La ecuación de Bernouilli

Paramos Paco y yo a beber en la fuente que está junto a las pistas. Muy cerca estaban celebrando un cumpleaños y unos cuantos críos se entretenían echando una guerra con globos llenos de agua. Junto a la fuente una niña pequeña trataba de llenar un globo sin conseguirlo puesto que o bien no sabía o era que no podía. Cogí el globo, lo llené, lo até y se lo di. La cría salió corriendo enarbolando su armamento tratando de sembrar el terror. Y es ahora cuando llega una de mis batallas porque recuerdo perfectamente cuándo y cómo aprendí a llenar los globos con agua. Fue en un campamento con los Scouts. Yo era uno de los monitores. Era de los mayores, aunque aún no tenía ni los dieciocho ni los diecisiete años. Organizamos una actividad con globos y nos pusimos a prepararla. Llegó el momento de llenar unos cuantos con agua. Nos empezamos a mirar unos a otros. Y esto... ¿cómo se hace? Fácil. Se llena un globo con aire y, una vez tenga el volumen deseado vamos a la fuente y lo llenamos con agua. Soplamos. Fuimos al grifo. Lo abrimos. Salió el aire. No entró el agua. Es que hemos abierto demasiado pronto. Hay que apurar más. Soplamos. Abrimos. Apuramos. Nada. Hay que apurar más. De hecho hay que embocarlo. Nada. No, es el ángulo. Yo creo que hay que ponerlo perfectamente vertical, así el agua tapona al aire y entrará. Y ahí estábamos, soplando y sin ser capaces de llenar un globo con agua, hasta que pasó por allí Miguel Ángel. Era uno de los pequeños, de la Manada. Sin decir nada se acercó, cogió un globo, lo embocó en el grifo, lo abrió y lo mantuvo abierto hasta que lo consideró oportuno. Cerró el grifo, soltó el globo, lo ató y nos lo dio. No dijo nada. Únicamente, al marcharse, nos miró con una mirada que nos obligó a reírnos de vergüenza. Y volví a reírme de vergüenza cuando vi a la niña salir corriendo con su globo. -¿De qué te ríes? –No debería contártelo. –Venga, hombre. Y se lo conté a Paco. Y efectivamente, no debí.