domingo, 21 de junio de 2020

@Jokin4318

La noticia ha salido publicada en todas partes. Más que noticia es una historia. Tuve miedo de que cayese en manos del sensacionalismo. No parece. Voy a escribir sobre ella. Tal vez no aporte nada. Seguramente. No voy a decir que la he vivido desde dentro. Pero sí que he sido espectador de la misma. Y fue un puñetazo en la boca del estómago.
 
Pocas cosas hay tan bonitas como una pista de atletismo. El anillo de cuatrocientos metros. El tartán, antes rosa, ahora rosa, azul, verde. Los pasillos. Los fosos. La jaula. Las colchonetas. Los listones. Y las páginas que se han escrito ahí dentro. Nada hay como el atletismo. Nada tan hermoso. Tan indescriptible. Tan grandioso. Para la gloria. Para la tragedia. Para la leyenda.
 
Mi afición al atletismo es tan entusiasta como solitaria. Durante muchos años estuve suscrito a la revista de la federación. Con la llegada de internet y la facilidad de acceso a la información (y a los vídeos) comenzó una nueva época. He buceado en muchos sitios y ahora me muevo en Twitter. No tengo perfil pero esto no es obstáculo para poder seguir a un grupo de devotos (Juan Manuel Botella, Fernando Miñana, Miguel Villaseñor, Juanma Bellón, Luis Montes, Alfredo Varona, Gerardo Cebrián, Óscar Fernández, Juan Carlos Hernández, Ángel Cruz, Miguel Calvo, Daniel Cean-Bermúdez (éste escribe más de automovilismo, pero, cuando habla de atletismo, o de cualquier otro deporte…maravilloso), Andrés (no sé el apellido), Ignacio Romo…). Un grupo de fanáticos que, además, se relacionan, comparten, se estimulan, creando un ambiente fabuloso entre ellos. Gracias a todos estos estoy al día. Deben (debemos) de ser coetáneos pues la mayoría llegaron (llegamos) al atletismo con Coe, Ovett y Lewis. Y todos tienen (tenemos) en común que son (somos) unos nostálgicos de tomo y lomo y siempre están contando batallas pretéritas con cualquier excusa. Todos los días son buenos para celebrar algún aniversario. Y siempre enlazan vídeos de dichas carreras, saltos o lanzamientos. Y todos los días son buenos para emocionarte y para que se te pongan los pelos como escarpias.
 
A los nombres citados faltaría añadir el de Joaquín Carmona (que firma como @Jokin4318. Les ahorro la obviedad de explicarles el porqué de esa cifra), una verdadera eminencia en el atletismo, siempre dando datos, informando, contando, aportando, enseñando (gracias a él sé que soy mejor en maratón que Björn Ulvaeus, de ABBA). Discreto (luego se ha sabido que corregía al resto fechas, tiempos, lugares pero siempre de manera privada), educado, brillante. Una persona de referencia dentro del grupo. Viendo las retransmisiones del Mundial de Doha me partía de risa porque, cada vez que Gerardo Cebrián tiraba de memoria, al instante ya estaba rectificando porque Joaquín Carmona le había soplado que no, que casi, que tres centímetros más, que cuarenta y nueve veintitrés en el paso por el cuatrocientos, que en los Bislett, que en 1979.
 
Lo curioso es que nadie conocía a Joaquín Carmona. El resto lleva toda la vida en el atletismo. Son periodistas, exatletas, entrenadores, personas de la federación, estadísticos. Se conocen de siempre. Se han visto. Pero a Joaquín Carmona nadie le había visto nunca. Y era inconcebible que alguien con esos conocimientos sobre este mundo fuera un desconocido. Nadie dudaba de que se trataba de un pseudónimo. Y el resto estaba muy entretenido tratando de encontrar quién estaba detrás de ese nombre. Se hacían quinielas. Fulanito dice que él no es pero no sé yo, no sé yo.
 
El quince de marzo último Joaquín dejó de publicar. Y los días pasaban y seguía sin escribir. Otro más, pensé. Desde 2006, en que empecé a relacionarme con el mundo también a través de una pantalla de ordenador, he visto pasar a tantísima gente, he leído a tantos que, un buen día (o malo) dejaron de escribir, han sido tantos los que un día estaban y, al día siguiente, no (este cuaderno podría ser un modesto ejemplo) que, al ver que no escribía pues ya ni pena ni rabia. Sólo resignación. Uno más.
 
Pero el grupo de aficionados no adoptó la misma actitud. Se preguntaban unos a otros. Le escribían pidiendo que se manifestase, que estaban preocupados. No había respuesta. Ni dónde acudir. Hasta que el pasado trece de junio, Alfredo Varona, en “La bolsa del corredor” lanzó un SOS público. ¿Alguien sabe? ¿Alguien puede decir algo? ¿Alguien puede tranquilizarnos?

Alguien sabía. Alguien, desde Turín, le contó a Alfredo quién era Joaquín Carmona y dónde estaba. Y el quince de junio Alfredo Varona, en “La bolsa del corredor” escribió un artículo que corrió como la pólvora y que nos dejó a todos estupefactos, descompuestos, sobrecogidos, descolocados. Joaquín Carmona, pues ese es su verdadero nombre, es un vasco que vive en Madrid y que vive en la indigencia. Un sin techo que malvive en las calles y que, en las bibliotecas públicas, se informa, cuenta, escribe, nos ilumina, se abre al mundo. Y con la alarma y el confinamiento, no tuvo dónde escribir, dónde recargar su portátil, wi-fi donde engancharse.

Aquí, con el corazón arrugado y el estómago encogido, decidí echarme a un lado. Como he dicho, tuve miedo de que esta historia cayese en manos del sensacionalismo. No sé porqué ni cómo alguien con la capacidad de Joaquín ha podido terminar en esa situación. Sé que se ha reunido dinero y ya no duerme en la calle. Sé que la federación va a hacer algo. Sólo lo conozco de lo que le he leído. Y le aprecio de veras. Cuando empecé a leer el artículo que contaba que había aparecido fue, como dije, un verdadero puñetazo en el estómago. Le deseo lo mejor. Que no vuelva a tener que pasar por algo parecido. Pero lo que de verdad deseo es que siga siendo el mismo. Que no cambie. Y que vuelva a escribir. Todos los días entro. Quince de marzo. “Mariano Haro: El león de Becerril”. Ahí sigue. El día que vuelva…Sólo espero que llegue el día en que vuelva. Y sea como siempre.

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