –le he echado huevos. Hasta ahora moderaba su lenguaje delante de mí. El juntarse con los mayores le refuerza en todos los sentidos) y se siente satisfecho. Fenomenal entonces.

Sábado por la mañana. Cien braza. Ahí está mi chico. Sale valiente. Pasa el cincuenta bien (mejor que el día anterior) pero la vuelta no va. Se queda. Se descuelga. Toca. Sale el crono. Dos segundos y medio más que en el día anterior en el paso por el cien. Le escribo tratando de relativizar, preguntando si ha notado la fatiga del doscientos braza. Me responde con dos palabras.

-He fallado.

Le pregunto que si quiere hablar. No me contesta. A las cuatro y cuarto me escribe. Nada el cuatrocientos estilos. Le han cambiado la prueba con otro nadador. Estrategia de entrenador. Cuatrocientos estilos. No es lo mismo que, para terminar, te falte llegar a la esquina a que te falte llegar a la esquina pasando por el Mortirolo. Le llamo. Me lo coge. Está hundido. No se quita la prueba de la mañana de la cabeza. No se ve con ánimo para afrontar la prueba de la tarde. Tiene miedo. Está tocado. Sobrepasado. Me dice que esta competición no es para él, que le viene muy grande. Trato de tranquilizarlo. No te eches toda la responsabilidad sobre los hombros. Tú eres el chaval del filial al que han llamado para el primer equipo para completar la convocatoria. No llevas el peso. No eres el responsable. Estás para aportar en la medida de tus posibilidades. Aprovecha que estás allí para disfrutarlo. Que no se convierta en un mal recuerdo. No son tantos los nadadores que han nadado en una Copa de España. Y a ti esto ya no te lo va a quitar nadie. Sal ahí, cómete el cuatro estilos, haz tu carrera y nada más. El resto, el puesto, el tiempo, es secundario. Sal y nada un cuatrocientos estilos en una Copa de España. Sal y sube al Mortirolo en una Copa de España. Sólo por eso ya muy pocos podrán toserte a partir de ahora.

Cuatrocientos estilos. Ahí está mi chico. Estoy muerto de miedo pero, al verlo antes de subir al poyete, me tranquilizo. –Va a salir bien. Se tira. Hace una mariposa fabulosa (mejora su marca en cincuenta y en cien). Me asusto pensando en que se va a hundir. Pero no. Se descuelga pero va a su ritmo. Y pasa la espalda. Y la braza. Y llega el crol. Y toca. Ha mejorado en dieciocho segundos su marca en piscina de cincuenta. No paro de gritar y de saltar delante de la pantalla. Le escribo. Me contesta con un -¡VAMOS!- que lo dice todo. En una Copa de España (el mejor nadador del club, un tío que ha sido campeón de España en todas las categorías, incluida la absoluta. Un tío que ha tenido el record de España y que ha estado en competiciones internacionales con la selección, les dice –ahora sí que lo he vivido todo como nadador. Sólo me faltaba nadar una Copa de España con mis amigos, con mis colegas, con mi club. Y ya lo he hecho, lo hemos hecho) has nadado de una manera fabulosa levantándote después de haber caído. En un cuatrocientos estilos has vuelto a demostrar y a demostrarte lo que eres y de lo que eres capaz. Porque tú, hijo mío, no eres el mejor (en un deporte que se mide con el cronómetro no hay mucha posibilidad de mentira). Pero sí eres el más grande. Porque tú, hijo mío, eres extraordinario.



2 comentarios:

J.P. dijo...

Qué grande es, joder!

El Impenitente dijo...

Mucho. Pero mucho.