lunes, 17 de noviembre de 2014

Doce

El nueve de octubre del año dos mil trece corrí un diez mil en Meliana en 39:30. Justo un año después hice, en la misma carrera, dos minutos más. Teniendo en cuenta que faltaban algo más de cinco semanas para el maratón de Valencia, desistí desde aquel momento de hacerme ilusiones con respecto a volver a bajar de tres horas y, sin renunciar al maratón, al fin y al cabo ya estaba inscrito, pues decidí levantar el pie en lo que respectaba a las series manteniendo el volumen de kilómetros. Iba a cumplir el plan pero no iba a morir en el empeño.

Así, haciendo las series a ritmos asequibles, llegué a unos diez días antes del maratón, cuando el plan nos marca un diez mil a ritmo de carrera. Y me salió por debajo de cuarenta minutos sin llegar a forzar. Y tres días después, en la Behobia-San Sebastián (ya no es la mejor carrera del mundo pues ha sido superada por otra. Pero como segunda mejor carrera del mundo es insuperable, y más este año, que ha vuelto al recorrido original. Pensaba que, al no pasar por Lezo, iba a perder ambiente, pero recordar el paso por Rentería todavía me emociona), corriendo controlado al principio y dejándome llevar en la segunda mitad hice la carrera a 4:18 de promedio y con muy buenas sensaciones. Y empecé a pensar: ¿por qué no? Y comencé a soñar.

Adelantándome al final (y perdón por chafarlo) fue no en su categoría ni por asomo. No hubo mucho suspense. Y prosigo con la narración.

Bien, domingo dieciséis de noviembre. Ocho de la mañana. Ni una nube en el cielo de Valencia. La temperatura está en los dieciséis grados. En la sombra hace fresco. Al sol, no. Corre el aire. El día anterior había sido vendaval. No parece que vaya a ser el mejor día para correr. –Siempre poniendo excusas con el tiempo. Pues sí. Soy muy sensible. Después del calentamiento, al cajón de salida. Y a las nueve, disparo y a correr. El primer kilómetro es un pelín accidentado. En el segundo ya voy corriendo a mi ritmo. Paso el cinco a 4:20 de promedio, por encima del ritmo de las tres horas. No me altero. En el ocho cazo a Paco climaterio, que iba renqueante. -¿Cómo vas? –Me duele. Voy a acabar y ya. Y tú. ¿No vas un poco despacio?

Tal vez fuese despacio, pero en el ocho ya me dolían las piernas. Paso el diez a 4:20. Y el quince. En el diecisiete me pilla José Julio. Voy con él hasta el diecinueve. Se va. En el veinte me pasa Paco -¿Estás mejor? –Me veo bien. Hasta que dure. Paso la media en 1:31:10. Las tres horas se alejan, pero no menosprecio los 3:02-3:03. Si mis sueños no se cumplen no pasa nada. Tengo otros. Y a pesar del dolor de piernas, me veo bien. Estoy vivo y tengo ánimos.

En el veinticinco ya ni miro el reloj. Sé lo que me espera y sé que de ahí al final no se trata de cronómetro sino de sufrir y soportar. Hoy tocaba cruz y ahí hay que estar. Las piernas cada vez me duelen más. Hace calor. El aire ya es viento y sopla de cara. Llego al treinta. Cojo el agua y me echo un poco por la cabeza. Inmediatamente siento un escalofrío y noto algo así como un corte de digestión. Me entran unas ganas de vomitar enormes. No llego a beber agua. Estoy así tres kilómetros, buscando constantemente un buen lugar porque veo que, en cualquier momento, aquello va a salir por un sitio u otro. En el treinta y cinco me siento mejor. Cojo una botella de agua sonda y le doy un sorbo. Me entra. Bebo. Incluso bebo algo de isotónica. Sigo. Lo que queda es bajada. El aire nos empuja. En el treinta y siete pienso que me voy a caer redondo en cualquier momento. Pasa un ciclista y le pregunto si me puede dar algo de agua. Me la da. Revivo. Llego al cuarenta. –Ya está hecho. Y un pijo. El pasillo humano es fabuloso. La animación es enorme. No tengo claro que vaya a llegar. Sigo avanzando. En la rampa de bajada por el Palacio de las Artes me da un amago de calambre. –No me jodas. Se repiten los amagos dos o tres veces hasta que llego a la pasarela final. Ahí, pues bueno. Acabo. 3:07:50. Ea.

Al terminar veo a Carlos el de la fuente. Y a Rodrigo. Y a Juanito. Y a Benjamín. Todos han pinchado. -Se ve que hoy no era el día. Me duelen las piernas. No puedo estar sentado ni de pie. Sopla el aire. Tengo frío. Me bebo todo lo que me dan: agua, isotónica y cerveza. Me como un par de mandarinas. Me despido a la francesa. No tenía fuerzas ni para hablar ni para esperar.

Una vez fuera del recinto, con mi medalla colgando, empiezo a recuperarme. Y allí, en los jardines del Turia, caminando (es un decir) al sol, empiezo a sonreír. –Vamos a ver, hace un año y medio en Sevilla sufriste la mitad que aquí y montaste un pollo melodramático de la leche. Y hoy, ¿sonríes? Pues sí. Sonrío. Me siento un triunfador. He derrotado al maratón una vez más. La victoria tal vez haya sido pírrica, pero he vencido. Y, con todo lo mal que lo he pasado, la victoria me sabe a gloria. Y pienso en todos los climaterios que han corrido o estaban corriendo en ese momento: José Julio, Paco, Juan, Benjamín, Jose, Carmelo, Ernesto, Jorge, Rafa, el Presi. Pienso en todos los climaterios que no han corrido y estaban en todas partes durante la carrera: Gustavo, Vicente, Ramón, Miguel, Fernando, Juan Luis, Emilio, Javi Tronco. Incluso en las mujeres de los climaterios, que también aparecían por cualquier sitio. Y no puedo sentirme mal cuando siento verdadero orgullo de pertenecer a este equipo. Y también pienso en Ana y en nuestros críos. Y en Sanfélix. Y en mi padre. Y en compañeros de la Escuela. Y en padres de la piscina. Y en Carlos el catalán, y en Álvaro el socorrista, en todos los que me han animado durante la carrera y en los que me han escrito o llamado y no puedo sentirme mal. ¿Que he hecho una mala carrera? Pues sí. ¿Que de doce maratones corridos éste ha sido mi octavo mejor tiempo? Pues es verdad. Pero no puedo evitar sonreír. Será porque tengo más motivos para hacerlo que para no hacerlo. Y llevé mi medalla con orgullo hasta casa, como un crío. Y al entrar, ante la pregunta -¿qué tal?, antes de entrar en detalles sólo pude responder como Filípides -alegraos, he vencido.

Y más tarde recibí la llamada de Jorge dándome la bienvenida de nuevo al club de las tres horas y pico, restituyendo mi carnet de aberroncho e insinuando que éste ya será vitalicio, que lo de ver un dos en meta ya sólo será en sueños. Pero ésta es ya otra historia.

6 comentarios:

kyezitri dijo...

"Si mis sueños no se cumplen no pasa nada. Tengo otros."

Olé.

Y enhorabuena por llegar a la docena, crack.

GARRATY dijo...

El Maratón no se acaba hasta leer tu crónica. Genial, como siempre.
Si, de vez en cuando, el Maratón, no nos diera un toque no sería tan fantástico derrotarle

Altosybajos dijo...

Con menos un japonés (H. Murakami) escribió un libro.
Con tus doce trofeos, de momento, puedes escribir una enciclopedia.
Tu foto de la llegada queda entre mis preferidas y aunque ahora veas el 3 en la llegada siempre estarás por delante del resto.
Buena crónica.
Me falta leerte lo que pasa por tu cabeza durante tres horas. No tendrá desperdicio.
Grande.

El Impenitente dijo...

Y Garraty, porque nos da esos toques (por no llamarlos puñetazos) siempre nos produce tanto respeto (por no llamarlo miedo). Lo sorprendente es que a nuestro amigo común, "el de los huevos pelaos", esto no le entre en la cabeza.

Pues mira, Altos y Bajos, podría exponer mis doce medallas/trofeos maratonianos. Los tengo todos. Y ahora que lo pienso, no puse foto de éste. Ahora mismo corrijo el desatino. Y lo que pasa por mi cabeza durante la carrera es lo que pasará por la tuya, especialmente cuando vamos al límite: ¿por qué? ¿Es esto necesario?

Y muchas gracias a los tres. Dos sois maratonianos. Uno no. Kyezitri, esto no puede quedar así.

Slim dijo...

Qué mérito tienes y qué bien lo cuentas. Yo pensaba que este año ya no ibas, pero eres incansable. Enhorabuena!!

El Impenitente dijo...

Pues gracias. Y sí que me canso, pero siempre compensa. Tendré que volver.